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Capítulo 5

Author: Joana
Gabriel tomó la caja de regalo y sintió una sensación extraña, como si algo hubiera pasado por su corazón.

No era exactamente dolor, pero le costaba respirar con normalidad. El moño de la caja estaba hecho con mucho cuidado. Era evidente todo el esfuerzo que había puesto en el regalo y el tiempo que había invertido en prepararlo.

Pero él era un desgraciado, ocultando sentimientos egoístas que no podían salir a la luz. Antes de que pudiera decir algo, Keyla había llegado a la entrada y se había puesto un abrigo de lana color durazno. También, se había enrollado una bufanda, tapándose la cara hasta dejar solo visibles sus ojos. Luego salió de la casa.

Pero había algo raro en su forma de caminar. Entonces, Gabriel estaba a punto de preguntarle cuando escuchó a María jadear a su lado.

—¡Ay, me duele mucho!

Sin pensarlo, puso su atención en ella y la ayudó a sentarse otra vez.

—¿Te duelen mucho las rodillas? Te llevo al hospital.

—No quiero ir.

María curvó los labios, miró de reojo la caja en sus manos y murmuró:

—Y dices que no sientes nada por ella, pero valoras demasiado todo lo que te da.

Él arrugó la frente.

—Mari, ya le he fallado bastante.

Ella abrió mucho los ojos, dejando que las lágrimas corrieran.

—¿Y yo qué? Gabriel, ¿en qué estás pensando? ¿Vas a dejar que nos maltrate?

—Ya te dije que Keyla no es así.

—¡Ya basta! ¿No te das cuenta de que cada palabra que dices es para protegerla?

Después de decir esto, María se levantó llorando desconsoladamente y subió las escaleras arrastrando a Andrés.

Gabriel se quedó paralizado un momento y soltó un suspiro pesado. Ni él mismo sabía qué estaba pensando. Solo sabía que no quería escuchar a nadie hablar mal de ella.

***

Nevó de forma intensa durante dos días. Keyla trabajaba en la clínica en las mañanas y por las tardes recibía colegas extranjeros que venían a aprender técnicas de medicina alternativa con sus compañeros.

Entonces, uno de sus colegas tuvo un inconveniente y le pasó esta tarea a último momento. Terminó de trabajar a las cinco de la tarde. Se apuró para llegar a casa, cambiarse de ropa y maquillarse.

Keyla tenía rasgos naturalmente hermosos: ojos brillantes y dientes perfectos. Con solo un poco de maquillaje podía hacer que la gente la mirara.

Al bajar las escaleras, se dio cuenta de que, desde que había llegado a casa, todo había estado tranquilo. Esa madre e hijo parecían estar muy calmados.

—Keyla.

Apenas se había puesto las botas, cuando escuchó detrás de ella la voz de María.

—Dime, ¿a quién elegirá, a ti o a mí?

Ella se quedó un poco confundida, pero luego sonrió.

—Cuñis, ¿de qué hablas? No te entiendo bien. ¿Estás insinuando que quieres montar en los Torres el espectáculo de una cuñada seduciendo al hermano de su esposo muerto?

—¡¡Keyla!!

Sus palabras fueron demasiado directas, María apretó los dientes de rabia. Ella se puso su abrigo largo de cachemira y sonrió un poco.

—No voy a seguir hablando contigo, Gabriel ya me está esperando.

María siguió su mirada y a través de la ventana grande vio que el carro de él estaba en el patio. Estaba tan furiosa que casi le dio un ataque.

Al principio había aceptado que Gabriel se casara con esa maldita porque la veía dulce y fácil de controlar, ¡pero se había vuelto un perro que mordía en cualquier momento!

Keyla se subió al carro y miró a Gabriel.

—No esperaste mucho tiempo, ¿verdad?

—No, acabo de llegar.

Él le apretó la mano, bajó la vista y vio que, se veían sus piernas bien formadas, tan blancas que brillaban. Arrugó la cara y le preguntó:

—¿Por qué te pusiste tan poca ropa?

Ella sonrió.

—Voy a estar en el carro o en la casa, en ambos hay calefacción.

En la clínica siempre les recordaba a los pacientes que se abrigaran bien. Cuando se trataba de ella, no le importaba. Así que, Gabriel no sabía qué hacer con ella.

—A ver qué haces si te da fiebre.

—Pues, me tomo algo.

Los resfriados eran lo más fácil de curar, con un antigripal mejoraba casi completamente. Tenía mucha experiencia. En los últimos tres años, ¿cuándo no había sido así?

No podía esperar que Gabriel la cuidara. No podía contar con eso. No podía contar con nadie. Gabriel vio que era tan descuidada con su salud y se sintió extrañamente molesto.

—Hablas como si yo no me preocupara por ti.

Ella se quedó un poco sorprendida.

—El regalo que te di ayer, ¿no lo abriste?

—Todavía no.

Él habló con calma:

—¿No es un regalo de cumpleaños? Lo guardaré para abrirlo en mi cumpleaños.

Estaba bien. Así tendría tiempo suficiente para prepararse. Ambos no tenían muchos temas de conversación, así que el resto del viaje fue en silencio.

Gabriel volteó y vio a Keyla mirando el tráfico por la ventana, sin saber en qué pensaba, viéndose ejemplar, inofensiva y dulce.

No entendía por qué Mari la veía tan mal. Él curvó un poco los labios, estaba buscando algo de qué hablar cuando sonó su celular.

—Señor Torres, la señorita González fue a una cita a ciegas.

La voz de la otra persona no era ni muy alta ni muy baja, así que Keyla lo escuchó perfectamente. El ambiente dentro del carro se volvió tenso. Ella sintió que Gabriel estaba conteniendo su furia con todas sus fuerzas. Él siempre había sido moderado y rara vez se enojaba.

—Mándame la dirección.

Su cara se veía seria. Colgó el celular, cuando miró a Keyla, había vuelto a la normalidad; pero, sus palabras no admitían discusión.

—Surgió algo urgente, no puedo acompañarte a la cena familiar.

“¿Qué cosa urgente había surgido?” Ella no tenía ganas de confrontarlo. Si lo hiciera, solo se sentiría más humillada.

—Entiendo.

Bajó un poco la mirada.

—Diego, para en la orilla un momento, por favor.

El carro se detuvo. Pero Gabriel no se movió. Keyla lo miró confundida.

—Gabriel, bájate rápido, no podemos quedarnos mucho tiempo en la orilla.

—Está bien.

El hombre se veía un poco desconcertado. Al ver su expresión, no pudo decir ni una palabra más. Solo pudo bajarse del carro.

La cena familiar de los Rodríguez, de todos los meses, era diferente al bullicio y armonía de otras familias adineradas.

La de ellos tenía apenas cinco personas en total y eso contando a Gabriel. ¿Cómo decirlo? Era muy silenciosa. Tan silenciosa que parecía un funeral. El ambiente también era muy parecido.

Tan pronto como ella entró a la casa, el mayordomo la llevó hacia el comedor.

—Señorita Keyla, la señora la está esperando, desde temprano esperaba que regresara.

—Mmm.

Ella asintió apretando los labios, pero sus manos se tensaron por los nervios.

Dentro del comedor.

Mercedes estaba sentada en el lugar principal, a su izquierda estaban sentadas su hija mayor y su segunda hija. Luego Keyla entró y saludó a cada una.

—Abuela, tías.

Las saludaba según el orden de generación en los Rodríguez. Las dos tías respondieron con frialdad. Pero, Mercedes solo miró detrás de ella, al no ver a nadie, preguntó molesta:

—¿Dónde está Gabriel?

Keyla respondió honestamente:

—Tuvo algo urgente de último momento y se fue.

Al segundo, un grito feroz cayó sobre ella junto con una taza de café.

—¡Sal a arrodillarte!

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