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Capítulo 3

Author: Gaby
Francamente, en ese momento casi nadie iba caminando al trabajo.

Cuando el semáforo cambió a verde, una motocicleta eléctrica, cuyo conductor probablemente no esperaba que alguien cruzara por el paso de peatones, chocó de frente conmigo, al doblar la esquina, haciendo que me llenara de una gran cantidad de raspones en manos, pies y frente.

En el hospital, la enfermera me aplicó medicamento y me puso un parche en la frente, advirtiéndome:

—Estos días, en lo posible, evita el contacto con agua. No te des baños de inmersión y aplícate la medicina puntualmente.

Salí del hospital y tomé un taxi para ir a la oficina.

El taxista tenía dos teléfonos montados: uno para la navegación y otro reproduciendo el directo de Mariana.

La sección de comentarios estaba llena de mensajes de preocupación.

—¡Ay, gracias a todos por preocuparse! Estoy bien, menos mal que él llegó a tiempo. No fue necesario ir al hospital.

—¡Qué va! Todavía no me le he declarado... No digan tonterías, él está aquí al lado, mirando. Sí, es superdulce.

Bajé la mirada a mi teléfono, donde me esperaban dos mensajes llenos de enfado e impaciencia.

«La asistente me dice que no estuviste en la reunión de planificación del proyecto. ¿Dónde estás? Ve a la oficina inmediatamente».

«¿Por qué haces tanto drama? ¿Solo porque te hice caminar un poco?»

Algunas personas tienen un doble rasero increíble.

Por la noche, acababa de aplicarme la medicina y estaba acurrucada en el sofá viendo televisión, cuando, detrás de mí, sonó la cerradura electrónica, seguido de las sarcásticas palabras de Alejandro.

—Pensé que por fin habías aprendido la lección. Estos días no has mostrado ni una pizca de mal humor, pero veo que me estabas esperando.

Quizás porque el volumen de la televisión estaba muy alto, se apresuró a tomar el cable y desenchufarlo.

—Gabriela, ¿es que no tienes cerebro? Llevamos medio mes preparando este proyecto. ¿Sabes cuánto dinero va a perder la empresa por este retraso?

Levanté la mirada para enfrentar su rostro lleno de desprecio, y entonces lo vi quedarse paralizado, al fijarse en el parce de mi frente. Acto seguido, miró mis manos y mis pies expuestos, y, frunciendo el ceño:

—¿Qué te pasó?

—Nada, solo me atropelló un vehículo de camino al trabajo —respondí con indiferencia, apartando la mirada.

Alejandro parpadeó, y, con cierta culpabilidad, se acercó para examinar mis heridas.

—¿Por qué no me llamaste?

—No es nada, solo unos rasguños —respondí despreocupadamente, evitando su contacto—. Supongo que tu empleada era más importante.

¿De qué serviría llamarle?

Si contestara, sin preguntar el motivo me soltaría una serie de acusaciones y quejas infundadas. ¿Realmente le importaba lo que yo quisiera decirle cuando lo llamaba?

Antes, cuando lo hacía, ni siquiera acudía en mi ayuda, ¿por qué sería diferente en ese momento?

Alejandro, irritado por mi comentario, se puso de pie y se rio con frialdad:

—Gabriela, ¿es necesario ese tono tan pasivo-agresivo? Fue un error dejarte en la calle, pero ¿eres una niña? ¿Cómo es posible que te atropelle un coche simplemente caminando?

Lo miré sin saber qué decir. Incluso una simple expresión de mis pensamientos era ridiculizada por él como inmadurez o pasivo-agresividad.

Pensando en esto, decidí ignorarlo y me levanté para ir al dormitorio.

Al ver que caminaba con dificultad, la expresión de Alejandro se suavizó un poco. Suspiró y se acercó a ayudarme.

—Esta noche dormiré contigo, así podré cuidarte.

Hacía mucho tiempo que Alejandro no se acostaba antes de las doce.

Como Mariana decía que los espectadores de su directo la insultaban constantemente y temía caer en depresión, insistía en que él la acompañara durante sus transmisiones. Así que todas las noches Alejandro se iba al estudio y se ponía a trabajar mientras veía el directo.

De vez en cuando se conectaba con la streamer e interactuaban cariñosamente.

Tuvimos una fuerte pelea por esto, lloré y grité sin poder hacerle cambiar de opinión.

Alejandro insistía en que solo estaba trabajando y, al final, me amenazó con el divorcio, así que tuve que ceder.

No rechacé su propuesta de dormir juntos, pero, cuando iba a rodearme con su brazo, dije suavemente:

—Alejandro, divorciémonos.

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