Un Anhelo Sin Final

Carlos bajó la mirada y, después de un momento de reflexión, dijo:

—Después de todo, Laura me dio una hija, haré todo lo posible por protegerla, y Alba, ella me ama tanto que nunca me dejará. Además, en aquel momento rompió con la familia Flores para casarse conmigo, no tiene forma de retroceder.

Era pleno agosto, pero el cuerpo y el alma de Alba se sentían como si hubieran caído en un pozo de hielo.

Resultaba que su decisión de casarse con él, hasta rompiendo con sus padres, había estado dentro del cálculo de Carlos Sainz todo el tiempo.

Todas las dudas del pasado, en ese momento, encontraron su respuesta.

La familia Sainz, que nunca se había involucrado en proyectos benéficos, de repente creó una institución de caridad.

Carlos, que siempre encontraba a los niños molestos, era tan cariñoso con la huérfana Sofía en el orfanato.

No era de extrañar que últimamente hubiera mostrado tanto interés en adoptarla; de hecho, Sofía era la hija de él y Laura Escanes.

Alba levantó la vista hacia el sol deslumbrante y sintió un mareo intenso.

Sus piernas flaquearon y sus rodillas golpearon con fuerza el borde de los escalones.

Carlos, que estaba dentro de la casa, escuchó el ruido y salió corriendo; la levantó en brazos y la llevó adentro.

La colocó suavemente en el sofá, con un cuidado que parecía proteger un cristal frágil.

—Alba, ¿te sientes mal o algo? — Carlos preguntó.

Alba inclinó la cabeza, observándolo fijamente, intentando descifrar cuánta verdad y cuánta mentira había detrás de esos ojos llenos de amores.

Pero, no podía ver a través de ellos.

Al ver que ella no respondía, Carlos se inquietó.

—Alba, ¿escuchaste algo…?

Alba negó con la cabeza:

—Creo que me dio un golpe de calor, tengo mareo y náuseas.

Carlos claramente suspiró aliviado, se levantó y reprendió al chófer que la había acompañado.

—¿Cómo cuidas a la señora? Ve a cobrar tu salario de este mes y lárgate.

Alba levantó la mano para detenerlo:

—El sol estaba tan bonito que quise caminar de regreso por mi cuenta, no es culpa suya.

Carlos se agachó y sopló suavemente sobre sus rodillas ensangrentadas.

—Alba, eres demasiado blanda, demasiado buena.

Durante cinco años, ella había estado engañada, sumergida en la ilusión que Carlos había tejido.

De repente, Alba agarró su mano; aún no quería creer que el hombre que la amaba hasta los huesos pudiera engañarla.

Quizá el registro civil se había equivocado, quizá Carlos no lo sabía.

Aferrándose a esa última esperanza, dijo:

—Carlos, el certificado de matrimonio se dañó por nuestro gatito, ¿vamos a reponerlo?

En los ojos de Carlos pasó un instante de desconcierto, pero pronto recuperó la calma.

Apartó la cabeza, sin atreverse a mirarla directamente:

—Deja esos al abogado, tú preocúpate de recuperarte.

Alba cerró los ojos, completamente desesperada.