Me Casé con el Tío de Mi Ex

Me Casé con el Tío de Mi Ex

Par:  NatiDotiMis à jour à l'instant
Langue: Spanish
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Para saldar la deuda de una vida, Selena Solís se casó con Adrián Reyes y escondió su brillo durante cinco años, resignada a ser la humilde “señora Reyes”. Hasta que descubre que confundió al héroe que la salvó y también al hombre al que amó. Libre al fin, renace como una brillante restauradora de patrimonio y se vuelve el centro de todas las miradas. Entonces el verdadero salvador —Ian Leal, el tío de su ex— deja caer todas sus máscaras y se acerca, paso a paso. Entre la obsesión arrepentida de Adrián y la protección serena de Ian, ¿qué elegirá esta vez Selena?

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Chapitre 1

Capítulo 1

—Señorita Solís, sobre la investigación que nos encargó hace cinco años… nos equivocamos.

La mente de Selena Solís quedó en blanco. Sin darse cuenta, apretó el celular y, con un hilo de voz, preguntó:

—¿…En qué se equivocaron?

—El hombre que buscó durante cinco años no es el señor Adrián Reyes.

El corazón de Selena se hundió de golpe.

—¿Está seguro? —replicó por puro instinto, con un temblor que ni ella notó.

Cinco años atrás la secuestraron y la llevaron a la Frontera del Sur de República de Coralvia. Fue aquel hombre —un oficial coralviano en misión de paz— quien irrumpió como caído del cielo y la rescató. Ella movió cielo, mar y tierra, pidió favores, tocó puertas, hasta que alguien le aseguró que ese héroe era el primogénito de la familia Reyes: Adrián.

¿Cómo podía estar equivocada?

Al otro lado de la línea, el hombre ignoró su desconcierto y empezó a exponer los hechos, una frase tras otra, asestándole cortes limpios a la fe que la sostuvo cinco años.

—Según los registros del Instituto Nacional de Migración, en las fechas del incidente el señor Reyes estaba en Europa en una negociación de un mes. No aparece ningún ingreso a México a su nombre.

—En cuanto al operativo de rescate, entre el contingente coralviano en misión de paz hubo un oficial que resultó herido de gravedad y después se retiró. Su expediente indica que su apellido es Leal. Actualmente reside en esta ciudad.

“Leal…”

“Busqué al hombre equivocado…”

Dos frases, dos disparos, y su certeza quedó hecha añicos.

Un zumbido feroz le ocupó los oídos. Todo comenzó a girar frente a sus ojos.

De pronto volvió a estar en aquella bodega abandonada, con olor a humo y sangre; la desesperación y el miedo la cubrieron como una ola.

Golpeó sin querer el cuenco frente a ella. La sopa se volcó; el caldo hirviendo le corrió por el dorso de la mano, enrojeciéndole la piel al instante.

No sintió dolor.

El celular se le resbaló de los dedos y cayó sobre la alfombra. Al tocar el suelo se activó el altavoz. Una voz siguió sonando, plana, implacable:

—Le enviamos el informe detallado y una carta de disculpa a su correo electrónico.

Entonces todo encajó de la peor manera.

Creyó que Adrián Reyes era el héroe que la salvó del abismo, por eso se acercó a él con paciencia y cálculo… y acabó casándose. Sabía que Adrián no la amaba, pero para pagar aquella supuesta deuda, sostuvo el matrimonio cinco años, repitiéndose que valía la pena.

La realidad le devolvió el golpe más cruel: se había equivocado de hombre.

Cinco años de matrimonio. Cinco años de aguantar. Cinco años de mentirse al oído. En ese instante, todo se volvió un chiste macabro.

Aturdida, sin fuerzas, vio encenderse de nuevo la pantalla: una videollamada de WhatsApp de Clarisa Valdez, la asistente de Adrián.

Selena aceptó en automático.

En la pantalla de la videollamada, el rostro dulce y “angelical” de Clarisa llenaba todo el cuadro; de fondo, la oficina de Adrián, tan conocida para Selena como sus propias manos.

—Señora Reyes, el señor Reyes se pasó de copas y no deja de repetir su nombre. ¿Podría venir por él? Y, de paso, traiga el pliego del Proyecto C; dice que solo confía si usted lo revisó.

Al mirar esa sonrisa de triunfo disfrazada de inocencia, en la llanura muerta que tenía por dentro se abrió la primera grieta.

No respondió; colgó.

Se cambió a un conjunto sobrio para salir y dejó correr agua fría sobre el dorso enrojecido de su mano.

La mujer del espejo estaba pálida, con la mirada vacía.

Tomó las llaves del carro, recogió el pliego y condujo hacia Grupo Reyes. El neón de la ciudad desfiló ante sus ojos sin tocarle el pecho.

Empujó la pesada puerta de madera maciza de la oficina del CEO. La escena del otro lado terminó de romper cinco años de matrimonio.

Adrián, recostado en el sofá, abrochaba con sus propias manos un collar de diamantes en el cuello de Clarisa. Sus gestos eran suaves, la mirada atenta; un cuidado que Selena jamás recibió.

Clarisa la vio y el orgullo se le desbordó en los ojos. Meneó el cuello para que el diamante destellara y, con voz melosa, preguntó:

—Adrián, ¿este collar no lo pujaste en la subasta para la señora Reyes? Un regalo tan caro… ¿cómo voy a aceptarlo…?

Adrián alzó la vista hacia la puerta y la vio. Interrumpió a Clarisa sin perder la ternura de la mirada:

—Si te gusta, quédatelo.

Solo entonces Clarisa pareció “notar” la presencia de Selena. Se puso de pie, llevó una mano al collar, y compuso una mezcla perfecta de disculpa y explicación:

—Señora Reyes, no lo malinterprete. El señor Reyes dijo que este collar es un reconocimiento a mi esfuerzo en el Proyecto C, para celebrar que nos adjudicaron el proyecto.

Selena ni siquiera le regaló una mirada de más. Caminó hasta el escritorio y dejó el pliego. Sus ojos pasaron por el brillo hiriente del collar y volvieron al documento.

—En este precio final —dijo con frialdad— hay un cero de más después del punto. El total se disparó diez veces.

Abrió el anexo y continuó:

—Además, los parámetros técnicos citan datos protegidos por la patente central de Tecnologías MarAzul, nuestro competidor. Si presentan esto, no solo descalifican la oferta: nos demandan de inmediato por infracción de patentes.

A Clarisa se le fue la sangre de la cara. Ese riesgo legal no lo había visto venir.

Las pupilas de Adrián se contrajeron. Oscureció la mirada. Siempre supo que ella era capaz, pero no hasta el punto de detectar en un golpe de vista una trampa tan cuidadosa.

La sorpresa le duró un instante. Se recompuso, dio una palmada tranquilizadora en el dorso de la mano de Clarisa y recién entonces levantó la cabeza hacia Selena, con una frialdad que protegía a la otra:

—Cualquiera se puede equivocar. Clarisa es nueva y ya hizo bastante. Además, para eso estás tú. La falta de supervisión también es una forma de negligencia.

Esa frase dejó a la esposa de cinco años del otro lado, como si solo hubiera sido convocada para apagar incendios y supiera retirarse a tiempo.

—Si eso es lo que piensa, señor Reyes, no tengo nada más que decir —respondió Selena, dándose la vuelta sin una pizca de apego.

Al ver ese regreso tan sereno, a Adrián le subió otra vez esa mezcla de fastidio y pérdida de control. Disparó, intentando herir con el pasado para retomar el mando:

—¡Detente! ¿Qué actitud es esa? ¿Te atreves a ponerme esa cara? Selena Solís, no olvides cómo me suplicaste para casarte conmigo.

“¿Suplicarte para casarme contigo?”

Como una llave oxidada, esas palabras hicieron palanca y abrieron de golpe la traba con la que se había engañado cinco años.

Selena se volvió de golpe.

Adrián extendió la mano para sujetarla, como tantas otras veces.

Esta vez, ella apartó esa mano en el aire con una fuerza tajante.

El contacto la sacudió desde la médula; no era miedo, era una mezcla feroz de asco y decisión.

Su cuerpo tembló por su cuenta. Apretó los dientes y, con todo lo que tenía, dejó escapar una palabra que en cinco años jamás había dicho:

—Suéltame.

Le salió ronco, helado.

En sus ojos ya no quedaba mansedumbre. Solo una distancia glacial.

Esa mirada fría hizo que Adrián Reyes sintiera, por primera vez con absoluta claridad, que la Selena Solís de hoy ya no era la de antes.
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