LOGINEn el noveno año de amar con Adrián Martínez, su padre falleció. La primera línea del testamento establecía que Adrián Martínez y Luna Fernández debían tener un hijo. Y el día en que el niño cumpliera un mes, sería también el día en que él heredaría la fortuna de su padre. Esto fue cuando los descubrí en nuestra cama, él mismo me lo explicó. Aquella noche, mientras encendía su cigarrillo después del acto, murmuró en voz baja: —Susana, espera un poco más. Cuando reciba la herencia, me casaré contigo. Desde entonces, cada vez que Adrián iba a reunirse con Luna en nuestra casa, colgaba una campanilla en la puerta. Desde la muerte de su padre hasta hoy, esa campanilla ha sonado noventa y nueve veces.
View MoreAl escuchar la noticia de Adrián, tanto Sofía como yo fruncimos el ceño al mismo tiempo.Sí que eran madre e hija: hasta el gesto de desagrado lo compartían.Me levanté en silencio y, sin prisas, me puse a cambiar ropa.Que Adrián viniera a buscarme no me sorprendía, pero sí lo hizo lo temprano que llegó, hasta que yo aún no pudiera prepararme mentalmente.Respiré hondo, y abrió la puerta.Ni siquiera tuve tiempo de ordenar las palabras, y se escucharon los murmullos de los vecinos:—¿No es ese el famoso joven Martínez del internet?—Sí, sí, también lo escuché. Dicen que para casarse con la novia actual dejó a su novia de nueve años, y ahora resulta que se canceló todo. —¡Vaya ridículo!Yo lo podía escuchar, pues claro que Adrián también.Con el rostro sombrío, gritó a la multitud:—¡Vaya tonterías! ¿Quién sois para señalarme cosas así?Los vecinos se molestaron de inmediato:—¡Oye, muchacho maleducado, qué forma de hablar es esa! —Te aviso, aquí no es la tierra de los Martínez. —S
Al bajar del avión, de repente, me sentí un poco indecisa.Cuando mis padres se enteraron de que yo estaba saliendo con Adrián Martínez, se opusieron con todas sus fuerzas.No era para menos: que una familia como los Martínez jamás aceptaría nuestra costumbre de parejas de hecho.Pero hemos seguido esa tradición año a año.Porque el amor no depende de un certificado de matrimonio.Tal como lo hicieron mis padres.Aunque nunca hicieron ese certificado, se amaron toda la vida.Aun así, por mi obstinación juvenil, ellos terminaron recibiendo con entusiasmo a Adrián, y con un nudo en la garganta me dejaron marchar.Mi casa está en la costa, y para volver siempre tenía que pasar por una playa.Caminaba lentamente junto a Sofía, y allí nos encontramos con mi antigua profesora de primaria.Su cabello estaba mucho más blanco, pero su rostro irradiaba energía.Sonrió y me saludó por cuánto tiempo no habían visto, y dándome la bienvenida de vuelta a casa.Claro… Qué buen este hogar, qué buena ci
Adrián carraspeó, ensayando en su mente cómo reencontrarse conmigo, imaginando que yo correría llorando a sus brazos, y él, con severidad fingida, me reprocharía: “No vuelvas a hacer un berrinche así, ¿acaso no podemos hablar bien las cosas?”.Después, yo le pediría disculpas llenas de remordimiento, y él, magnánimo, me daría un beso.Pero cuando Adrián empujó la puerta, lo que encontró no fue a la persona que anhelaba día y noche, sino a Luna Fernández.Su rostro se ensombreció por completo.Luna, como si no notara nada extraño, se acercó cariñosa y le tomó del brazo.—Lo sabía, Adrián, sabía que recapacitarías —dijo entusiasmada—. Un asunto tan importante como el matrimonio, ¿cómo podrías echarte atrás?Lo tomó de la mano con euforia, jalándolo hacia dentro de la casa.—Mira, ya hice que tiraran todas las cosas de esa zorra, no quedó nada. Por tratarte así, se merece marcharse sin nada.Adrián estalló su furia, sacudiendo su mano con brusquedad.—¡¿Cómo te atreves?!Corrió hacia nu
Al final, Adrián no consiguió cambiar nada.Por mucho poder y dinero que tuviera la familia Martínez, no podían obligar a una aerolínea a encerrar a todos los pasajeros y hacerlos despegar de nuevo para traerlos de vuelta.Adrián se dejó caer en el sillón de su oficina, abrió la ventana de chat entre nosotros y empezó a recorrer cada mensaje, uno por uno, desde el principio.En los recuerdos había momentos en que yo compartía con él las ocurrencias graciosas de Sofía, o fotos del atardecer que tomaba desde el ventanal de casa.Él hojeaba sin distraerse, y sin darse cuenta, la comisura de sus labios se levantó.Era como si hubiera vuelto a aquel momento.Pero, desde que apareció Luna, nuestras conversaciones se volvieron insípidas.Ya no le escribía esas cosas sin importancia, y sus respuestas se redujeron a un “sí”, un “ok”.El último mensaje era mi despedida.Y antes de eso, era asunto del cumpleaños de Sofía.Estaba tan ocupado que lo olvidó, y solo lo recordó cuando yo se lo repetí.






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