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Capítulo 3

Autor: Bagel
—Tal vez.

La voz de Rocco sonaba segura de sí misma.

—Un ratito, nada más. Pero se le va a pasar. No puede vivir sin mí.

Su voz era de confianza, como si fuera el dueño de mi destino.

—Siempre ha sido obediente. Esta vez no va a ser la excepción.

Colgué en silencio, sintiendo el corazón hecho cenizas.

Pero pensándolo bien, tenía razón.

Durante los últimos cinco años, le había perdonado cada traición, cada humillación.

Pero esta vez era diferente.

Entré al estudio y empecé a juntar los documentos que tenía que destruir antes de irme.

Al abrir un cajón de mi escritorio, me quedé paralizada.

El expediente sellado había desaparecido.

Contenía meses de mi trabajo minucioso: un archivo completo de pruebas que detallaba las rutas de contrabando y los esquemas de evasión de impuestos de la familia rival.

Y solo Rocco sabía la combinación de mi caja fuerte personal.

Cuando iba a llamarlo para enfrentarlo, mi celular vibró.

Scarlett me había mandado una foto.

Posaba en la oficina de Rocco, sosteniendo mi expediente con una sonrisa. Debajo de la foto decía:

“Rocco dijo que necesitaba una buena contribución para que la familia me aceptara. ¿No te parece un regalo de bienvenida increíble?”

Un momento después, me mandó su ubicación: el penthouse de la familia Falcone.

Era una declaración de guerra.

Manejé hasta el penthouse para recuperar mi trabajo.

Toqué tres veces antes de que Scarlett abriera la puerta con pereza.

—Vaya, vaya. Pero si es Alessia. ¿Qué te trae por aquí tan tarde?

Llevaba un camisón de encaje negro que era más transparencias que tela, y apestaba a la loción de él.

—¿Dónde está Rocco?

—El Jefe está en la regadera. ¿Se te ofrece algo?

Podía escuchar el agua corriendo en el baño. La miré a los ojos, mi voz sonaba implacable.

—Devuélveme el expediente. Es mi trabajo.

Scarlett se rio a carcajadas, como si hubiera contado un chiste.

Dio unas palmaditas sobre el expediente que estaba en la mesita de centro, con una mirada rebosante de arrogancia.

—¿Tu trabajo? Él me lo dio a mí. Dijo que sería mi boleto de entrada a la familia. ¿Qué tienes que ver tú en esto?

Dio un paso hacia mí. El camisón se le resbaló, dejando ver unos chupetones nuevos en su hombro y cuello, y cada uno fue una nueva punzada en mi pecho.

—Además, ¿desde cuándo Rocco quita un regalo que me ha dado?

El agua de la regadera dejó de correr.

Rocco salió en bata de baño, con el cabello todavía goteando. Su cara se transformó al verme.

—¿Alessia? ¿Qué haces aquí?

Su mirada se detuvo en mi aspecto desaliñado.

—Hace frío aquí. ¿Por qué no traes algo más puesto?

La sonrisa de Scarlett se tensó por un momento, y un destello de ira brilló en sus ojos al notar la preocupación de Rocco por mí. Luego se lanzó a sus brazos, haciendo un puchero.

—Pensé que era el servicio a la habitación. No me esperaba a tu esposa. Entró de repente y me asustó.

Caminé hacia Rocco y señalé el expediente sobre la mesa.

—Pasé seis meses reuniendo esa información. ¿Cómo le regalas mi trabajo a alguien más?

Mi voz era un susurro.

—Esa era nuestra clave para acabar con los Moretti. Tú sabes lo que significa.

—Sé que tú hiciste el trabajo. Eres brillante, nadie lo niega.

Dijo Rocco, desviando la mirada.

—Scarlett necesita cómo demostrar lo que vale, una moneda de cambio para que la familia la acepte. Dáselo. Es por el bien de la familia.

—¿Por el bien de la familia?

No pude evitar reírme, sentía cómo se me desgarraba el corazón.

—Hace cinco años, me suplicaste que encontrara la forma de aplastar a nuestros rivales. Juraste que mi inteligencia era el mayor tesoro de la familia.

Suspiró, mirándome con una paciencia fastidiada, como si yo fuera la que no entraba en razón.

—Ya, tranquila. Si no estás contenta, te puedo compensar. ¿Qué quieres? ¿Más dinero? En serio que nunca te conformas con nada. Voy a decirle al chofer que te lleve a casa, y luego te transfiero más dinero a tu cuenta.

—No voy a ir a casa.

Lo miré fijamente a los ojos.

—Devuélveme el expediente.

—Señora Falcone —intervino Scarlett para echar más leña al fuego—, solo es un expediente. Está siendo muy arrogante. Con razón a tanta gente le parece que usted es una persona difícil.

—Cállate. Tú no te metas.

Mi tono asesino asustó a Scarlett, y se escondió detrás de Rocco. La cara de Rocco se volvió de furia.

—¿Solo viniste a armar un escándalo?

Al ver a ese par de miserables, no sentí más que asco.

—Sabes lo que ese expediente significaba para mi carrera y para nuestro poder.

Esquivó mi mirada sin esfuerzo. No me estaba mirando.

—Ya deja de insistir con eso. La señora de la familia debería tener más clase. Si quieres otro proyecto, haré que los hombres te busquen algo más en qué trabajar.

—¿Crees que me importa otro proyecto?

Forcé una sonrisa, pero se me llenaron los ojos de lágrimas. Me abalancé sobre el expediente en la mesa, decidida a recuperar el fruto de mi esfuerzo. Scarlett chilló.

—¡Me quiere quitar mi regalo! ¡Me quiere pegar! ¡Ayuda! ¡Quiere lastimarme a mí y al bebé!

Rocco me sujetó la muñeca con una fuerza brutal.

—¡No agotes mi paciencia!

Me zafé de su agarre de un tirón.

—Bien —dije, con la voz hueca, sin vida—. Que se lo quede. Pero nos vamos a divorciar.

El semblante de Rocco se puso tenso.

—Ni de broma —gruñó, despojado de su encanto habitual—. Ni se te ocurra. En cuanto tenga a mi heredero, seré un mejor esposo para ti. Solo tienes que aprender a controlar tus celos y a esperar.

—No quiero esperar.

Dije, dándole la espalda por última vez. Sin esperar su reacción, me di la vuelta y salí del departamento. A mis espaldas, escuché la risa melosa de Scarlett.

—Mi amor, por fin se fue. ¿En qué estábamos? Ah, sí, en el nombre del bebé…

Salí a toda prisa del edificio. Mientras estaba adentro, se había desatado una tormenta. La lluvia me golpeaba la cara, y un escalofrío me recorrió hasta los huesos.

Cinco años de matrimonio, borrados así de fácil. Ya no quería el expediente. Y tampoco quería a Rocco.
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