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Capítulo 5

Author: Lita Candela
En el asiento trasero del Maybach reinaba el silencio. Afuera, las luces de neón desfilaban junto a los imponentes edificios iluminados, un espectáculo que Samantha jamás había presenciado.

A su lado, Bruno permanecía indiferente. No había dicho una palabra desde que subieron al auto, y al irse, no vio que Isabel saliera a despedirlos. Era claro que la conversación había terminado en malos términos.

Con cautela, ella le tomó la mano, queriendo tantear su estado de ánimo. Le devolvió el gesto, entrelazando sus dedos con los de ella, como tantas veces antes.

***

Llegaron a Skyview, el complejo residencial más exclusivo en el corazón de la capital. Ocupaban el edificio principal. Un penthouse de mil metros cuadrados en el último piso, el hogar de Bruno.

Samantha se paró frente al enorme ventanal que iba del suelo al techo y contempló el paisaje nocturno de la ciudad. La sensación era completamente distinta a la que tuvo en el auto.

Acababa de salir de la ducha y el vapor aún se aferraba a su piel.

—¿Qué tanto miras?

Samantha se refugió en su abrazo, esforzándose por proyectar la sorpresa de una chica humilde, criada en la aridez de la frontera, que por primera vez descubría el otro lado del mundo.

—La vista desde aquí es increíble.

Se puso de puntillas y le dio un beso fugaz en los labios.

—Gracias, Bruno. Si no fuera por ti, jamás habría salido de Santa Cruz. Nunca habría visto algo así.

Sus ojos, fijos en él, aparentaban devoción, pero en el fondo ocultaban una indiferencia y un secreto casi imperceptibles. Una vista como esta solo reafirmaba su determinación de seguir escalando.

Bruno la rodeó por la cintura.

—Si te gusta, es tuyo.

—¿Qué?

Sintió ansiedad, pero fingió no entender.

—¿De qué estás hablando?

“¿Tan pronto quiere deshacerse de mí?”

Con el vestido blanco que Felipe, el mayordomo, le había preparado, Samantha parecía una flor delicada e inmaculada, pero Bruno sabía que no lo era.

Su voz era tranquila.

—Tengo otros departamentos en este mismo complejo. Puedes escoger el que más te guste.

—No quiero.

Su rechazo fue instantáneo y firme. Volvió a hundir la cara en su pecho, abrazándolo con más fuerza. Sabía que aquello podía ser una prueba. Si aceptaba el departamento, la deuda entre ellos por lo que había pasado quedaría saldada. Para un hombre como él, al que no le faltaba dinero, era la solución más sencilla.

La bata de seda caía con descuido sobre sus hombros, dándole un aire relajado y seductor. Su perfil, con el puente de la nariz definido y los labios finos, era magnético.

—Mírame —ordenó, y en su voz había una autoridad imposible de ignorar.

Ella obedeció y levantó la mirada. Sus ojos oscuros lo miraban sin parpadear, con una terquedad silenciosa.

Preguntó con una media sonrisa:

—¿Tienes idea de cuánto cuesta un departamento aquí?

—No me importa cuánto cueste, no lo quiero.

—Sé que no le caigo bien a tu mamá —su voz se tiñó de angustia—. Si aceptar este departamento significa que te voy a perder, prefiero no tener nada.

La fuerza de su abrazo era mayor que la de la noche en que se conocieron. La mano de Bruno, que la rodeaba, comenzó a acariciarla con lentitud.

—Si dejas pasar esta oportunidad, no habrá otra —le advirtió en voz baja.

El calor de su cuerpo se filtraba a través de la tela delgada, pero ella fingió no notar la intensidad de su mirada.

—Pues que no la haya —dijo con firmeza.

Estaba apostando a que solo renunciando a todo aquello lograría que él la viera de verdad.

Sus largas pestañas proyectaban una sombra sobre sus mejillas, ocultando la audacia de quien se juega el todo por el todo. Al parpadear, sus pestañas rozaron la piel que se asomaba por la bata entreabierta.

La mano en su cintura se tensó, y muy despacio, el ceño fruncido de Bruno se relajó, mientras sonreía.

Después de esa noche, Bruno no volvió a mencionar el tema de la compensación. Ella supo que había ganado la apuesta.

Bruno estaba muy ocupado. Aparte de los trajes que encontraba cada mañana en el baño, señal de que había vuelto a dormir, hacía mucho que no lo veía.

Samantha vivía recluida en el lujoso penthouse, con el servicio del edificio trayéndole puntualmente las tres comidas del día. No le faltaba nada, pero esa no era la vida que deseaba.

Quería estudiar en la universidad. En el penthouse había un estudio enorme, lleno de libros de finanzas. Varios de ellos tenían anotaciones en los márgenes que parecían ser de la letra de Bruno.

Arrastró un cómodo sillón hasta la ventana. Desde ahí, con el magnífico panorama de la capital a sus pies, se dedicó a leer sobre el desarrollo de la economía y las finanzas.

En un mes, terminó la gran mayoría de los libros del estudio. Era hora de dar el siguiente paso.

Antes de que el cacique la engañara para que volviera al pueblo con la excusa de trasladar la tumba de su madre, Samantha había recibido su carta de aceptación de la prestigiosa Universidad Sterling.

Estaba destinada a ser una estudiante brillante con un futuro prometedor, pero la encerraron en su antigua casa, la obligaron a perder la fecha de inscripción y casi le arrebatan la vida y la dignidad.

Esa era su tragedia, pero sabía que solo eso no bastaría para que Bruno se compadeciera de ella.

Una mujer hermosa y frágil no era más que un adorno, algo de lo que se podía prescindir. Pero ¿y una que luchaba con todas sus fuerzas por llegar a su lado?

Un brillo calculador apareció en su mirada. Ya tenía un plan.

Esa noche, Bruno no la encontró en el dormitorio principal. Después de buscarla por el penthouse, la descubrió dormida en el estudio.

Tenía un libro a medio leer sobre el regazo y, a su lado, sobre una silla que usaba como mesa auxiliar, se apilaban obras de los profesores de economía y finanzas de la Universidad Sterling. La observó en silencio durante un largo rato antes de cargarla en brazos y llevarla de vuelta a la cama.

***

Era fin de semana. Cuando Samantha se despertó y vio que Bruno seguía allí, supo que la primera parte de su plan había funcionado.

Lo abrazó sonriendo y frotó su mejilla contra el cuello de él.

—Tenía tanto tiempo sin verte.

Debajo de su fino camisón ardía una provocación deliberada. La última vez que habían estado juntos fue la noche en que los guardaespaldas de la familia Fuentes llegaron a Santa Cruz para llevárselo de vuelta a la capital.

Ignorando deliberadamente las señales de que él intentaba distanciarse, Samantha le dio un beso corto en los labios, mirando a sus ojos oscuros e insondables.

Cerró los ojos y, con cautela, puso a prueba el límite de su autocontrol. Pero sin importar cuánto explorara sus labios, él permanecía indiferente, con la boca firmemente cerrada. La frustración comenzó a invadirla.

Cuando fingía furia y vergüenza para apartarse, una fuerza dominante la atrajo de nuevo hacia él y sus labios se encontraron con los de ella de una manera posesiva.

El corazón, que antes no le daba paz, por fin se calmó. Dos horas más tarde, mientras ella descansaba acurrucada en su pecho, escuchó su voz profunda retumbar sobre su cabeza.

—¿Quieres ir a la universidad?

A Samantha se le cortó la respiración. Era el momento que había estado esperando.

Fingió un suspiro.

—Mi expediente académico está en Santa Cruz, y el director de la escuela es sobrino del cacique…

Dejó la frase sin terminar. Sabía que a veces era mejor insinuar que explicarlo todo.

—Olvídalo.

Sonrió y lo miró a los ojos.

—Ya demostré de lo que soy capaz. Estoy bien así.

Si estuviera conforme, no habría usado la computadora de Bruno para buscar información sobre cómo volver a presentar el examen de admisión.

La sesión de su cuenta estaba abierta en el equipo; si él quisiera, podría ver su historial de búsqueda sin problemas. Era su estrategia, dar un paso atrás para poder avanzar, pero la ansiedad la angustiaba.

Su mirada era oscura e impenetrable.

—¿Quieres?

—Sí, quiero —respondió ella con la voz entrecortada.

—Entonces hazlo.

Le acarició la cabeza, y su tono reflejaba la seguridad de alguien acostumbrado al poder.

***

Unos días después, David Soto, el asistente de Bruno, le entregó un sobre.

—Señorita Carrillo, su cambio de residencia está listo.

David no podía creer que ella fuera la misma estudiante con la calificación perfecta de la que hablaron los noticieros el año pasado, aquella a la que el equipo de admisiones de la Universidad Sterling fue a buscar hasta el noroeste del país sin éxito. El hecho de que su madre tuviera residencia en la capital agilizó aún más el trámite.

—Gracias.

Le temblaban las manos al tomar los documentos. Ahora podría volver a presentar el examen de admisión allí.

Cuando Bruno regresó a casa esa noche después de un compromiso de negocios, apenas entró y sin que hubiera encendido la luz, alguien lo abrazó. Escuchó el sonido de un cierre y sintió cómo su nuez de Adán se movía al tragar saliva.

—¿Samantha?

—Soy yo.

El ligero estado de ebriedad en el que se encontraba se intensificó con la provocación de ella, cuando la intensidad del momento amenazaba con consumirlos…

El celular de Bruno, que había dejado en la entrada, vibró y un tono de llamada especial cambió el momento.

Sintió que él se detuvo en seco. Conteniendo la respiración, ella se obligó a abrir los ojos y alcanzó a ver el nombre en la pantalla.

…Nicole Robles. La misma que, según las empleadas, estaba comprometida con el hermano mayor de los Fuentes y el gran amor de la vida de Bruno.
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