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No Seré Una De Tus Treinta Lunas
No Seré Una De Tus Treinta Lunas
Author: Crystal K

Capítulo 1

Author: Crystal K
Poco antes de mi ritual de unión, descubrí que mi Alfa, Damon, tenía treinta candidatas a Luna. Pasó un mes con cada una, calificándolas. Solo la que obtuviera la puntuación más alta se convertiría en su Luna.

Y yo, su Beta principal, su amante durante seis años, la mujer que le había dado todo, perdí contra una Omega dócil y sumisa.

La puerta de mi oficina se abrió.

—¡Elysia!

Una voz chillona resonó. Levanté la mirada. La Omega, Lydia, entró pavoneándose sobre sus tacones.

Su perfume empalagoso estaba mezclado con otro aroma que conocía demasiado bien. El de Damon. Olor a sexo.

—No tocaste.

Me ignoró, caminó a mi escritorio y dejó caer una cajita sobre él con un golpe seco.

—El Alfa me pidió que te trajera esto.

Su voz era dulce, venenosa, y demostraba una satisfacción arrogante.

—Dijo que has estado trabajando mucho últimamente.

Me quedé mirando la caja, inmóvil.

—¿No lo vas a abrir?

Lydia se inclinó hacia adelante, dejando que su aroma, una mezcla de ella y Damon, me envolviera.

—Es un collar muy bonito. Claro que no es tan caro como el de diamantes que me regaló anoche.

Mis dedos golpeteaban el escritorio.

—¿Anoche?

Mantuve un tono neutro, aunque sentí como si la palabra me rasgara por dentro.

—Así es.

Su sonrisa se ensanchó.

—Pasamos otra noche maravillosa juntos. Dijo que quería cogerme hasta matarme.

Sus palabras se clavaron en mi mente, creando imágenes horribles. Quería gritar, arrancarme esas escenas de la cabeza. Pero no podía.

Damon y yo nos conocimos en la Academia de Cambiantes de Forma.

Su presencia de Alfa era todavía pura entonces, indomable. Durante una sesión de entrenamiento, de pronto sentí la conexión entre nosotros.

Compañeros del Destino. Lo seguí hasta su manada, lo ayudé a asegurar su título de Alfa y me convertí en su Beta principal.

Durante seis largos años, compartimos su cama infinidad de veces.

Todos daban por hecho que yo era la Luna de la manada, que solo faltaba la ceremonia oficial. Yo también lo pensaba.

Pero durante seis años, cada vez que le preguntaba por la ceremonia, me daba largas. Decía que no era el momento adecuado.

Me estrechaba entre sus brazos, sus labios buscaban los míos y sus susurros eran como un bálsamo.

—Todavía no soy el Alfa más fuerte —murmuraba—. No puedo arriesgarme a perderte. El día que nuestra manada esté entre las tres mejores, te daré la ceremonia más grande que este continente haya visto. Le diré a todo el mundo que eres mi única Luna.

Y yo le creí. Así que trabajé todavía más duro, expandiendo el territorio y los negocios de nuestra manada.

Hasta que por fin llegó la noticia de la ceremonia.

Hasta que escuché a Damon por casualidad y descubrí que yo era solo una de sus treinta candidatas.

Y mi puntuación… Había perdido contra esta perra presumida que tenía enfrente. Esta Omega, Lydia.

Me levanté y caminé hacia el estante de armas al otro lado de la habitación. Estaba lleno de dagas y equipo de entrenamiento. Tomé una piedra de afilar y calculé su peso en mi mano.

—Tienes razón. Tú y Damon son la pareja perfecta.

Lydia creyó que admitía mi derrota. Levantó el mentón con aire de superioridad.

—Necesito entrar a la sala de guerra. Damon quiere que empiece a aprender los deberes de una Luna.

—Ten.

Le lancé la piedra de afilar. La atrapó por instinto y luego la miró, confundida.

—¿Y esto qué es?

—Una piedra de entrenamiento. Para que los cachorros se afilen las garras —dije, volviendo a sentarme. Mi voz sonaba aterradoramente tranquila—. Como te gusta tanto mi Alfa, te puedes quedar con él. Y con la piedra. Ser la compañera de un Alfa no es para débiles.

La cara de Lydia se desfiguró por la rabia.

—¿Cómo te atreves a insultarme?

—¿Insultarte? —La miré—. Solo estoy siendo generosa. Le doy algo que ya no quiero a alguien lo suficientemente desesperada como para aceptarlo.

Su mano, que sujetaba la piedra, empezó a temblar.

—¡Maldita! ¿Quién te crees que eres? ¡No eres más que una Beta acabada a la que están por desechar!

—¿Acabada? —dije con desprecio—. Entonces, ¿por qué estás aquí, esforzándote tanto por provocarme?

—¡Porque quiero que sepas que perdiste! —chilló—. ¡Damon dice que eres demasiado controladora para ser una Luna! ¡Él necesita una compañera tranquila y buena como yo!

Mi loba interior se agitó. Mi dominancia Beta la golpeó como una fuerza física, aplastando a la ingenua Omega.

La cara de Lydia palideció y su cuerpo empezó a temblar. Pero la rabia la volvió imprudente.

—¡Vete al diablo!

Me arrojó la piedra. La esquivé sin problemas. Se hizo añicos contra la pared detrás de mí.

Al segundo siguiente, ya estaba frente a ella. El chasquido de mi mano contra su mejilla fue duro.

Lydia se llevó la mano a la cara, mirándome con incredulidad.

—¿Me... me pegaste?

—Ese es tu castigo por faltarle al respeto a la Beta principal —dije, con una voz implacable—. La próxima vez, toca.

El odio ardía en sus ojos. Un hilo de sangre escurría por la comisura de su boca.

—¡Ya verás! —Retrocedió, con una mirada venenosa—. ¡El Alfa te hará pagar por esto!
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