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Capítulo 4

Author: Valentina
—¡¿Qué pasó?! —Valeria irrumpió jadeando en Urgencias del Hospital Infantil.

—Santiago tuvo una reacción alérgica por algo que comió. —Sebastián sonaba desesperado.

A Valeria se le fue el alma al piso: —¿Alérgica? ¿No les anoté todo lo que no puede comer? ¿No se fijaron?

Carolina se disculpó inmediatamente: —Fue mi culpa, no pensé que un poco de mango pudiera causarle alergia. Perdón, de verdad...

—Carolina lo hizo sin querer —intervino Sebastián—. Además, se nos traspapelló la lista que escribiste. Capaz que no estaba tan clara.

—¿Cómo que no estaba clara? —Valeria explotó.

¡Se sabía al pie de la letra todas las cosas que no podían comer los niños! Antes de dársela, había repasado la lista punto por punto para que no faltara nada. ¿Cómo era posible que no estuviera clara? ¿Y encima la perdieron?

Sebastián percibió un leve olor a alcohol: —¿Has estado bebiendo? ¿Cómo se te ocurre tomar con Santiago así?

Valeria le gritó furiosa: —Santiago salió contigo, y ahora me echas la culpa...

—¡Valeria!

Los ojos de Sebastián se endurecieron y le soltó: —En lugar de estar aquí echando culpas, deberías ir a ver cómo está Santiago. Total, una madrastra siempre será una madrastra.

Su corazón se desgarró en un instante. Nunca imaginó que Sebastián pudiera decir algo así...

Valeria se preguntaba: nunca había sido perfecta con Santiago y Sofía, pero se había desvivido por ellos. Y ahora Sebastián la trataba así solo por no herir a Carolina, como si ella tuviera la culpa de lo que le pasó a Santiago.

¿Para él sería solo una madrastra incompetente? Se le hizo tal nudo en la garganta que no podía ni hablar.

—¿Los familiares de Santiago Jiménez? Pasen, por favor. —gritó de repente una asistente médica.

Los tres entraron juntos a la oficina.

La doctora encargada era una mujer de unos cincuenta años que preguntó: —¿Quiénes son los padres?

—¡Nosotros! —Carolina de inmediato se agarró del brazo de Sebastián y se acercaron, haciéndose los padres preocupados.

Valeria permaneció atrás. Las formalidades le daban igual; su única preocupación era Santiago.

La doctora continuó: —Santiago ya tiene seis años y ¿todavía no saben qué puede comer? Las alergias no son juego, pueden ser mortales. Menos mal que comió poco, porque si hubiera sido más, no habrían llegado a tiempo para atenderlo.

Carolina bajó la cabeza apenada: —Es mi culpa.

—Y usted que es la madre... —la doctora no soportaba a los padres negligentes.

Carolina se sintió agraviada y ansiosa: —Es que... yo no los crié, no conocía sus alergias. Pero es raro que mis hijos sean tan alérgicos, ¿no cree que tiene que ver con su crianza?

Era obvio que Carolina quería responsabilizar a Valeria por la crianza de Santiago y Sofía.

La doctora explicó: —Las alergias de Santiago y Sofía pueden tener varias causas: el ambiente, la genética, pero sobre todo lo que comió la madre cuando estaba embarazada.

Carolina apartó la vista, sintiéndose culpable. Durante el embarazo, su familia atravesó momentos terribles que la dejaron destruida emocionalmente, así que comía de todo sin restricciones y hasta tomó alcohol.

La doctora captó la tensión y fue directo al grano: —¿Están divorciados? ¿Quién cuida a los niños?

Sebastián miró súbitamente a Valeria.

Valeria se acercó: —Doctora, soy... soy su madrastra.

La doctora la observó por un momento: —¿No sabía de las alergias de Santiago?

Valeria apretó las manos, decidida a no cargar con la culpa: —Claro que sabía. Carolina se los llevó y les dejé todas las indicaciones por escrito, pero se les perdió la lista.

Sebastián frunció el ceño ligeramente. Parecía no querer que Valeria culpara a Carolina.

Valeria no se preocupó por eso y se dirigió ansiosa a la doctora: —¿Está grave Santiago? ¿Sigue vomitando? ¿Tiene fiebre?

Al escuchar sus preguntas, la doctora supo que esta madrastra realmente se preocupaba por Santiago.

Por el contrario, Carolina parecía indiferente al estado de Santiago; ni siquiera se había molestado en preguntar cómo estaba.

La doctora le explicó todo a Valeria y al final le dijo: —Hay que ponerle suero y dejarlo en observación. Si todo sale bien, se pueden ir mañana.

—Bien. —Valeria suspiró aliviada.

La doctora fue dura con Carolina y Sebastián: —Si no saben cuidar a los niños, mejor no se metan. ¿Piensan que criar hijos es pan comido?

Carolina se sonrojó y salió llorando.

Camino a la habitación, se culpaba: —Sebastián, soy una pésima madre. Santiago está así por mi culpa.

Sebastián la consoló: —No te culpes, no conocías sus alergias. La doctora dijo que no era nada grave, ¿verdad?

Los tres entraron juntos a la habitación.

Valeria iba a acercarse a Santiago, pero Carolina llegó primero. Carolina y Sebastián se pusieron uno a cada lado de la cama, formando una imagen perfecta de familia.

—Santiago, fue mi culpa. Te prometo que de ahora en adelante voy a cuidarte mejor, perdóname. —Sebastián tomó la pequeña mano de su hijo, preocupado.

Santiago frunció el ceño, cruzó los brazos y miró a su padre con desdén; quería que solo su mamá estuviera cerca. Solo quería que estuviera su mamá.

Al ver esa escena familiar, Valeria se fue con Sofía y se sentó en el pasillo, donde la niña la abrazó: —Mamá, no estés triste. Si papá no está contigo, yo sí estoy contigo.

Al escuchar eso, Valeria se sintió peor: —No estoy triste, mi amor.

***

Mientras tanto, en la habitación, Carolina miraba a Santiago con cariño: —Dicen que los hijos se parecen a la madre. Fíjate en los ojos de Santiago, son iguales a los míos. Y Sofía tiene mi mismo carácter, es como verme cuando era pequeña.

Sebastián no pudo evitar pensar en la Carolina de antes, esa chica rebelde y valiente. Sofía era igual a ella en todo.

Asintió: —Se parecen mucho.

Carolina bajó la cabeza: —Qué pena que no quedó ni una foto de chiquitos.

La ruina familiar los obligó a vender todo tan rápido que apenas pudieron llevarse la ropa y los papeles.

Sebastián no olvidaría esos tiempos difíciles.

—No importa, tomaremos más fotos.

Carolina dijo con lágrimas en los ojos: —¿Te acuerdas cuando estaba embarazada y te las ingeniabas para hacerme esos fideos especiales? Me encantaban.

A Sebastián se le vinieron los recuerdos: —¿Todavía se te antojan?

—Ya no, eso quedó atrás —Carolina se secó la nariz y apartó la mirada—. Voy al baño.

Pero apenas dio unos pasos, Carolina se estrelló contra el pie de la cama.

—¡Carolina! —Sebastián la sostuvo rápidamente—: ¿Qué pasó?

Carolina palideció: —No es nada, estoy un poco débil. Han sido años difíciles y no me he alimentado bien.

Sebastián frunció el ceño: —¿Para qué insistes si estás mal? Te llevo a casa.

—No, ¿no te acuerdas de la cena con Ricardo y los otros? Ya es tardísimo. No estaría bien que los dos llegáramos tarde. Ve tú, yo me quedo con Santiago.

Sebastián pensó en cancelar la cena, pero Carolina insistió: —No puedes faltar, van a pensar que no quiero verlos. Dales mis saludos, y cuando termines, ¿me puedes traer mis cosas?

No era complicado. Sebastián pensó en cómo Carolina antes era tan sociable y divertida con sus amigos, pero ahora...

Sebastián aceptó: —Está bien, voy un rato.

—Perfecto.

Cuando Sebastián salió de la habitación, le dijo a Valeria que sostenía a Sofía: —Tengo una cena con Ricardo y otros amigos. Van a ir varios, tengo que estar. Vuelvo enseguida.

Valeria se dio cuenta de que solo le estaba avisando, así que asintió.

Después de que él se fuera, Valeria regresó a la habitación con Sofía.

Al ver que papá se había ido, Santiago se atrevió y echó a Carolina: —No necesito que me cuides, vete. Mi mamá me cuidará.

A Carolina le dolió la actitud de Santiago, pero se aguantó: —Santiago, me preocupa mucho que estés enfermo.

Cuando Santiago iba a decir algo más, Valeria se acercó: —Santiago, descansa bien.

Santiago apretó los labios, cerró los ojos y no dijo más.

Después nadie en la habitación volvió a hablar. Sofía no se separaba de Valeria, muy pegadas la una a la otra.

Carolina revisaba constantemente su celular, que vibraba sin parar.

Sofía levantó la cabeza: —Si tiene cosas que hacer, puede irse. No necesita quedarse con Santiago.

Para Santiago y Sofía, de seis años, las cosas eran simples: Valeria era su mamá porque los había criado. Ahora que esa mujer extraña amenazaba su mundo, la rechazaban por completo.

Al escuchar las palabras de su hija, Carolina respondió con voz suave: —No, no estoy ocupada. Tu papá me está escribiendo porque le pedí que me trajera mis cosas.

Después de decir esto, le mostró deliberadamente su celular a Sofía.

En ese momento, a Valeria se le encogió el corazón.

Como Sofía y Valeria estaban sentadas juntas, aunque Valeria trataba de no mirar, inevitablemente alcanzó a ver los mensajes cariñosos de Sebastián... dirigidos a otra mujer.

Un minuto después, Carolina se sonrojó ligeramente y habló con cierta timidez:

—Disculpa, Valeria. Sebastián no encuentra mis cosas... ya sabes, son cosas de mujer. Voy rápido a buscarlas. ¿Podrías quedarte con él un ratito?
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