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Capítulo 3

Penulis: Jesús
Me quité la pulsera en silencio, pero la apreté en la mano.

La atmósfera quedó suspendida. Y, de pronto, me curvé ligeramente los labios y le entregué la pulsera a Luna.

Adrián permaneció todo el tiempo con la cabeza baja, sin decir nada.

Qué ridículo… Hacía un segundo, todavía esperaba que él recordara el significado de esa pulsera y detuviera a Luna.

Pero, claramente, pensé demasiado.

Sonreí y dije:

—Te quedará más bonita.

Acomodé mejor a Sofía en mis brazos, abrazándola con más fuerza, y me di la vuelta para marcharme.

—Eh, Susana… —Adrián quiso detenerme, pero la señora Martínez lo interrumpió.

—¡Que se vaya de una vez! Tener a alguien como ella aquí no hace beneficio al niño…

—¡Adrián, creo que el bebé se ha movido! —exclamó Luna con aparente sorpresa.

Al escuchar eso, Adrián se olvidó de mí por completo y dijo con entusiasmo:

—¿En serio? Déjame tocar…

Me alejé rápido; sus voces se hicieron distantes, y pronto ya no se escuchaba.

Cuando regresamos a casa, Sofía seguía sin asimilar la mala noticia de haber perdido a su papá. Su carita estaba fruncida, aun con lágrimas colgando de las pestañas, y las mejillas enrojecidas por el llanto.

Tomando mi mano, y con su vocecita rota por el sollozo, dijo:

—Quería que papá me celebre el cumpleaños…

Conmovida, le aparté el flequillo mojado y la senté sobre mis piernas, corrigiéndola con suavidad:

—Es “tío”, Sofía. Ya no es tu papá. Mamá te llevará a casa, ¿de acuerdo?

—¿Pero esta no es la casa de Sofía? —preguntó, con la voz ya algo ronca de tanto llorar.

—Esta es la casa del tío Martínez, no la de mamá y Sofía. Esperaun poco más, mamá te llevará a casa.

Con los ojos llenos de lágrimas, Sofía miró hacia la esquina de la sala donde estaba el piano. Era el regalo que Adrián le había regalado el año pasado por su cumpleaños.

En ese instante, Adrián sonrió y le devolvió una mirada llena del amor de un padre hacia su hija.

Ahora, todo eso había pasado.

—¿Puedo celebrar mi cumpleaños una vez más con papá?

Era muy pequeña todavía, incapaz de obligarse a cambiar la forma de llamarlo. No la regañé; solo le acaricié la cabeza y le respondí:

—Está bien, se lo diré al tío Martínez.

Sofía ya estaba inevitablemente envuelta en las tormentas de los adultos.

Solo puedo hacer lo mejor que pueda para darle un final lo más completo posible.
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