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Capítulo 3

Penulis: Luna Bianchi
Volví a despertarme, en el suelo, esta vez por el brusco y frío chorro de agua que me arrojaron.

Frente a mi, estaba Vincenzo con una cara que reflejaba el más puro desprecio hacia mí.

—Ya estás despierta, no sigas haciéndote la víctima. —dijo mirándome desde lo alto. —Sabes perfectamente que mañana voy a anunciar al heredero y lo de Lucia, pero aún así insistes en irte a otra ciudad. ¿Acaso quieres que todos piensen que Lucia te intimida?

—Señora, sé que usted me odia. Puedes vengarte de mí. Pero, ¿por qué dejas que la señora Giulia me arrebate a mi hijo? Esa asistente, antes de que la arrastraran de aquí, seguía gritando y diciendo que la señora Giulia iba a regresar para gestionar los papeles, entregarte a mi hijo, que yo no merecía ser la madre del heredero… —dijo Lucia.

Cuando iba a responde, abrí mi boca pero mi garganta no dejó escapar ninguna palabra. Desesperada solo podía mover la cabeza de un lado a otro, y con una voz temblorosa, supliqué:

—Yo… no… llévenme al al hospital… el bebé… está a punto de morir…

—¡Sigues mintiendo! Vincenzo frunció el ceño molesto. —Mi madre salió tan preocupada del hospital que hasta dejó al abogado trabajando durante toda la noche. ¿No has sido tú quien la ha estado incitando a hacerlo? ¿Crees que, robando el hijo de Lucia, ahora lograrás quedarte con el puesto de ser la madre del heredero? ¿Ya no habías dado a luz ayer? ¿Vas a seguir fingiendo que estás en una situación crítica para dar a luz, solo para que sienta lástima por ti? ¡Ni lo sueñes!

El dolor recorría cada parte de mi cuerpo; la sangre ya se había detenido, secándose en mi piel y en la ropa, desprendiendo un mal olor a fétido y metálico.

Lucia se tapó la boca, como si tratara de contener el vómito, con lágrimas en los ojos:

—Ailora, sabes perfectamente que después de dar a luz no soporto el olor a sangre. Y aún así no te limpias, ¿acaso lo haces a propósito para darme asco y hacerme desmayar, verdad? —decía llorando con un rostro completamente pálido, acurrucada en los brazos de Vincenzo, provocando la compasión de cualquiera.

—Mírate ahora mismo, —dijo Vincenzo con desprecio— pareces una loca, apestando por todas partes. ¡Eres una vergüenza para la familia Moretti!

Y con un gesto, ordenó a los guardias que siguieran echándome cubos de agua fría, hasta que mi rostro se puso pálido y mi cuerpo comenzó a temblar, perdiendo completamente el calor que me quedaba. Solo entonces dio la orden de detenerse.

Lucia acurrucada en sus brazos, suplicó entre sollozos:

—Señora, se lo ruego, no me separe de mi hijo… Si insiste en quitarme a mi hijo, entonces me lanzaré por esta ventana.

Se preparó para saltar pero Vincenzo la sostuvo de inmediato entre sus brazos.

Completamente irritado, se giró y de una patada apartó mi mano, que seguía aferrada a su pierna. Se inclinó sobre mí, y con voz baja pero llena de furia me dijo:

—No creas que manipulando a mi madre, seguirás siendo la madre del heredero como antes. ¡Ya he ordenado bloquear la mansión familiar! Por muchos planes que tengan, ¡no van a lograr nada! Y por cierto, en cuanto a ti… te lo he advertido miles de veces, que no vuelvas a meterte con Lucia y su hijo. Pero, ¡no me haces caso! Así que tendré que emplear otros métodos para que me entiendas.

Se giró y, con autoridad y una voz seca, ordenó a los guardias:

—Ella hostigó a Lucia hasta hacerla querer tirarse por la ventana; debe pagar por eso. Vayan, desconecten el respirador de su padre y arrójenlo desde lo alto del edificio.

—Vincenzo —grité desesperada, — ¡Estás loco! ¡Ese es mi padre! ¡Él te salvó la vida!

—¿Y qué? —Vincenzo dijo con una risa despectiva— Para meter a alguien como tú en la familia Moretti y hacer de tu hijo el futuro padrino, él se jugó todo para salvarme. Obligándome a casarme contigo, y lo hice. Nos casamos, quedaste embarazada de mi hijo, pero aún así no diste a luz a mi primogénito, por inútil. Ya he pagado mi deuda, ahora ya no te debo nada.

¡Hazlo! —ordenó.

Desesperada, me lancé hacia los guardias para detenerlos, pero me empujaron con brutalidad , haciendo que me cayera al suelo y me golpeara con fuerza.

La sangre que ya se había detenido, por el impacto de la caída comenzó a salir nuevamente, cubriendo el suelo de rojo brillante en un instante. El dolor me hizo gritar con tal fuerza que sentí que me desgarraba la garganta, mientras me encogía en el suelo.

Vincenzo que se acercaba para arrastrarme, de pronto se detuvo al ver mi vientre, abultado y expuesto por los golpes. Luego vio el charco de sangre que se extendía por todo el suelo, y se puso pálido de inmediato.

Instintivamente, se lanzó hacia mí, me abrazó y miró a Lucia, exigiéndole respuestas.

—¿Qué está pasando? ¡Te dije que te encargaras del parto de Ailora! Y, ¡me dijiste que había dado a luz ayer, que el bebé ya estaba en la sala de recién nacidos! ¡¿Entonces, por qué su barriga sigue tan grande?! ¡¿Por qué sigue sangrando?!

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