Mi prometido se arrepintió como un loco

—Te he explicado muchas veces que a Jimena solo le queda un año de vida por culpa del cáncer. Su mayor deseo es dejarle un hijo a su familia, ¡ella me salvó la vida en su día y ahora tengo que ayudarla a cumplir ese deseo!

Había oído esas palabras no menos de mil veces en el último mes.

La primera vez que escuché a Julián Fernández hacerme esta petición, dije que no sin dudarlo. Sin embargo, él no desistió, sino que comenzó a sacar el tema prácticamente a diario.

No obstante, no solo era eso… Su actitud también había cambiado, pasando de pedirme permiso a discutir conmigo como si tuviera toda la razón del mundo. Como si yo fuera una pecadora, una maldita, por no estar de acuerdo.

Porque, aunque le hubiera salvado la vida una vez, ¿acaso no era de locos devolverle el favor teniendo un hijo con ella?

Sin embargo, un mes de discusiones me había agotado física y mentalmente, y había perdido las fuerzas para persuadir a Julián de que cambiara de opinión. Por lo que, simplemente, miré al hombre del que llevaba cinco años enamorada y le pregunté con voz temblorosa:

—Julián, nos vamos a casar el mes que viene y ahora vas a tener un hijo con otra mujer, ¿qué hay de mí? ¿Por quién me tomas?

Era la primera vez que Julián me veía de tan mal humor, como si me rodearan nubes negras, por lo que su actitud se suavizó ligeramente.

—Noemí, sé que es difícil de aceptar, pero soy el único que puede ayudar a Jimena, y de ninguna manera voy a verla morir con remordimientos. Además, es solo inseminación artificial, no va a pasar nada. Si me amas, deberías entenderme, ¿no?

Cuando oí eso, mi corazón se hundió aún más en mi pecho, al darme cuenta de que Julián había tomado la decisión de tener un hijo con Jimena, pasara lo pasara, hacía mucho tiempo.

En cuanto a mi opinión, era meramente una formalidad.

Julián iba a decir algo más cuando fue interrumpido por el sonido de su celular. Sin perder tiempo, miró la pantalla, antes de salir al balcón para contestar.

Miré a su espalda, con una sonrisa amarga en los labios.

Julián y yo éramos amigos desde la infancia, habíamos estado en la misma clase desde primaria, e incluso en la misma universidad. Desde que era pequeña, sabía que me gustaba y siempre había estado a su lado, en silencio, aunque él nunca correspondía mi amor.

No fue hasta la graduación cuando por fin vio mi dedicación y aceptó ser mi novio.

Lo razonable era que, después de conocernos durante más de veinte años y convertirnos en pareja, tomáramos al otro como la persona más confiable e íntima. Pero, en los cinco años que llevábamos juntos, nunca me había permitido ver su teléfono, e, incluso, cuando contestaba una llamada, lo hacía a mis espaldas.

Recordaba una vez que estaba descansando en la cama con mucha fiebre y en su celular no paraban de aparecer mensajes. Preocupada porque esa insistencia lo molestara, tuve la intención de silenciarlo. No obstante, en cuanto mi dedo tocó el celular, él abrió los ojos y, al verme, me interrogó de manera directa.

Intenté explicárselo, pero no me quiso escuchar, por lo que, esa noche, la pasé acurrucada sola en el sofá.

En ese momento, simplemente asumí que era su personalidad y creí que algún día podría entrar en su corazón. Sin embargo, cinco años más tarde, seguía siendo exactamente igual.

Incluso, ahora iba a tener un hijo con otra mujer sin la menor consideración por mí, su novia oficial.

Mientras pensaba en esto, Julián entró con evidente alegría en la cara, tomó su chaqueta y se la puso mientras se dirigía a la puerta.

—Voy a salir un rato, para que puedas pensarlo a solas —me informó, antes de marcharse.

Sin decir nada, escuché sus pasos apresurados mientras se alejaba, pensando en que la única persona que podía ponerlo tan ansioso era nada más ni nada menos que Jimena.

Y, en efecto, poco después, Jimena envió una foto.

Cuando hice zoom para ver lo que era, casi me caigo del shock.