Share

Capítulo 2

Author: Lita Candela
La pálida luz del amanecer iluminó la modesta casa y, con ella, a la perla empolvada que él sostenía en sus brazos.

Cintura delgada, piernas largas. Su piel no era tersa, pero irradiaba una fuerza vital que resultaba imposible de ignorar.

—Clic.

Bruno le lanzó una prenda de ropa.

—Póntela.

Viendo la situación del día anterior, cualquiera habría adivinado su destino, pero él no había movido un dedo.

Nadie en su sano juicio habría vuelto a pedirle ayuda. Pero ella lo había alcanzado, usando nada más que sus piernas.

Samantha lo miró, confundida.

—¿Seguro que no me quieres?

Bruno se rio despectivamente.

—No me interesan las muñecas de lodo.

Entendió lo que quería decir. La consideraba sucia.

—¿Y si me limpio, entonces sí me vas a querer?

La pregunta tan directa, y la mirada en sus ojos que no delataba vergüenza alguna, dejaron a Bruno sin palabras. No reaccionó hasta que la brasa del cigarrillo le quemó los dedos.

Volvió en sí y rio entre dientes.

—Depende de mi humor.

La tela de la prenda que sostenía era de una suavidad y ligereza que nunca antes había sentido. Sin dudarlo más, Samantha se cambió de ropa ahí mismo, frente a él.

¿Has visto alguna vez a un lobo del desierto? Así era como ella lo miraba ahora: como un lobo hambriento que de pronto encuentra su presa, con el temor de que desapareciera si parpadeaba.

Recargado con pereza en la cabecera de la cama, soltó un aro de humo. La neblina grisácea ocultó la intensidad de su mirada calculadora.

Bruno preguntó:

—¿Cómo te llamas?

—Samantha.

Respondió, esforzándose por parecer frágil, tal como creía que él esperaba.

Sabía que él no era una persona común. Su ropa, su forma de hablar… todo en él transmitía una distinción que ella jamás había visto.

Él sentía curiosidad por ella. En su viaje, rara vez se había encontrado con alguien que hablara un español educado y sin acento.

—¿Cuántos años tienes?

Por miedo a que la considerara demasiado joven, Samantha mintió:

—Cumplo veinte en mi próximo cumpleaños.

Sonrió.

“Diecinueve son diecinueve. Y ahora sale con que ‘cumplo veinte en mi próximo cumpleaños’. Qué complicada es”, pensó.

Apagó el cigarrillo y se levantó para salir. Temiendo que la abandonara, ella no le quitó la mirada de encima ni un segundo.

En cuanto lo vio dirigirse a la puerta, se abalanzó sobre él.

El impulso la hizo chocar contra su espalda y lo empujó medio paso hacia adelante. Bruno bajó la mirada hacia las manos de ella, que se aferraban con fuerza a su cintura.

Su tono fue duro y cortante.

—Suéltame.

Ella tenía una fuerza sorprendente. Pegada a su espalda, negó.

Tras un momento de tensión, cedió.

—Espérame en el auto.

La inquietud no desapareció de sus ojos. Su voz se volvió áspera.

—Mira, a ti te puedo dejar aquí, pero al auto no. Si no me crees, entonces no vengas conmigo.

Al escuchar eso, lo soltó. Con un gesto nervioso, le sujetó la manga.

—Te creo. Por favor, no me dejes.

Despejó el asiento del copiloto, le aventó una botella de agua y un poco de pan, y luego se dirigió a la casa del aldeano con el que había acordado recoger provisiones.

Muerta de hambre y sed, Samantha devoraba la comida sin dejar de vigilar la espalda de Bruno a través de la ventanilla mientras se alejaba.

Para salir de allí, tendrían que cruzar el Desierto de Altar. El agua era un recurso escaso.

No se atrevió a terminársela. Solo bebió unos sorbos para humedecer la garganta y guardó el resto para más adelante.

Bruno había comprado mucha gasolina. La parte trasera del Jeep modificado estaba repleta de suministros, suficientes para que ambos sobrevivieran una semana.

Apenas habían salido cuando Samantha distinguió a lo lejos unas figuras conocidas. Se puso tensa.

En un parpadeo, se había encogido en el espacio para los pies del copiloto, cubriéndose con una prenda. Su flexibilidad asombrosa sorprendió a Bruno.

Sonrió fugazmente.

—No te escondas. No nos van a alcanzar.

Al escucharlo, ella asomó sus ojos oscuros y brillantes por debajo de la ropa. Al verlo tan calmado, dudó un momento antes de volver a sentarse correctamente.

Pero no apartó la mirada del retrovisor.

Solo cuando estuvo segura de que los aldeanos se habían quedado atrás, pudo respirar tranquila.

Miró su reloj. Ya había pasado la hora que el cacique había fijado para la boda. Sintió que la tensión que la agobiaba se aflojaba un poco.

Sentada en el Jeep, contemplando el desierto que una vez había caminado durante días y noches sin poder escapar, le costaba describir lo que sentía en ese momento.

Había soñado tantas veces con que le crecieran alas para poder huir de aquella tierra desolada que la tenía prisionera.

Y en ese momento, era como si le hubieran salido.

La música que sonaba en el auto le llenó los ojos de lágrimas.

“El horizonte, un susurro en sueños.

Mil caminos, y sola los andarás…”

***

Era muy callada. Mientras Bruno no hablara, Samantha podía permanecer en silencio indefinidamente.

Durante cinco días seguidos, durmieron en el auto.

En la sexta noche, la necesidad de orinar despertó a Bruno. Al girar la cabeza, se encontró con unos ojos brillantes y alertas que lo observaban.

Admiraba su energía.

—¿No duermes?

No se parecía en nada a las mujeres de su clase social, casi todas unas consentidas.

Samantha negó en silencio.

En el desierto, no era raro que aparecieran lobos hambrientos en medio de la noche. Tenía miedo de que, si ambos se quedaban dormidos, no pudieran reaccionar a tiempo ante el peligro.

Bruno no se molestó en convencerla. Se bajó del auto y fue a la parte de atrás para orinar.

Apenas se estaba bajando el cierre cuando vio que ella se había bajado también y estaba de pie a su lado, con los ojos muy abiertos.

Se quedó inmóvil por un instante. Luego, a Bruno se le escapó una risa.

—¿No te da vergüenza?

El cielo nocturno del desierto era brillante. No se necesitaba luz artificial para ver con claridad los alrededores.

Samantha lo pensó un momento y negó.

Bruno no tenía la costumbre de que lo observaran mientras orinaba.

Con una mano, le giró la cabeza hacia otro lado.

Se alejó unos pasos más antes de volver a bajarse el cierre.

Bajo el manto de la noche. Unos puntos de luz verdosa se acercaban a su posición.

Samantha acababa de subirse al techo del auto cuando vio unas sombras agazapadas detrás de una duna. Su grito rasgó el silencio.

—¡Cuidado, lobos!

La duna era alta y creaba un punto ciego en la oscuridad; desde donde estaba Bruno, era imposible ver las sombras.

Desenvainó con rapidez dos cuchillos que llevaba en las botas. El destello plateado en sus manos y la dureza de su mirada hicieron retroceder a dos de los lobos.

Pero la manada, enloquecida por el hambre, no estaba dispuesta a rendirse. Lo rodearon, acechándolo por ambos flancos, codiciando su carne.

Al ver que más sombras se movían en la oscuridad, esperando el momento de atacar, ella saltó del techo y corrió hacia ellos.

Sorprendido de que se lanzara al peligro con las manos vacías, Bruno la jaló bruscamente para ponerla detrás de él.

—¡Estás loca! ¡¿Cómo se te ocurre venir así, sin nada para defenderte?!

La determinación brillaba en los ojos de Samantha.

—¡No estoy loca! ¡No quería que te hicieran daño!

Bruno la miró con una actitud indescifrable. Apenas se conocían de unos días. ¿Valía la pena que arriesgara su vida por él?

Las bestias hambrientas volvieron a la carga. Con un movimiento rápido, él le pasó uno de los cuchillos.

—Toma.

Con el arma en la mano, Samantha esperaba el momento oportuno para atacar mientras él se enfrentaba a los lobos.

Otro lobo apareció por detrás de la duna y se lanzó hacia Bruno.

Ella se arrojó sobre la bestia sin dudarlo.

El cuchillo rasgó el hocico del animal, pero los colmillos de este se clavaron en su muñeca.

La mirada de Bruno se volvió seria.

—¡Samantha!

—¡Estoy bien!

Tiró con fuerza para liberar el cuchillo ensangrentado y se volteó hacia él con una sonrisa. El brillo de sus ojos eclipsaba a las estrellas.

Media hora después.

Mientras observaba a los últimos lobos huir, cojeando y heridos por los ataques de Bruno, no pudo evitar admirar su destreza: era rápido, letal y preciso.

—¡Eres increíble!

Criado desde niño en la opulencia y entrenado para ser ágil, los lobos, aunque temibles, no habían sido un verdadero rival para él.

Lo que no esperaba era que Samantha se hubiera lanzado a salvarlo sin importarle morir. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que alguien lo protegió?

Las emociones que había reprimido con tanto esfuerzo durante meses estallaron, impulsadas por el ritmo frenético de su corazón, que aún latía con la adrenalina del combate.

Fijó la mirada en la herida de ella. Su voz sonó ronca.

—¿No te duele?

Intentó tomarle la mano para revisarlo.

—No, no duele. ¿A ti no te mordieron? Déjame ver…

Los ojos oscuros de Samantha se abrieron de par en par. Su contacto fue la chispa que encendió algo incontrolable dentro de él.

Le sujetó el mentón, robándole el aliento. En el beso de ese sujeto, sintió una fuerza más aterradora que la de las fauces de un lobo.

Sintió… Que iba a devorarla.

Continue to read this book for free
Scan code to download App

Latest chapter

  • Rosa Del Desierto   Capítulo 30

    De un momento a otro, todas las miradas se clavaron en Samantha y su compañero.Los gerentes de ambos se apresuraron a intervenir, aclarando que eran pasantes y que reforzarían su capacitación sobre los protocolos de la empresa.Bajo el escrutinio de los presentes, Samantha se encontró con la oscura e insondable mirada de Bruno, sin comprender el motivo de esa hostilidad inesperada.Afortunadamente, apartó la mirada enseguida, pero su expresión se volvió seria, proyectando un aura que intimidaba.La junta matutina concluyó, dejando una sensación de nerviosismo en el aire. Bruno fue el primero en salir de la sala de juntas.Como también eran pasantes, Samantha y el joven se quedaron hasta el final. Gracias a su plática entusiasta, ella se enteró de que se llamaba Daniel. Estudiaba Finanzas en la Universidad Sterling y apenas la semana pasada había comenzado su pasantía en Grupo Diamante.Era un chico extrovertido, así que no tardó en preguntarle:—Por cierto, ¿cómo te llamas? ¿Tú tambié

  • Rosa Del Desierto   Capítulo 29

    —Chávez pidió el día. Acompáñame a la junta de la mañana.Samantha se quedó confundida. Según el protocolo del Grupo Diamante, una interna como ella no tenía por qué asistir a la junta directiva de la mañana. Pero tampoco estaba en posición de negarse.Con un cuaderno nuevo en mano, siguió a Alexa Vega, la gerenta, hasta la sala de juntas y tomó asiento en el lugar más apartado.Puntual, Bruno entró a la sala, vestido con un traje impecable. Al sentarse, los diamantes incrustados en su reloj de lujo atraparon la luz, emitiendo destellos discretos.—Empecemos.Su voz indiferente bastó para que una tensión inmediata se instalara en la sala. Uno por uno, los directores de área comenzaron a presentar sus informes de manera metódica.Desde su asiento al final de la mesa, Samantha lo observó a la distancia. Tenía una presencia imponente, casi inalcanzable. Un aura de autoridad tan marcada que lo aislaba, haciendo que la gente evitara por instinto cruzar su mirada.El colega sentado a su lado

  • Rosa Del Desierto   Capítulo 28

    Pasaron dos días. Samantha no volvió a ver a Bruno.Durante el fin de semana, empacó la ropa que él le había preparado. Se llevó las prendas que ya había usado y dejó las nuevas en el vestidor.La vez pasada había elegido un departamento cerca de la Universidad Sterling. Estaba a solo unas cuantas paradas de autobús y el residencial quedaba saliendo de la estación, lo cual era bastante práctico.Al entrar con la clave, descubrió que el supuestamente pequeño departamento del que le había hablado el asistente de Bruno tenía más de doscientos metros cuadrados. La decoración era elegante y minimalista, muy al estilo de Bruno.No le pidió a David que contratara a nadie para redecorar. Tener un lugar donde vivir ya era suficiente; el estilo no le importaba.Los muebles eran de la misma marca que los de Skyview. Incluso en el balcón había un sillón idéntico al que tanto le gustaba.Le dio un vistazo rápido a la distribución: tres recámaras y dos áreas comunes. Aparte de la suite principal, qu

  • Rosa Del Desierto   Capítulo 27

    Ella se mantuvo cabizbaja, sin responder.—Si me permite un comentario, el señor Fuentes es generoso.Lo sabía de sobra.Bruno le había organizado cada paso de su futuro.Después de todo, se había acostado con un hombre tan atractivo y brillante por tanto tiempo, y al terminar, le daba una casa, un auto, dinero y un trabajo. ¿Quién podría superar una oferta así?Sin molestarse en revisar los detalles del acuerdo, levantó la mirada y le preguntó a David:—¿Cuáles son sus condiciones?David la observó con la mirada que se le dedica a una persona astuta. Con una sonrisa, pasó las páginas del documento hasta la penúltima y, mientras le indicaba que la leyera, comenzó a resumirle las exigencias de Bruno.Su tono se volvió serio.—No puede revelarle a nadie su relación con el señor Fuentes. No debe provocar a la señora Rosas ni a la señorita Robles. Y…Hizo una pausa deliberada antes de mencionar el tercer punto.—De ahora en adelante, si ve al señor Fuentes, evítelo.En pocas palabras, quer

  • Rosa Del Desierto   Capítulo 26

    Samantha estaba tan absorta en la alegría de haber conseguido las prácticas en el grupo financiero más importante del país, que no notó la compleja expresión que cruzó por un instante la mirada de Bruno.No tardó en resolver el asunto de su trabajo en la cafetería. Su jefe y sus compañeros fueron muy amables, y todos la felicitaron cuando supieron que haría sus prácticas en Grupo Diamante.***A la mañana siguiente, Samantha se levantó y se esmeró en elegir un atuendo sencillo pero elegante. Luego, fue a tocar a la puerta de la recámara principal, pero la encontró vacía.Revisó su celular, pero no tenía ningún mensaje.Qué raro. Todavía faltaba mucho para la hora de entrada. ¿A dónde se habría ido Bruno tan temprano?No fue sino hasta que llegó a Grupo Diamante para su primer día que se enteró de todo: Bruno se había ido de viaje de negocios al extranjero con su equipo, sin una fecha de regreso definida.Lo más extraño era que David, su asistente personal, no lo había acompañado. En lu

  • Rosa Del Desierto   Capítulo 25

    Eran las siete de una calurosa tarde de verano, y el cielo aún conservaba los últimos destellos del día. De espaldas a ella, hablaba por teléfono frente al ventanal que cubría toda la pared. Llevaba un traje oscuro hecho a la medida.Tenía una figura impecable, un centro de atención natural. Cada uno de sus gestos irradiaba un poder sobrecogedor; bastaba con su presencia para capturar todas las miradas. Samantha no fue la excepción.Esta vez, antes de que Bruno se diera la vuelta, ya se había recompuesto. La vio a través del reflejo en el cristal. Se giró un poco y le hizo un gesto con la mano para que se acercara.Junto a Bruno, frente al ventanal, observaba el ir y venir incesante de los autos y las miles de luces que salpicaban la ciudad. Esa sensación de tener el mundo a sus pies, de que todo se rendía ante ella, resultó seductora para Samantha.La llamada terminó. Bruno se volteó hacia ella y, con su voz profunda e intencionada, preguntó:—¿Lo ves?Al encontrarse con su mirada osc

More Chapters
Explore and read good novels for free
Free access to a vast number of good novels on GoodNovel app. Download the books you like and read anywhere & anytime.
Read books for free on the app
SCAN CODE TO READ ON APP
DMCA.com Protection Status