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La Mujer que Quemó Su Pasado
La Mujer que Quemó Su Pasado
Author: Renata

Capítulo 1

Author: Renata
—Mariana no es como tú. Si su familia se entera de que está embarazada sin casarse, la matan. No puedes quedarte cruzada de brazos, ¿o sí? —dijo él.

Al ver sus ojos rojos, todavía cargados de la resaca, se me encogió el corazón.

Mariana, acostada a su lado, se dio vuelta y, sin pensarlo, apoyó la mano en la cintura de Rubén, con una naturalidad que dolía.

De golpe, los recuerdos me cayeron encima como una avalancha.

Todavía sentía en la piel el ardor de aquellas llamas, los nervios en carne viva.

Me estremecí sin poder evitarlo. Y entonces lo entendí: había vuelto, estaba reviviendo ese instante maldito.

Rubén notó mi silencio y, fastidiado, insistió con impaciencia:

—Te lo juré: cuando nazca el bebé y lo registremos, nos vamos a volver a casar.

Me mordí el labio y apreté los puños para no perder la calma.

Esta vez no lloré ni hice un escándalo. Solo asentí con la cabeza y le respondí tranquila:

—Está bien. Si eso es lo que quieres, divorciémonos. Haz tus maletas y vete.

Pero lo que soltó después sí que me dejó helada.

—Mariana está embarazada. Su cuerpo no aguanta tanto esfuerzo, así que ya hice que la trajeran. Va a vivir conmigo.

Esa era la casa por la que mis padres habían trabajado y ahorrado toda la vida.

Recuerdo que, al principio, cuando quedé embarazada de Rubén, mi madre me abofeteó una y otra vez, hasta que me sangró la boca. Y aun así, él nunca habló de matrimonio.

Al final acabé mudándome a su casa, y solo entonces su madre se resignó a que nos casáramos.

Nos dieron un cuartito improvisado en el patio, levantado a las carreras, todo precario.

En pleno invierno, embarazada y con la panza enorme, tenía que cocinarle a toda su familia.

Él nunca mostró ni tantita compasión. Se la pasaba hablando de puras fantasías para el futuro.

Al final fue mi padre, que no aguantaba verme sufrir, el que decidió usar sus ahorros para ayudarnos a pagar la entrada de una casa con jardín.

Y ahora, él tenía una amante... y encima quería meterla en esa casa.

Nunca imaginé que pudiera ser tan cínico.

El recuerdo del fuego seguía ardiendo en mi piel. No quería volver a pasar por eso.

No discutí más: me di la vuelta y me marché.

Anoche, cuando esos supuestos "artistas" con los que anda lo arrastraron borracho, y a Mariana también, pensé que los dejarían en el cuarto de invitados.

Pero Julio —ese que nunca me escucha— los metió directo en nuestra cama, en el dormitorio principal.

—¿Cómo vas a dejar que tu marido duerma en el cuarto de invitados? ¿Qué clase de esposa hace eso? —me soltó.

No tuve más remedio que llevar a mi hija al cuarto de huéspedes.

En ese momento entendí que nosotras dos ya no volveríamos a dormir allí nunca más.

Agarré algunas cosas a toda prisa, la tomé en brazos y salí por la puerta que daba al jardín.

Me fui directo a la cabina telefónica que estaba cerca del centro comercial.

Marqué el número que tenía anotado en un papel, y al instante alguien contestó.

—¿Te molesta que vaya con una niña? Si no, ven por mí.

***

El que contestó la llamada fue Javier, el chico que vivía al lado cuando yo era niña.

Siempre me decía que era bonita y se reía diciendo que, cuando creciera, se iba a casar conmigo.

Años después lo arrestaron por andar en negocios turbios y pasó un tiempo en prisión. Cuando salió, yo ya estaba casada con Rubén.

Javier nunca me reprochó nada. Solo envió un poco de dinero a través de un amigo y luego desapareció.

Hace poco, uno de sus viejos conocidos me buscó. Me entregó un papel con su número y me dijo que ahora Javier tenía un pequeño negocio.

Me pidió que lo llamara si algún día necesitaba ayuda.

Del otro lado de la línea, Javier guardó silencio unos segundos y luego dijo con firmeza:

—Diez días. Espérame.

Cargué a mi hija y caminé bajo el sol durante horas, hasta que el calor me quemó la cara. Pero por dentro el frío seguía allí, helándome los huesos.
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