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Capítulo 03

Author: Clementina Pomelo
Leobardo corrió con todas sus fuerzas, con el rostro pálido como el papel. Justo cuando estaba por caer por las escaleras, alcanzó a atraparla.

Me enderecé y los miré a los dos.

La angustia de Leobardo casi podía tocarse, mientras Valeria tenía los ojos llenos de lágrimas y me miraba con incomprensión.

—Hermana, fui imprudente. No debí pedirle al señor Ríos que me acompañara en la habitación. Te pido disculpas. Pero, por más molesta que estés, ¡no tenías derecho a empujarme por las escaleras!

Al oírla, Leobardo la alzó en brazos y me lanzó una mirada encendida de furia.

—¡Verónica! ¿Por qué la lastimaste? ¡¿Sabes que acaba de lesionarse?! Si hubiera caído, ¡podría haber muerto! ¿En qué momento te volviste tan malvada?

Me empujó con fuerza y se marchó con ella en brazos.

Mi vientre golpeó contra la barandilla y el dolor me hizo sudar frío. La sensación de estar al borde de la muerte me envolvió otra vez.

Lloré y grité con todas mis fuerzas, pero Leobardo no miró atrás ni una sola vez.

Aunque en esta vida él no me culpaba por la pérdida del bebé de Valeria, igual no me había elegido a mí.

La sangre comenzó a correr por mis muslos.

Unas enfermeras cercanas me vieron y me llevaron rápidamente al consultorio.

—La situación no es favorable —me informó el doctor, frunciendo el ceño—. Es muy difícil salvarlo.

Saqué el comprobante de la cita y, con voz ronca, logré articular a duras penas:

—Doctor... déjelo así.

En la vida pasada, di todo por Javier. Pero él nunca lo valoró, y ayudó a otros a clavarme cuchillos en el corazón. Si no me quiere como madre, que en esta vida se busque a otra. Mi corazón hecho pedazos, ya no puede albergarlo.

La anestesia se esparció por mi cuerpo, tan helada como mi alma.

Cuando desperté, mi cuerpo se sentía completamente vacío,. Sabía que el único lazo entre Javier y yo en este mundo se había roto por completo.

El teléfono sonó con una notificación de una cuenta desconocida.

Una foto mostraba a Leobardo y Valeria con sus tatuajes de mordida sobre las clavículas, tomados de las manos.

Después de lo sucedido, ella ya no quería esconderse. Pero ahora yo no tenía ni la menor intención de competir con ella por nada.

Sin responder, la bloqueé.

Tres días después, regresé a casa.

La vieja mansión de los Ríos, donde viví casi diez años, estaba igual que cuando me había ido. La pared estaba cubierta de fotos mías con Leobardo.

Yo era dos años menor que él. A los cinco años, en una función de preescolar, actuamos juntos en una boda de cuento, a los doce años, cuando tuve mi primer periodo, él creyó que estaba gravemente enferma y lloró, abrazándome, y, a los quince, cuando mis padres murieron, me palmeó el hombro y susurró:

—No tengas miedo. Aquí estoy contigo.

A los veintiuno, recién regresado del extranjero y borracho, me besó por primera vez.

Mi corazón cayó entonces en el abismo llamado Leobardo... y se hizo trizas.

***

Arranqué todas las fotos de la pared, y, en cuanto terminé, Leobardo regresó. Camino hacia mí, con una expresión indescifrable.

—¿Por qué arrancaste todas las fotos?

—Quiero redecorar —respondí sin pensar, para poder irme sin problemas.

Tras esto, sin decir nada, se sentó y comenzó a ayudarme a recoger las fotos.

Un rato después, dijo:

—Sé que te importo. Lo que hiciste ese día fue solo por enojo. Valeria está bien. Acepto perdonarte. Ella no presentará cargos contra ti. Sin embargo, tiene una condición.

Levanté la cabeza y lo miré, esperando que continuara.

Leobardo frunció ligeramente los labios.

—Mi madre diseñó los trajes de boda para nosotros. Las fotos salieron hermosas. Valeria nunca ha usado un vestido de novia, y le gustaría probarse el tuyo.

—Pero es de mi talla —respondí con frialdad.

—Ella tiene casi la misma que tú —replicó enseguida.

Reí con amargura.

—¿Y tú cómo sabes cuál es su talla?

Su rostro se endureció de inmediato, molesto y avergonzado.

—Verónica, estoy tratando de hablar contigo con calma. No hagas berrinches. Tú fuiste quien la lastimó. Que ella te perdone ya fue un gran logro tras mis ruegos. No te pases de la raya. Te lo devolverá el día de la boda.

—Está bien.

Fui por el vestido de novia, brillante como la luz.

La tía María lo diseñó apresuradamente cuando supo que estábamos juntos. En ese momento, ya le habían diagnosticado cáncer. Cuando el vestido quedó terminado, ella cerró los ojos para siempre, no del todo en paz.

En mi vida pasada, había cuidado de la familia Ríos por ella. Pero en esta vida había decidido vivir por mí.

Leobardo, al recibir el vestido, mostró una felicidad desbordante y salió de inmediato.

Una hora después, recibí otro mensaje desde una cuenta nueva de Valeria.

«El vestido es mío, al igual que él.»

El vestido en ella parecía una flor de cactus en plena floración, mientras Leobardo la sostenía con una ternura infinita.

Entonces noté una mancha en la esquina del vestido. Había sido manchado con un líquido extraño.

El asco me revolvió el estómago, y, rápidamente, tecleé una breve respuesta:

—Todo tuyo.

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