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Renací y no quiero un esposo mafioso

Renací y no quiero un esposo mafioso

Oleh:  Luna BianchiTamat
Bahasa: Spanish
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El día que iba a dar a luz a mis gemelos, soborné al médico de la familia para que me inyectara todos los potentes medicamentos disponibles en el hospital para frenar las contracciones y retrasar el parto por la fuerza. Lo hice porque, en mi vida pasada, Vincenzo Moretti había sido diagnosticado con baja calidad de esperma, apenas podía concebir. Para asegurarse de tener un heredero, mantuvo diez amantes fuera de casa y anunció que el hijo que naciera primero sería el próximo padrino de la familia. Me había prometido que si lograba dar a luz antes que ellas, se despediría de todas sus amantes y permitiría que mi hijo heredara el clan Moretti. Yo le creí. Cuando descubrí que estaba esperando gemelos, temblaba de la emoción. Pero al final del parto, ordenó que me arrojaran junto a mis recién nacidos al frío sótano donde estaban los vinos, y le prohibieron a cualquiera acercarse. —Lucia viene de un origen humilde. Solo quería asegurarle a su hijo un estatus dentro de la familia para que ambos tuvieran un futuro mejor. Pero tú, a propósito, difundiste la noticia, haciendo que ella sufriera un parto desesperado y causando la muerte de ambos. —Eres tan cruel que no mereces ser la madre del heredero de la familia Moretti. Reflexiona bien, en tres días te dejaré salir. Luego, ordenó al mayordomo sellar las puertas. Pero lo que no sabía es que esa noche, el sótano se incendió, y mis hijos y yo morimos quemados en las llamas. Cuando volví a abrir los ojos, regresé a la noche anterior al parto. En esta vida, no seré la esposa de un mafioso. Cuando nazcan mis hijos y recupere fuerzas, huiré con mis pequeños lo más lejos posible.

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Bab 1

Capítulo 1

Llamé al médico y le pedí que me inyectara la última dosis de los medicamentos para detener las contracciones y retrasar el parto.

El doctor del miedo se puso pálido:

—¡Señora, debe dar a luz ahora! Si retrasamos más esto, usted y los niños podrían morir.

Apreté los dientes pero antes de que pudiera decir algo, el guardaespaldas personal de Vincenzo irrumpió en la habitación y, con brutalidad, me levantó de la cama de parto.

El médico gritaba desesperado desde atrás:

—¡Sus signos vitales están descendiendo! ¡Moverla a la fuerza puede provocar una hemorragia masiva! ¡Sería una tragedia para los tres!

El guardaespaldas no escuchó y me arrastró hasta el gran salón de eventos de la familia.

Las otras amantes de Vincenzo también habían sido llevadas allí; algunas con el vientre abultado, claramente a punto de dar a luz.

Entonces, a todas, incluida yo, nos obligaron a tomar una botella con un líquido amargo, que era una fuerte droga abortiva.

El salón estalló en caos, los gritos de dolor se multiplicaban:

—¡Aunque la señora dé a luz, jamás tendremos nuestra oportunidad! ¿Porqué debemos perder a nuestros hijos? ¡Ahhh…! ¡Duele! ¡Ayuda!

Cuando me obligaron a beber todo el contenido de la botella, el parto que había estado reteniendo por los medicamentos se desató de golpe. La sangre empapó mi bata de seda.

Mis gritos de dolor perturbaron a las demás mujeres, que me miraban aterrorizadas:

—¿¡La señora también tomó el medicamento!? ¡Está a punto de dar a luz!

—¿¿No es la señora la que está dando a luz?? Entonces… ¿quién es? ¿Quién quiere acabar con todas nosotras?

El dolor que sentía en ese momento me impedía mantenerme de pie, pero reuní las fuerzas y me obligué a levantarme y grité a los guardias en la puerta:

—¡Vayan a buscar al médico! ¡Alguien puede morir!

En ese momento, Lucia entró vestida con un traje blanco hecho a medida, sujetando el brazo de Vincenzo. Su rostro estaba lleno de color, para nada parecía la imagen de alguien que acabara de dar a luz.

En cuanto Vincenzo entró, vio a sus amantes retorciéndose en el suelo, su rostro se puso serio al instante.

Pero Lucia, entre la multitud, me vio de inmediato y exclamó con voz dulce:

—¡Ailora! ¿¡Qué estás haciendo!? ¿¡Porqué todas estas chicas han perdido a sus hijos!?

¡Que miedo! Si Vincenzo no hubiera estado siempre a mi lado, ¡mi hijo seguramente habría terminado como el de todas ellas! ¡Eres tan cruel!

Lucia me miraba con los ojos llenos de lágrimas, echándome directamente la culpa de lo ocurrido.

Yo, atónita, negaba con la cabeza una y otra vez; justo cuando iba a hablar, unas manos enormes me empujaron al suelo.

—¡Perra! ¡Te atreves a darles ese medicamento mientras yo no estaba! ¡Tus celos son tan grandes que no te importa matarlas junto a sus hijos aún en la barriga!

Me encogí de dolor, pero vi a Lucia detrás de él, con una sonrisa llena de satisfacción en su rostro. Entre dientes dije:

—Yo no… seguro fue ella…

¿¡Aún te atreves a mentir!? —gritó el, y su voz retumbó en el salón—. ¡No es la primera vez que le haces daño a los demás por tus celos! Esta vez no voy a tolerarlo.

Se volvió hacia las amantes que habían perdido a sus hijos, y les dijo:

—Cada una de ustedes denle una bofetada. Después, las llevarán al mejor centro de recuperación privado para que se recuperen.

Los guardias me sujetaron en el centro del salón, sin importarles cuánto estuviera sangrando abajo. Las chicas llorando se acercaban, con lágrimas en los ojos:

—Perdón, señora…

Una tras otra, las bofetadas cayeron, dejándome con un zumbido en los oídos y con la mitad de mi cara adormecida.

Cuando todas se habían ido, Vincenzo tomó finalmente de manos de la niñera al bebé envuelto en una manta delicada, y sujetando a Lucia, se acercó a mi.

Me observó, cubierta de sangre y con las mejillas hinchadas, y por un instante su mirada reflejaba sentimientos encontrados.

Pero al instante siguiente, volvió a mirarme con severidad, y con una voz fría e indiferente dijo:

—No me culpes por haberlas dejado que te golpearan. Hiciste que perdieran a sus hijos, y debo castigarte en público para que todo esto quede cerrado. Y de paso, quiero que sepas que no volveré a tolerarte, si vuelves a hacerle daño a alguien, acabarás igual que hoy.

Y además, no pienses que podrás arrebatarle a Lucia su posición como madre del hijo heredero.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, y levanté la cabeza para mirarlo. Entonces entendí: no soy la única que ha renacido.

No es de extrañar que con solo unas pocas palabras Lucia lograra que él de una vez, me señalara a mí. Por eso él me dijo —“no es la primera vez” —que hago algo así.

Porque en la vida pasada, él también me acusó injustamente y, por Lucia, me condenó a mí y a mi hijo a la muerte.

Se me llenaron los ojos de lágrimas, y él con voz cortante me dijo:

—Ailora, ya no sirve de nada que finjas lástima. Yo, le hice administrar a Lucia el medicamento para inducir al parto; esta vez ella dio a luz antes que tú. Te lo había dicho, la que diera a luz primero, su hijo sería el heredero. Incluso si eres mi esposa legal, ya no sirve de nada.

Me reí con ironía, cubriéndome la zona que seguía sangrando sin cesar, y murmuré:

—Y yo recibí el medicamento para retrasar el parto, dejé que ustedes tuvieran el camino libre… pero ahora, ¿por qué no me permites traer a mi hijo al mundo? ¿por qué me obligas a tomar el medicamento para matarlo…?

El se quedó sin palabras por un momento, y frunciendo el ceño dijo:

—Deja de decir tonterías. Tu fecha de parto llegó anoche. Le pregunté al doctor, tú ya deberías de haber dado a luz.

Aguantando el dolor intenso, extendí mi mano manchada de sangre y agarré su pierna, tratando de que tocara mi vientre aún abultado.

Pero él me miró con una cara de asco y apartó mi mano de un tirón.

—Lucia acaba de dar a luz, no puedo soportar el olor a sangre. Deja de actuar. Si quieres demostrar que no tienes intención de hacerle daño a Lucia, mañana en la reunión familiar reconocerás que no puedes dar a luz, y por eso pediste a Lucia que lo hiciera por ti.

Luego transferirás todas tus acciones, propiedades y tus inversiones a ella y a su hijo; y en adelante obedecerás y cuidarás de ellos. Si vuelves a hacer alguna jugada, si te atreves a tocarle un solo dedo, esta vez no solo tú sufrirás las consecuencias. Tu padre, que está gravemente en coma en el sanatorio familiar, no podrá seguir recibiendo su tratamiento en paz.
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