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Capítulo 4

Autor: Bagel
Llegué sin darme cuenta a la iglesia donde nos casamos. Hace cinco años, en este mismo altar, él juró amarme por el resto de su vida.

Ahora se sentía como una broma de mal gusto. Empujé las puertas de la iglesia.

Estaba vacía, a excepción de unas cuantas velas que parpadeaban en la penumbra. Arrodillada en una banca, agotada por las noches sin dormir y a punto del colapso, todo se volvió negro antes de que me desvaneciera.

El sacerdote me encontró y mandó que me llevaran a la clínica privada de la familia.

Apenas había despertado y salía tambaleándome de mi habitación. Había decidido aprovechar la oportunidad para buscar un doctor y confirmar mi pequeño milagro, para asegurarme de que mi bebé estaba bien.

Entonces escuché una voz conocida.

—Cariño, ten cuidado. Ve más despacio.

Rocco estaba aquí. Ayudaba con cuidado a Scarlett a salir del área de ginecología.

Al pasar por la estación de enfermeras, sus murmullos llegaron a mis oídos.

—¿Ya viste? La sirvienta, Scarlett, vino otra vez.

—Sí, esta vez con el jefe Falcone. El mes pasado vino con otro y antes con un guardaespaldas que ni conocía.

—Ha venido con varios hombres a sus revisiones. Quién sabe quién será el verdadero papá.

Sentí un vacío en el estómago. Seguí caminando cuando Scarlett me vio, sosteniendo la foto de un ultrasonido, con su vientre de embarazada ya muy notorio.

—El doctor dijo que nuestro bebé está sano. ¡Y es niño! —dijo, alzando la voz en cuanto me vio—. Por fin la familia Falcone va a tener un heredero.

Mientras Rocco fue por los resultados, ella se acercó a mí.

—Vaya, vaya, pero si es la señora Falcone. ¿Por qué esa cara? ¿Te enoja saber que voy a tener un niño?

Se detuvo frente a mí, sacando la panza a propósito.

—Mira al principito que tengo aquí. Él va a ser el próximo jefe de la familia Falcone.

—Qué lástima que ya no puedes tener hijos. Si no, tú también le habrías podido dar un heredero a Rocco.

Se me quedó viendo, esperando a que me derrumbara. Incluso después de tanto tiempo, cualquier mención sobre niños todavía me partía en pedazos.

Pero no me detuve ni dejé que mi expresión cambiara.

¿Embarazada? ¿Y qué? Ya nada que tuviera que ver con Rocco y ella era asunto mío.

Pero Scarlett no se daba por vencida y volvió a ponerse frente a mí.

—¿Crees que Rocco me quiera más cuando nazca nuestro hijo? Después de todo, es el heredero Falcone.

—Quítate de mi camino.

Mi voz sonó ronca, todavía débil porque acababa de despertar.

—No me voy a quitar —Su sonrisa se hizo más grande—. Con este niño, me pregunto cuánto tiempo más te va a durar el título de señora de la casa.

En ese momento, Rocco regresó con los resultados. Arrugó la frente al vernos enfrentadas y jaló a Scarlett para ponerla detrás de él.

—¿Qué haces aquí?

Scarlett puso cara de víctima y lo jaló del brazo.

—Solo quería saludar a Alessia, pero parece que está muy molesta.

Rocco me miró a la cara. Al ver lo pálida que estaba, su gesto se volvió serio.

—¿Qué te pasa? Te ves fatal.

Lo ignoré e intenté pasar de largo.

—¡Alessia! —Me agarró del brazo con fuerza—. ¿Estás enferma?

Me zafé de un tirón.

—Suéltame. No es asunto tuyo.

Rocco se detuvo un momento.

—Eres mi esposa. Claro que tu salud es asunto mío.

Lo miré a los ojos.

—No te incumbe.

Y obligué a mi cuerpo debilitado a seguir adelante y me fui.

Rocco no me siguió. En lugar de eso, rodeó a Scarlett con el brazo y la llevó hacia la farmacia.

De vuelta en la finca, descansé un momento en mi estudio. Luego hice una llamada por una línea segura.

—Vincenzo, ya está todo listo. Mañana, tres de la mañana. Nos vemos en el aeródromo privado.

La voz de él, grave y tranquila, se escuchó por la línea segura.

—Recuerda, solo trae lo indispensable. Yo ya tendré todo lo demás listo para ti.

En cuanto colgué y el plan de escape quedó confirmado, empecé a destruir todos los archivos importantes de la familia Falcone.

El contrato por el control de los puertos de Nueva York, los documentos que establecían los canales de lavado de dinero, los acuerdos secretos con políticos...

Cada uno valía millones de dólares. Cualquiera de ellos bastaba para asegurar la victoria de la familia en cualquier guerra legal.

Sin dudarlo, los arrojé todos a la chimenea. Las llamas anaranjadas consumieron los papeles, convirtiendo en cenizas casi una década de mi trabajo arduo.

La foto de nuestra boda que estaba en el buró también terminó en el fuego. Todos los regalos que Rocco me había dado, mandé que los empacaran y se los dieran a los sirvientes de la casa.

El hogar en el que alguna vez puse todo mi corazón ahora era solo una casa.

—Señora, ¿está segura de que quiere deshacerse de todo esto? Estos son los aretes de diamantes que le regaló el jefe, este es el broche de rubíes de su aniversario y este es su collar de perlas favorito. Y esta figura de madera… el jefe la talló para usted con sus propias manos.

Metí todo en bolsas de basura negras sin el menor sentimentalismo.

—Tírenlo todo.

Dejé un acuerdo de divorcio firmado sobre el escritorio, donde lo vería en cuanto llegara. Como Rocco todavía no me había devuelto lo que era mío por derecho, tomaría su silencio como una aceptación del trato.

La división de bienes, la pensión alimenticia, todos los términos favorecían a Rocco. Lo único que yo quería era mi libertad.

Mientras la última voluta de humo se elevaba de la chimenea, abandoné la finca de los Falcone para siempre. A las 2:45 de la mañana, en el aeródromo privado que Vincenzo había arreglado, sonó mi teléfono.

Era Rocco. No contesté.

En lugar de eso, saqué la tarjeta SIM de mi celular y la arrojé sobre el asfalto mojado por la lluvia. Luego subí al avión, sin mirar atrás.
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