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Capítulo 04

ผู้เขียน: Clementina Pomelo
Recorté mi figura de todas las fotos y las eché en un brasero, quemándolas hasta que no quedó nada. Luego vendí los regalos que Leobardo me había dado.

La aprobación de mi ingreso al equipo científico fue confirmada. Fui al instituto de investigación a completar los trámites.

El director me recordó una vez más:

—Aunque haremos todo lo posible por garantizar la seguridad del equipo, el clima en las regiones polares es extremo y peligroso. Cuídate mucho.

Por precaución, después de salir del instituto, fui a la antigua casa de la familia Vega.

Antes de morir, mamá me había dejado algo muy importante, pero, temiendo que me aferrara al recuerdo, lo había guardado en esa casa.

Todo en la casa seguía tal y como estaba cuando mis padres vivían. Era como si nunca me hubieran dejado.

Una punzada de tristeza me subió por la garganta, y toda la pena contenida en el corazón brotó de golpe.

Secándome las lágrimas, encontré la caja fuerte de aquellos años. Al abrirla, me quedé helada.

Estaba vacía.

Revisé cada rincón de la casa, pero no había ni rastro. Justo cuando la desesperación me invadía por completo... las palabras de una enfermera resonaron en mi mente.

—Sí, yo misma vi al señor Ríos ponerle a su esposa un brazalete de jade imperial con sus propias manos.

¡Era Leobardo!

Lo llamé desesperadamente, pero, como en mi parto en la vida pasada... nunca contestó.

Sin embargo, en esta ocasión, no pensaba esperar, por lo que corrí directamente al Grupo Ríos.

La recepcionista me vio y su rostro se llenó de pánico, mientras me bloqueaba el paso.

—Tengo acciones en la empresa —le informé, apartando su mano de mi brazo—. ¿Ni siquiera puedo entrar?

Ella dudó, quería decir algo más.

Tomé un bate de béisbol que estaba al lado y me lancé hacia adentro.

La oficina de Leobardo estaba vacía, pero la puerta del cuarto interior estaba entreabierta, a través de la cual resonó la voz melosa de Valeria:

—¿Leobardo, de verdad piensas casarte con Verónica? ¿No decías que yo era tu verdadero amor? Tu madre ya murió, esa carta de compromiso no tiene valor.

Desde el interior se escuchaban besos entrelazados. Cuando habló, la voz de Leobardo sonó cargada de deseo:

—Valeria, dame un poco más de tiempo. Tu aborto dañó tu cuerpo. El médico dijo que será difícil que vuelvas a quedar embarazada. Verónica justo resultó estarlo. Ese bebé podría ser mi único heredero. No puedo ignorarlo. Cuando el niño tenga edad para ir a la escuela, me divorciaré de ella, y me quedaré contigo. El niño también será tuyo. Solo te pido unos años de paciencia, ¿sí?

La rabia me recorrió el cuerpo. Sentí un mareo tan fuerte que casi no pude mantenerme en pie. Jamás imaginé que Leobardo tuviera todo planeado desde el principio.

De pronto, la puerta del cuarto interior se abrió, y Leobardo se congeló al verme, demostrando un intenso nerviosismo.

—Verónica, ¿qué haces aquí?

Valeria salió detrás de él, escondiéndose tímidamente a su espalda y fingiendo acomodarse la ropa.

Ya no tenía ganas de hablar con ellos. Apunté directamente a Leobardo con el bate.

—¿Dónde está el brazalete de mi madre? ¡Devuélvemelo!

Al notar que no había escuchado su conversación, Leobardo suspiró aliviado. Pero, al entender mis palabras, frunció el ceño.

—¿Por qué de repente lo quieres?

—Dije que lo devuelvas —repuse elevando el tono de voz.

Elevé el tono de voz.

—Verónica, esto es una empresa —dijo Leobardo con autoridad—, no un lugar para hacer escándalos.

Valeria se asomó detrás de él, y agitó la muñeca.

—¿Te refieres a este? ¿Por un simple brazalete vas a armar semejante escándalo? Solo lo tomé prestado porque me gustó el color. No te enojes, hermanita.

—Dije que me lo devuelvas —repetí, fulminándola con la mirada.

Valeria torció los labios y, a regañadientes, se lo quitó. Pero, al pasármelo, soltó la mano intencionalmente. El brazalete cayó al suelo y se partió en tres pedazos.

El mundo quedó en silencio, mientras, llorando, recogía los fragmentos.

Con todas mis fuerzas, le di una bofetada a Leobardo y salí de la empresa aturdida.

Él intentó seguirme, pero los sollozos de Valeria lo retuvieron.

Un día después, tiré todas las cosas de la casa de los Ríos que estuvieran relacionadas conmigo.

Afrontando el viento, abordé el barco rumbo a la Antártida, dejándole a Leobardo el informe de mi aborto, la carta de compromiso rasgada, y algunas otras cosas.

Ojalá le gustara esa «sorpresa».

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