LOGINÉl susurró el nombre de ella novecientas noventa y nueve veces mientras dormía. Nunca el mío. Durante cinco años, le di todo a Vincent Bonanno, el heredero de una de las dinastías mafiosas más poderosas de Europa. Hice de su casa un hogar, recordé cada detalle descuidado que soltaba e incluso abandoné mi sueño de convertirme en artista, creyendo que un día, finalmente, me elegiría. Pero cada vez que aparecía Alessia, su lealtad se inclinaba hacia ella. La noche en que el fondue hirviente me dejó cicatrices en los brazos, él se apresuró a protegerla de un rasguño que apenas le enrojeció la piel. En público, su mirada nunca se quedaba conmigo, en cambio solo se perdía en ella. Yo era la esposa ante la ley, más nunca lo fui en la práctica. Así que me marché. Solo con una maleta, los papeles del divorcio que firmó sin darse cuenta y un secreto que nunca planeé compartir: tenía tres meses de embarazo. Él se dio cuenta demasiado tarde. Para ese momento, el divorcio ya era real, al igual que el expediente de la clínica. Y para cuando se dio cuenta, yo había desaparecido. En aquel momento, el hombre que alguna vez gobernaba ciudades con un poder despiadado, estaba dispuesto a poner el mundo patas arriba para encontrarnos. Él tenía soldados, dinero y mil disculpas que nunca me dio cuando yo todavía era su esposa. Pero yo ya no era la mujer que suplicaba por su afecto. Era una madre, una artista y una sobreviviente. La pregunta no era si Vincent podía alcanzarme. La cuestión era si, cuando lo hiciera, alguna vez lo dejaría volver a la vida que destruyó.
View MoreEl embarazo trajo su propio ritmo: náuseas matutinas, antojos a horas imposibles y la incesante determinación de Vincent de estar presente en cada momento. Nunca se quejó. Si yo quería pasta en la madrugada, él aprendía a hacerla. Si me despertaba en medio de la noche, inquieta y con el cuerpo pesado, él me daba masajes en la espalda en círculos hasta que volvía a conciliar el sueño.Nuestra hija se alegró mucho con la noticia. Poniendo sus pequeñas manos sobre mi vientre como si ya pudiera sentir el latido del hermanito o hermanita que llevaba dentro. —Bebé —susurrába ella, y luego se volvía hacia Vincent con los ojos serios—. Papá, cuida de mamá.Y él lo hizo. Todos los días.Hubo momentos en los que lo puse a prueba, medio inconscientemente, esperando ver si se cansaba, si el hombre que yo conocí antes reaparecería con su distanciamiento y frialdad. Pero, en cambio, me sorprendió. Él mismo pintó las paredes del cuarto del bebé, de un azul pálido y un crema cálido, canturreando desaf
Medio año pasó con un ritmo extraño. Vincent y yo orbitábamos el uno alrededor del otro como dos planetas, nunca chocando ni soltándonos del todo.Nunca presionó ni exigió nada. En cambio, simplemente se quedó, apareciendo en los momentos adecuados, aprendiendo de mis silencios y de la risa de mi hija.Para diciembre, nuestro frágil acuerdo se había convertido en algo más. Esa Navidad, la primera nevada de la temporada cubrió de escarchas la ciudad. Me encontré cocinando una pequeña cena y poniendo tres lugares en la mesa.Cuando Vincent llegó a la puerta con un árbol bajo un brazo y una sonrisa traviesa en el rostro, no lo despedí.—Quédate —dije, sorprendiéndome a mí misma.La forma en que se iluminaron sus ojos fue como si le hubiera dado el mundo entero. Colgó adornos con mi hija, dejándola sentarse sobre sus hombros para coronar el árbol con una estrella de papel.Su risa llenó el apartamento, y cuando ella lo llamó papá sin dudar, me miró de reojo, esperando una corrección, pero
Adentro, todo estaba... a la vista.La sala de estar era cálida y sencilla, la luz del sol se acumulaba en una alfombra de lana que parecía del color de la espuma del mar, el tono exacto que alguna vez le dije que me calmaba.En la encimera de la cocina, había una pila ordenada de mis cuadernos de bocetos favoritos y barras de carboncillo; en el refrigerador, caldos y pan recién hecho, fruta ya lavada, un frasco de aceitunas de la pequeña tienda siciliana a la que solía ir al atardecer. Sin mariscos y sin ajo.El cuarto de mi hija me conmovió.Había estanterías bajas para que ella las pudiera alcanzar por sí misma. Una alfombra con constelaciones pintadas, una lámpara nocturna en forma de estrella que proyectaba una galaxia en el techo, ropa de cama en tonos rosados pálidos y melocotón sin un solo rastro de rojo.En la cómoda, un conejo de peluche blanco, el gemelo del que ella había abrazado en el hospital.En la mesa del comedor, una sola nota escrita con la letra cuidadosa y poco fa
Desperté con el suave clic de un monitor y el silencio antiséptico de una habitación de hospital. Tenía la garganta seca y me dolían los pulmones cada vez que respiraba; el humo tiene la costumbre de quedarse dentro de uno incluso después de que se apagan las llamas.Una pequeña y cálida presencia se acurrucó a mi lado, era mi hija. Sus pestañas estaban pegadas por las lágrimas y tenía la mejilla rosada en la parte que había estado recostada contra mi bata.Vincent estaba allí.No en la puerta, ni rondando como un extraño, sino a mi lado de la cama con una paciencia que no se podía fingir. Se había subido las mangas de su camisa blanca hasta los antebrazos.Una taza de agua tibia esperaba sobre la mesa con una fina rodaja de limón flotando como una moneda pálida: sin miel, porque recordaba que no me gustaban las cosas dulces en la mañana.Subió lentamente la cabecera de la cama hasta que el dolor en mi pecho se alivió.—Con calma —dijo, con voz ronca—. Traga con moderación.No me presi
Después de la exposición, Vincent no se detuvo. Todos los días, llegaba algo a la villa: flores, libros y juguetes para mi hija. A veces, se paraba del otro lado de la valla de hierro, esperando hasta que ella lo notara.En el momento en que ella corría hacia él con su risa llenando el aire, él se agachaba, imitando cada gesto suyo y sus manos reproducían sus juegos a través de las frías barras.Intenté ignorarlo y recordarme a mí misma los años de indiferencia y traición, pero la forma en que la cara de mi hija se iluminaba cada vez que lo veía... aflojó algo dentro de mí que había estado luchando por mantener sellado.Cuando ella no estaba en casa, él ya no se escondía detrás de regalos o juguetes. Llamaba a la puerta de la entrada, su voz era baja y, de forma inusual, insegura.—Valentina, lo siento.Me negué a dejarlo entrar, pero de alguna manera siempre encontraba la forma de hablar. —Necesito que sepas... que estuve equivocado. Te hice daño de formas que no puedo deshacer. Pero
Me había prometido a mí misma que después de la graduación, tendría mi primera exposición individual. Y en ese momento, estaban allí: todos los lienzos colgados, todos los focos ajustados y todas las invitaciones enviadas.Cuando mi amiga me entregó la lista final de invitados, mis ojos se detuvieron en un nombre, Vincent.Por un momento, se me hizo un nudo en la garganta. Pensé que me asustaría, que querría huir y esconderme. Pero, en cambio, no sentí nada agudo, solo una calma silenciosa. Me sorprendí a mí misma. Hace años, la idea de volver a verlo me habría deshecho, pero en ese momento me di cuenta de que finalmente había dejado de aferrarme a él.La galería se llenó rápidamente, el aire vibraba con conversaciones y burbujas de champán. Me moví entre los invitados con una sonrisa, presentando cada obra.Y luego lo sentí antes de verlo, esa presencia familiar que se apremiaba contra mi piel.—Valentina.Su voz me congeló por un instante. Me di la vuelta lentamente, encontrando los
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