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Capítulo 3

Author: NatiDoti
Elena se fue con su altivez y con ese expediente de la humillante “alianza” bajo el brazo.

Selena se quedó sola en el sofá, la mirada perdida.

Sentía un cansancio en los huesos… y algo tan absurdo que rozaba la risa.

Cinco años: una obra de un solo personaje que solo ella se tomó en serio. Ahora, hasta su único espectador empezaba a considerarla un estorbo.

La pantalla del celular se encendió de pronto: una actualización en Estados de WhatsApp.

Era la cuenta secundaria de Clarisa.

En la foto, La Única —ese collar de diamantes— descansaba sobre terciopelo, brillando.

El texto decía: “Él dijo que es un regalo irrepetible, como las estrellas: brilla solo para mí.”

Cada palabra era una aguja en el nervio ya entumido del corazón de Selena.

Al verla, la emoción que había mantenido a raya encontró por fin una salida.

Sonrió, lenta; la sonrisa no le llegó a los ojos: era fría, definitiva.

Abrió la agenda y buscó a Héctor Camacho, proveedor de banquetes de confianza de la familia. La llamada entró al primer tono.

—Señor Camacho, mañana en la tarde quiero un coffee break y regalos de cortesía personalizados para todo el personal de Grupo Reyes, para celebrar el avance del Proyecto C. Lo mejor de lo mejor. Entrega en la sede. La factura, directo a la mansión.

—Claro que sí, señora —respondió él con respeto.

—Envíeme por favor la lista actualizada de todo el personal. Quiero confirmarla yo misma para que nadie que ha trabajado duro se quede fuera.

—De inmediato, señora.

No tardó en llegar el archivo al correo.

Selena lo abrió en la tablet y deslizó el dedo por la pantalla, línea por línea…

Se detuvo en “Clarisa Valdez — Asistente ejecutiva del CEO”. La miró sin un gesto. Y tachó esa línea con un toque.

***

A la tarde siguiente, cientos de cajas de merienda y obsequios a medida llegaron puntuales a la torre corporativa.

El empaque exquisito y el aroma a mantequilla y azúcar perfumaron los pasillos y encendieron la oficina como mecha.

Todos recibieron la sorpresa enviada por la esposa del CEO. La planta entera vibró con esa mezcla de euforia y chisme.

—¡Dios, es de Nube Blanca Pâtisserie! —susurró alguien—. Dicen que cada pieza cuesta un dineral.

—La señora del CEO sí que es generosa. ¡Qué beneficio de otro nivel!

—Se nota que entre el jefe y su esposa todo va viento en popa. Apenas avanza el proyecto y ya piensa en nosotros.

Pero la alegría, tan general como un brindis, esquivó a una sola persona.

Cuando el repartidor cotejó la lista y dejó la última caja en el escritorio de la compañera junto a Clarisa, las miradas, unas discretas y otras no tanto, flotaron hacia ella.

Los murmullos bajaron de golpe. Y ese mirar silencioso pesó más que cualquier comentario hiriente.

—¿Cómo? ¿Y por qué justo a la asistente no le llegó? —se oyó en voz baja.

Clarisa, bajo el escrutinio, se retorció como sentada en alfileres.

Por primera vez comprendió el peso invisible de una merienda ausente.

Con el coraje atorado, apretó el celular, se metió al área de café y marcó a Selena.

—Señora Reyes, ¿no habrá un error? Todos recibieron la merienda y el obsequio… ¿por qué a mí justo a mí me saltaron? —quebró la voz, en papel de víctima.

La respuesta llegó serena, distante:

—Señorita Valdez, qué ocurrencia. La suya ya se la entregó el señor Reyes.

Una sola frase, ligera y precisa, y toda la pose y el alarde de Clarisa se le vinieron abajo.

A Clarisa se le atoró la rabia en la garganta; colgó de golpe y, con las lágrimas corriéndole silenciosas, irrumpió en la oficina del CEO.

Se detuvo a unos pasos del escritorio; los hombros le temblaban, las lágrimas le caían como cuentas sueltas.

Adrián, que acababa de cerrar un expediente, alzó la vista y frunció el ceño de inmediato.

—¿Qué pasó? ¿Quién te hizo esto?

Clarisa se mordió el labio.

—Por la tarde… —la voz se le quebró— la señora Reyes mandó merienda para toda la empresa.

—Yo creo que… no le caigo bien. Me… me dejaron fuera a propósito. No importa, no pasa nada —susurró, aunque todo en su cara gritaba agravio.

A Adrián la merienda le daba lo mismo. Lo que le encendió fue el desafío: una bofetada pública a su autoridad, un manotazo de Selena en su vida privada.

Tomó las llaves y salió a toda prisa rumbo a la mansión.

Empujó la puerta y lo primero que vio fue una maleta en el recibidor. Selena estaba de pie junto a ella, lista para salir.

El fuego le subió aún más. Se plantó en el marco, bloqueándole el paso.

—¡Selena Solís! ¿Qué estás haciendo? ¿Regalos para todos y justo saltas a Clarisa? ¿Qué quieres decir con eso?

Selena lo miró. En sus ojos ya no quedaba ni rastro de aquella docilidad antigua: solo una calma que mira a un desconocido.

Lo de la merienda le parecía irrelevante.

—Adrián Reyes, divorciémonos.

La palabra divorcio le detonó la furia.

Se rio, incrédulo.

Avanzó un paso, mirándola desde arriba.

—¿Quién te dijo que tú decides? Esta relación empieza y termina cuando yo lo diga. ¿Con qué derecho vienes a pedirme el divorcio?

Para él, aquello no era más que el berrinche de una mujer que aguantó cinco años y quiso llamar su atención con un ultimátum barato.

—¿Ya acabaste la escena? —soltó con sorna—. No juegues al hacerte la interesante.

—Te doy una salida: guarda esa maleta y hacemos como si hoy no hubiera pasado nada.

Selena le sostuvo la mirada, impasible; como si hablara con alguien que no tenía nada que ver con su vida.

Tiró del asa de la maleta y caminó hacia la puerta.

Esa indiferencia total lo irritó más que cualquier grito.

La sujetó del brazo con un apretón brutal, la voz subida sin darse cuenta:

—¡Te dije que te detuvieras! ¿De verdad crees que fuera de esta puerta vas a encontrar algo mejor que la familia Reyes? ¡No te pases! ¡No seas desagradecida!

Selena volvió a zafarse con un golpe seco.

Esta vez, en su mirada no quedó ni siquiera la distancia: solo un rechazo absoluto.

No dijo una palabra. Abrió la puerta y salió sin mirar atrás.
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