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Capítulo 3

Author: Tania
Días después, y gracias a los cuidados de toda la familia, Bruno recibió el alta.

Mamá no paraba de ordenar cosas, papá llevó el auto hasta el hospital para evitar que su hijo diera un paso de más, y Violeta incluso le puso los zapatos.

De camino a casa, mamá refunfuñaba con molestia:

—Iván no tiene corazón, ni siquiera fue a ver a Bruno una sola vez en todo este tiempo, y mucho menos se disculpó.

—¡Ya verá cuando llegue a casa cómo le voy a dar su merecido!

Papá lanzó una mirada a mamá:

—Ya te lo dije, tenerlo en casa es un problema, tarde o temprano iba a pasar algo mal.

Al oír las palabras "dar su merecido", sentí una mezcla de emociones.

Me invadió un largo y amargo recuerdo.

Desde pequeños, mamá siempre prefirió a Bruno, exigiendo que yo le cediera en todo.

Todo porque el día que nació Bruno, derramé agua sin querer e hice que mamá se resbalara y tuviera un parto prematuro.

Ver a su hijo en la incubadora partió el corazón a toda la familia.

Papá, incluso, me dio una bofetada tan fuerte que me perforó el tímpano:

—Eres un gafe, Bruno casi pierde la vida por tu culpa.

Mamá, débil en la cama del hospital, abrió los ojos con dificultad.

Su mirada estaba llena de decepción hacia mí.

Y en la primaria, solo porque Bruno y yo nos peleamos por un auto de juguete, papá me golpeó tan fuerte que no pude salir de la cama en unos días.

Era mi juguete favorito.

Aunque en realidad era un regalo que papá me dio de propina al comprarle un presente a Bruno después de un viaje de trabajo, era mi tesoro.

Bruno tenía tantos juguetes que ni en varias cajas cabían, pero aun así eligió pelearse por ese.

Durante el forcejeo, de repente soltó un grito y se puso a llorar.

Mamá, angustiada, corrió a abrazar a Bruno y me gritó llorando:

—Iván, ¡por tu culpa Bruno ya ha sufrido demasiado! ¿Es que quieres acabar con él?

—No lo quise...

Antes de que pudiera explicarme, Bruno enseguida soltó unas lágrimas y dijo:

—Mamá, no te enfades, la culpa es mía, no debería molestarte peleando con Iván por un juguete.

Cuando papá llegó a casa y vio la escena, me agarró y empezó a pegarme directamente:

—Un niño de natural tan frío y desalmado como tú, más vale que lo tiremos a la basura.

—Tenerte en casa no trae más que desgracias.

Yo lloraba y le rogaba a papá que parara, pero cuanto más lloraba, más creía él que lo fingía, y más fuerte me pegaba.

Mamá y Violeta nos observaban desde lejos, con frialdad.

Era como si, para ellas, yo fuera un enemigo que mereciera morir apaleado por papá.

Desde aquel día, cada vez que hacía llorar a Bruno, recibía gritos y golpes de mis padres.

Con el tiempo, dejé de atreverme a competir con Bruno por cualquier muestra de cariño, dejé de intentar defenderme y me alejé.

Hasta hoy.

Hasta que me dejaron tirado solo en ese frío quirófano.
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