Valeria apretó los labios y entre dientes le dijo: —Anda pues.
Valeria pasó toda la noche en el hospital velando por Sofía y Santiago.
Mientras tanto, Sebastián y Carolina, que habían prometido volver enseguida, brillaron por su ausencia.
Valeria sentía un amargor profundo en el corazón.
En las fotos que Sebastián le había mandado por WhatsApp, se veía en casa preguntándole a Carolina sobre cada detalle.
Ya no la trataba como a una simple invitada ni como la madre de los niños.
¿Acaso él todavía la amaba?
Al principio pensó que Sebastián solo quería compensar a Carolina. Al fin y al cabo, ella era la madre de sus hijos y él se lo había explicado así.
Pero lo que él le había dicho hoy, "una madrastra siempre será una madrastra", junto con su actitud hacia Carolina, la hacían pensar que durante estos seis años solo había sido una niñera de lujo, cuyo único valor dependía de qué tan bien cuidara a los niños.
Si hizo todo bien, era la esposa perfecta; pero si algo salía mal, se convertía en la madrastra culpable.
Por más que luchara, jamás iba a ganarle a Carolina, quien tenía el título de madre sin mover un dedo.
Ya entrada la noche, a las nueve y media.
—Mamá, ya estoy bien, ¿podemos irnos a casa? —Santiago había terminado el suero y no quería quedarse en el hospital.
Valeria lo pensó un momento: —Bien, voy a hacer el papeleo para irnos. Tú y Sofía se quedan aquí quietecitos, ¿me prometen?
—¡Sí, claro!
Valeria no paraba de mirar hacia atrás. Estaba sola, sin ninguna ayuda, y Sebastián ni siquiera había mandado a alguien para que la apoyara.
Le daba pánico que se le fueran a perder los niños en el hospital, así que antes de irse le pidió a la enfermera de que cuidara a los niños.
Una vez que terminó con todos los trámites, pidió un taxi y se fueron a casa los tres.
***
La casa estaba toda prendida y había varios autos de lujo afuera.
Valeria se acordó de que Sebastián iba a recibir a unos amigos, así que seguramente había decidido hacerlo en casa.
—Mamá, ¿ese auto es muy caro? —Santiago señaló uno de ellos.
Valeria lo miró: —No tanto.
Para ella era normal ver autos así. Los coches que tenía antes, cualquiera de ellos valdría más que todos esos autos juntos.
Al entrar con los dos niños, Valeria se quedó paralizada por la escena y se le cayó el alma al piso.
La casa estaba llena de gente en plena fiesta. Desde afuera no se escuchaba nada, pero al abrir la puerta la recibió toda la bulla.
—¡Un beso! ¡Un beso!
—¡Vamos, Sebastián!
—¡Carolina, con esos hijos tan grandes y todavía te pones así de tímida!
Todos estaban en su mundo festejando, sin darse cuenta de nada. Solo los empleados notaron la llegada de Valeria, pero no se atrevieron a interrumpir al ver su cara.
Del lado del grupo, Sebastián y Carolina estaban frente a frente.
Carolina sonrió mientras regañaba a sus amigos: —¡Ya déjennos! Lo de Sebastián y yo ya es historia.
—Fue pura mala racha. Si no hubiera sido por todo ese lío, estarían viviendo su cuento de hadas. Vamos, hay que celebrar que Sebastián está en la cima y que se reencontró con su primer amor. ¡Dense un beso! —dijo Ricardo Navarro, amigo de Sebastián.
Al mencionar el pasado, Sebastián miró a Carolina, quien siempre parecía estar pensando en él, sacándolo de apuros.
Pero él nunca le había dado nada a cambio.
Carolina sonrió suavemente: —Mejor no toquemos ese tema. Ver todo lo que ha logrado Sebastián me llena de orgullo.
Las palabras de Carolina le removieron algo por dentro a Sebastián, y sin pensarlo se acercó hacia su mejilla.
—¡Un beso! ¡Un beso! —seguían gritando los demás, siendo Ricardo el más entusiasmado. Pero un amigo suyo de la infancia fruncía el ceño y no había dicho una palabra.
Todos esperaban verlos besarse, así que en ese momento guardaron silencio total, con miradas penetrantes.
De repente se hizo un silencio total, y la voz de Valeria cortó el aire: —¿Se divierten?
Sus palabras calmadas que les helaron la sangre a todos.
Sebastián reaccionó de golpe y se alejó de un salto. Carolina se quedó helada. Los había agarrado a todos totalmente desprevenidos.
A Valeria se le hizo pedazos el corazón. ¿Si no hubiera llegado en ese momento, se habrían besado?
A Sebastián no se le podía obligar a nada, así que si se había acercado a Carolina era porque realmente quería hacerlo.
Entonces sí seguía sintiendo algo por ella, y esta realización casi le quitó el aire a Valeria.
Ella se la pasaba sola con los niños mientras ellos juraban que iban a volver enseguida, pero aquí andaban de romancito ¡y hasta armando una fiesta!
Los amigos de Sebastián conocían poco a Valeria. En su opinión, ella era una cualquiera que se había pegado la lotería: se casó con el heredero más codiciado de Valparaíso y de paso se ganó dos hijos ya criados.
Al fin y al cabo, una mujer sin pedigrí, sin carrera, solo una ama de casa que únicamente tenía a su favor ser bonita. De lo contrario, ¿cómo más iba a conquistar al soltero más cotizado de Valparaíso?
Pero la realidad era que Valeria estaba casada con Sebastián, era su esposa. Lo que hacían estaba completamente fuera de lugar.
Ricardo soltó una sonrisita sarcástica: —Mira quién llegó. ¿No que estabas en el hospital?
Valeria esbozó una sonrisa ligera, mirando a Sebastián y Carolina: —Sí, estaba en el hospital.
"¿Y qué están haciendo ustedes?", pensó.
Eso los puso aún más incómodos.
Sofía estaba algo enojada: —Papá, ¿no que era solo un ratito con tus amigos y regresabas al hospital?
De igual manera, Santiago resopló: —¡A mí ya no me quieres! Casi me muero de alergia, pero prefieres estar con la que me hizo daño divirtiéndote. ¡Ya no te quiero!
Todos se miraron incómodos, completamente perdidos con lo que acababan de escuchar. Los niños habían puesto a Sebastián en evidencia de la peor manera.
Originalmente sí había planeado ir al hospital a ver a los niños, por eso hizo la reunión en casa, para después agarrar las cosas de los niños y volver al hospital.
Pero sus amigos no lo dejaron irse, Ricardo hizo que Carolina regresara, y ahí se le fue el tiempo.
Valeria miró a todos en la sala: —Me da mucho gusto recibir a los amigos de Sebastián en mi casa, pero espero que sepan comportarse. Carolina también es nuestra invitada y merece respeto.
Básicamente les había dicho sinvergüenzas pero con elegancia. Todos se dieron cuenta, pero se tuvieron que aguantar.
Valeria se dirigió súbitamente a Carolina: —Carolina, ¿acaso se te olvidó que Sebastián tiene esposa?
Nadie se esperaba esa reacción de Valeria, que siempre había sido tan dulce y sumisa, siempre sonriendo y aguantándose todo. Pero ahí estaba, atacando sin piedad delante de todos.
Sobre todo para Ricardo, que los conocía desde chicos. Para él, Carolina era la pobrecita que había que defender. ¡Valeria era la abusiva que se aprovechaba de todo y después se hacía la víctima!
Carolina se sintió perdida: —Lo siento, pero no...
Sebastián intervino: —Valeria, ya cálmate.
—¿Yo tengo que calmarme?
Se le llenaron los ojos de lágrimas a Valeria: —Yo me la paso sola en el hospital con los niños, ¿y ustedes aquí a punto de besarse tan tranquilos? ¿No tienen vergüenza?
Sebastián le gritó: —¡Ya basta!
Todos se callaron de golpe.
Valeria se quedó paralizada por su grito.
Sebastián la miraba furioso, todos observaban como si fuera un espectáculo, y los niños le gritaban "mamá".
Pero se acordó de su boda, cuando Sebastián la tomó de la mano y le prometió amarla.
Se entregó en cuerpo y alma durante seis años, ¿y para qué? Para que Sebastián la tratara como una simple madrastra y sus amigos la humillaran.
Se había puesto tantos roles diferentes, pero nunca se había preguntado qué sentía él realmente por Valeria, por ella misma.
Se le partió algo por dentro.
Después de seis años, ya era hora de dejar de ser la madrastra perfecta y la esposa modelo, y volver a ser ella misma.
Con lágrimas en los ojos, Valeria esbozó una sonrisa amarga: —Está bien, continúen.
A Sebastián se le apretó el pecho y trató de alcanzarla, pero Valeria se apartó, dejándolo con la mano extendida en el vacío.
Sofía la detuvo angustiada: —Mamá, ¿adónde vas? Llévanos a Santiago y a mí.
Sebastián finalmente reaccionó.
Se acercó para cargar a Santiago y tomar la mano de Sofía: —Los acompaño.
Carolina se acercó a los mellizos y los consoló suavemente: —Yo también estoy aquí.
Verlos actuar tan naturalmente juntos le confirmó a Valeria lo que ya temía: esta familia funcionaba perfectamente sin ella. Ahí estaba la verdadera familia de cuatro, y ella sobrando.
Del lado de la sala, Patricio Vega, el único que no había participado en las burlas, se levantó rápidamente: —Disculpa, Valeria. Ricardo bebió demasiado y habló sin pensar. No te enojes.
Ricardo quería refutar algo, pero Patricio lo fulminó con la mirada como diciéndole "¿no hemos causado suficiente problema?"
—Nos vamos ya. —Patricio arrastró a Ricardo hacia afuera, y los demás los siguieron.
Ya en el auto, Ricardo no pudo contenerse: —¿Qué te pasa? ¿Por qué regañas a Carolina? ¿Y le pides disculpas a esa mujer? Ella solo se aprovechó de la situación, ¿vale la pena respetarla?
Patricio le dijo al chofer que arrancara y agregó: —Si vuelves a hacer esto, no podremos seguir siendo amigos.
Ricardo no entendía nada: —¿Pero qué te pasa?
Patricio lo interrumpió: —Mira, no importa lo que pienses de Valeria, al fin y al cabo es la esposa de Sebastián. ¿Cómo va a estar Carolina viviendo en casa ajena? Y tú ahí de metiche insistiendo en que se besen, ¿te volviste loco?
Ricardo no creía estar equivocado: —¡Una cualquiera que se casó con Sebastián Jiménez debería besar el suelo! Además se ganó la lotería con esos niños tan buenos, para eso está, para cuidarlos. ¿De qué se queja?
—Porque ella se hizo cargo de dos niños que no eran suyos y los crió como si los hubiera parido. A ver, si fuera tu hermana, ¿crees que aguantaría tanto?
Ricardo iba a responder: —Si mi hermana fuera tan tonta de meterse de madrastra, yo mismo la...
Pero se cortó de golpe.
Valeria ya se dirigía hacia la salida cuando al pasar por el vestíbulo notó un celular olvidado en el estante de zapatos.
La pantalla mostraba una foto grupal de cuando Sebastián estaba en el colegio.
Lo que más le dolió ver fue que la camisa que llevaba Sebastián era idéntica a la de Carolina, parecía ropa de pareja.
Sebastián aún conservaba esa camisa. Aunque ya no le quedaba, la planchaba y la colgaba en el vestidor, sin permitir que ningún empleado la tocara.
Valeria sabía lo mucho que significaba esa camisa para Sebastián, siempre había pensado que era un regalo de su madre o algo así, pero jamás se imaginó que era ropa de pareja.
Descubrir eso la destrozó por completo.
A Valeria se le vinieron abajo las lágrimas, el dolor la dejó sin palabras y salió corriendo de la casa.
Sebastián la vio irse y le dijo a Carolina: —Descansa primero.
—¡Mamá! —Sofía y Santiago corrieron a alcanzar a Valeria.
Sofía alcanzó a Valeria a pocos pasos de la puerta. Con lágrimas corriendo por la cara, le dijo: —Me voy a casa de una amiga. Ustedes quédense tranquilos en casa.
—¡No! —Santiago la detuvo inmediatamente.
Sofía defendió firmemente a Valeria: —Si alguien se tiene que ir, que sea ella. ¿Por qué te tienes que ir tú? ¡Eres nuestra mamá, eres la dueña de esta casa!
Valeria se estremeció. Tenía razón, ella era la dueña de esta casa, pero Sebastián no paraba de humillarla.
Sebastián los había seguido y al escuchar a su hija entendió por fin que sus hijos odiaban a Carolina y adoraban a Valeria.
Recordó todas las noches que Valeria se había desvelado cuidándolos, su dedicación que todos habían presenciado durante años.
—Valeria.
Ella no levantó la cabeza.
Al escuchar su voz se transportó a esa mañana cuando se conocieron en el centro de entrenamiento. Valeria lloró aun más: —¿Todavía la amas?
El silencio de Sebastián fue toda la respuesta que necesitaba. Valeria sonrió con amargura.
Él dijo: —No importa lo que sienta, tú eres mi esposa y estamos casados.
A Valeria se le humedecieron los ojos: —¿Entonces para ti solo soy un deber? Tú...
Valeria, acostumbrada a que la adoraran desde pequeña, no podía soportar esta realidad.
El dolor era tan grande que se le cortó la voz.
Quería preguntarle: "¿Entonces te casaste conmigo solo para que te ayudara a cuidar a dos niños?"
De repente todo le quedó claro.
Se había equivocado en todo: no debió ignorar los consejos de su familia, ni entregar su vida entera a él y a sus hijos, ni abandonar su carrera y convertirse en una simple niñera a sus ojos. Una mala decisión tras otra.
Pensaba que sus padres eran una cadena que la ataba, por eso se liberó por él. Pero ahora entendía que ellos eran su verdadero respaldo, su valor como persona, y esta realización la hizo llorar aun más.
Sebastián frunció el ceño: —Valeria, tú...
En seis años de casada nunca había llorado así.
Ver a Valeria así lo afectó y tuvo ganas de consolarla.
En ese momento, Carolina los interrumpió: —Valeria, déjame explicarte, no te vayas todavía...
—¡Ah!
Carolina apareció de nuevo a pesar de que se había ido a descansar, bajó corriendo las escaleras y se torció el tobillo.
Al escuchar el grito, Sebastián se volteó bruscamente: —¡¿Carolina?!
Carolina se veía muy mal, sudando del dolor: —No puedo moverme, me duele...
Sebastián tomó a Carolina en brazos y corrió al auto, arrancó de inmediato hacia el hospital.
Valeria se quedó ahí escuchando cómo se alejaba el motor, sintiendo que el pecho se le entumecía del dolor. Todas sus ilusiones se derrumbaron de una vez.
***
Ya era medianoche. Como solo quedaba personal de servicio en casa, Valeria no se pudo ir y tuvo que acostar a los niños que estaban rendidos de cansancio.
Junto a las camas de los niños, Valeria acarició la manita de Sofía recordando cómo la había defendido. Aunque esos momentos le daban sentido a todos estos años, también entendió que los niños la tenían prisionera.
Sebastián apareció de repente en la puerta. Valeria lo miró en silencio.
—¿Ya se durmieron los niños?
—Sí. —Valeria se levantó y salió del cuarto de los niños.
Se puso de lado hacia Sebastián: —Tenemos que hablar.
Sebastián apretó ligeramente los labios, sin hacer ruido.
En la habitación principal, Valeria se sentó y fue directo al grano: —Divorciémonos.