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Capítulo 4

Author: Gancanjo
Sofía creyó que me había rendido, y eso solo infló más su ego.

Durante la fiesta no me mostró ni tantito respeto. Cada cosa que decía era una burla, una crítica tras otra.

Al día siguiente publicó fotos en un jet privado, con una nueva ubicación marcada en sus redes.

Aunque en esta vida su jefe no la había despedido, la empresa no tardó en venirse abajo por culpa de la competencia.

Y cuando se investigó lo ocurrido, terminó saliendo a la luz que todo había sido culpa suya.

En poco tiempo, la compañía se declaró en quiebra y todos terminamos sin trabajo.

Mientras maldecíamos a Sofía por lo que había hecho, también corríamos desesperados buscando empleo donde fuera, como fuera.

Sofía, tan rencorosa como siempre, se encargó de que nadie me contratara en toda la industria.

Poco después, recibí un mensaje suyo:

“Catalina, ¿quién te crees que eres para poner a todos en mi contra? Sé perfectamente que andan diciendo que estoy loca, y seguro fuiste tú quien empezó esos rumores. En dos meses nacerá mi hijo, y yo seré la mujer más respetada del mundo. Si vienes a pedirme perdón, a lo mejor te dejo limpiar mi castillo.”

Me reí con una mezcla de rabia y desprecio antes de contestarle:

“¿De verdad no lo ves, Sofía? ¿Crees que la familia real te valora a ti o a tu hijo? No eres más que una incubadora... así que deja de ladrar.”

Sofía, fuera de sí, me llamó enseguida. Su voz era tan aguda que casi me perfora los oídos.

—¡Cállate! —gritó—. ¡Mi amor me valora a mí y a nuestro hijo! ¡No cualquiera puede tener un hijo suyo! Si de verdad tienes agallas, ven el día que dé a luz. Quiero que veas cómo todos me admiran. ¡Ahí vas a entender quién es la ridícula!

Durante los días siguientes, seguí buscando trabajo sin éxito, mientras la rabia me consumía por dentro.

Al final decidí usar los ahorros que tenía para el bebé. Tomarme un respiro, despejarme un poco... y ver con mis propios ojos cómo Sofía enfrentaba las consecuencias.

—Muy bien —murmuré con una sonrisa helada—, esperemos a ver qué pasa.

Dos meses después, llegué.

Sofía envió a su mayordomo a recibirme.

Desde la habitación de parto, se escuchaban sus gritos desgarradores, y la voz de Andrés, fría y seca, ordenándole al médico que le aplicara una droga peligrosa para inducir el parto.

Su respiración era entrecortada y sus ojos brillaban con una emoción extraña, casi febril.

—¡Rápido! ¡Que dé a luz de una vez! —ordenó Andrés con impaciencia.

Los miembros de la familia real que estaban presentes presionaban al médico para que practicara una cesárea de inmediato y sacara al bebé.

Toda la atención estaba puesta en el niño; a nadie le importaba la vida de Sofía.

Finalmente, el bebé nació... y Sofía casi perdió el conocimiento.

Andrés entró al cuarto con paso firme, pero ni siquiera la miró. Ella yacía en la cama, pálida, apenas respirando.

Los miembros de la realeza aplaudían y celebraban, pero ninguno se acercó a ayudarla. La ignoraban por completo.

Era exactamente igual a lo que me ocurrió a mí después de dar a luz en mi vida pasada.

De pronto, la conversación entre el médico y Andrés llegó hasta los oídos de Sofía.

Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, soltó un grito desesperado:

—¿Qué? ¿Cómo pueden hacerle eso a mi hijo?
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