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Capítulo 2

Author: Palomita
Dos filas de soldados marcharon en perfecta formación y se colocaron justo en la entrada del cuartel, levantaron sus manos derechas y saludaron militarmente a Paloma. Entonces, ella vio a su antiguo comandante vestido con uniforme militar, cargando personalmente una urna de madera de ébano negro, acercándose con firmeza hacia ella.

La urna estaba cubierta con la bandera nacional. Ese color vibrante hirió al instante a Paloma. Ese color representaba las convicciones de sus padres.

En el momento, cuando sus padres aceptaron la misión del país y se unieron a las Fuerzas de Paz Internacional para partir al extranjero, ya estaban preparados para el sacrificio.

—Cuando encontraron los restos de tus padres, ya estaban mezclados, así que en el extranjero cremaron juntos los cuerpos de tus padres y los pusieron aquí —explicó en detalle el comandante con cierto tono de disculpa.

—Está bien —respondió Paloma contemplando con dolor la urna bajo la bandera vibrante—. Papá y mamá se amaban tanto que, el hecho de que estén juntos después de la muerte, seguramente es algo que ellos también habrían querido.

El comandante comprendió, de repente enderezó su postura y extendió la urna hacia Paloma.

—¡Los espíritus de los mártires, inmortales para siempre!

Y los soldados que estaban detrás del comandante gritaron al mismo tiempo:

—¡Los espíritus de los mártires, inmortales para siempre!

El grito ensordecedor atravesó las nubes.

Los ojos de Paloma se humedecieron, se mantuvo erguida y una vez más hizo un saludo militar solemne al comandante y a todos los soldados.

—¡Paloma Rivera lleva a sus padres de regreso a casa!

Recibió la urna de las manos del comandante y gritó con voz potente. La urna era pesada, pero le daba una sensación inexplicable de tranquilidad. ¡Por fin podía llevar a casa a sus padres que habían muerto en tierras extranjeras hace tres años!

Después de completar la ceremonia de entrega de las cenizas, el comandante notó que solo había ido Paloma.

—¿Y tu esposo? ¿No vino contigo? —el comandante sabía del matrimonio de Paloma.

Paloma bajó con tristeza la mirada y respondió con tranquilidad:

—Está ocupado, no pudo venir.

El comandante había visto crecer a Paloma, esa niña que antes rebosaba de energía, después de tres años de matrimonio tenía el rostro opaco y lleno de cansancio.

—Si te encuentras en algún problema, dímelo. Este viejo todavía sirve para algo —le dijo el comandante dándole una palmada en el hombro.

—¡Gracias, Andrés! —respondió agradecida Paloma.

—Y otra cosa, si no eres feliz allá afuera, puedes regresar en cualquier momento. ¡Las puertas del cuartel siempre estarán abiertas para ti! —añadió con firmeza el comandante.

Paloma se conmovió, se despidió del comandante y regresó al auto cargando la urna de sus padres.

Con sumo cuidado colocó la urna en el asiento del copiloto y encendió el motor.

—Papá, mamá, ¡los llevo a casa!

***

Cuando regresó a la mansión, Paloma escuchó la voz de su suegra viniendo de la sala.

—Ahora que Marina también ha regresado, y además es piloto, divórciate rápido de Paloma y cásate con Marina.

—Marina y yo solo somos amigos —se oyó la voz grave y contundente de Carlos.

—¿Qué amigos? Todo el mundo sabe que Carlos está enamorado de Marina. Marina tiene buena educación, un buen trabajo, es la primera mujer piloto de Aerolíneas Celeste. Paloma no tiene nada, ¿cómo va a estar a la altura de Carlos? —comentó Valentina, la hermana de Carlos.

Una frialdad punzante atravesó el corazón de Paloma. En tres años de matrimonio, había acompañado a Carlos en su empresa, trabajando incansablemente hasta altas horas para los negocios de la compañía, incluso yendo varias veces a la oficina con suero intravenoso, y ahora lo único que recibía a cambio era un "¿cómo va a estar a la altura?"

En ese momento, Valentina de repente vio a Paloma.

—Paloma, ¡qué desvergonzada eres, espiando conversaciones ajenas!

Paloma se acercó con tranquilidad.

—No me escondí ni me oculté, ¿cómo iba a estar espiando?

—Que hayas escuchado está bien. Si tienes algo de dignidad, deberías divorciarte pronto de Carlos y no obstaculizar por más tiempo la relación entre él y Marina. —el tono de Valentina era despectivo como siempre.

—¡Valentina, ya basta de tonterías! —la detuvo Carlos.

Valentina no tenía intención de ceder.

—No dije nada malo. Paloma no tiene nada, solo se aprovechó cuando Marina se alejó de ti para meterse y hacer que te casaras con ella.

Carlos se puso serio.

—Valentina, ¿ya terminaste?

Valentina hizo un mohín y no se atrevió a decir más. Carmen se acercó para consolar a su hija. Carlos hizo mala cara, se acercó a Paloma y miró la caja de madera de ébano negro que tenía en las manos, cubierta con una bandera.

—Esto es...

—Las cenizas de mis padres —respondió Paloma—. Los traje a casa.

Sin pensarlo un destello de culpa pasó por los ojos de Carlos.

—Lo siento, hoy debería haberte acompañado, pero la madre de Marina se torció el pie, así que...

Antes de que Carlos pudiera terminar, una voz aguda lo interrumpió rabiosa.

—¿Qué cenizas?

Carmen miró con fiereza a Paloma.

—¡¿Cómo puedes traer algo tan siniestro como eso a casa?!

¿Siniestro?

Paloma miró incrédula a su suegra.

—¡Son las cenizas de mis padres, ¿qué tienen de siniestro?!

¡Eran mártires que habían dado su vida por la patria, merecían todo el respeto del mundo!

—¡No importa de quién sean las cenizas, todas son siniestras! —respondió Carmen molesta—. ¡Sal de inmediato, no permito que traigas esa cosa maldita a esta casa!

Paloma apretó con firmeza la urna entre sus brazos.

—No me voy a ir. Esta es mi residencia, ¡la compramos juntos Carlos y yo después de casarnos!

—¿Qué compraron juntos, qué? Todo lo pagó Carlos —intervino Valentina, y luego le gritó a Carlos—, Carlos, mamá acaba de operarse los ojos, el doctor dijo que no puede alterarse. ¡Haz que Paloma se vaya!

Los ojos de Carlos mostraron una vacilación momentánea, pero finalmente dijo:

—Mejor sal por ahora, busca cualquier lugar donde poner las cenizas temporalmente.

Paloma sintió que su corazón se estrujaba una y otra vez sin parar. ¡¿Cómo podía decir algo así?!

—¿Tú también crees que las cenizas de mis padres son siniestras? ¿Qué no pueden estar ni siquiera de forma temporal en casa? —lo miró fijamente, exigiendo una respuesta.

Carlos no respondió, pero su silencio ya lo decía todo.

—¿Y si me niego? —le dijo—. Carlos, puedo afirmar con la conciencia tranquila que en estos tres años de matrimonio nunca te he fallado, ¡y mucho menos a tu familia! Cuando empezaste tu negocio, te acompañé día y noche en todas las dificultades; cuando tu madre tuvo cataratas y numerosos médicos dijeron que no se podían salvar sus ojos, fui yo quien la acompañó a recorrer todos los hospitales de Dorada, usé todas las conexiones que tenía para conseguirle una cita con el mejor oftalmólogo de la ciudad, ¡y así pude salvar su vista! Yo los trato como familia, pero ¿ustedes han respetado alguna vez a mi familia?

Sus tajantes palabras hicieron que las caras de los Santana se ensombrecieran.

Valentina respondió furiosa:

—¿Qué quieres decir con que ayudaste a mi mamá? Fue porque Carlos tiene dinero que el mejor oftalmólogo de Dorada atendió a mi madre. Y eso de acompañar a Carlos en su empresa, no fue más que él manteniéndote. Que la empresa de Carlos saliera a la bolsa fue por el talento de Carlos, ¡no hables como si eso fuera tu mérito!

Paloma solo miraba con dolor a Carlos.

—Llevamos tres años casados, ¿ni siquiera puedo tener las cenizas de mis padres en casa por unos días?

Carlos se enojó.

—Paloma, no seas infantil.

—¿Y si insisto en dejarlas aquí? —dio un paso hacia adelante.

Carmen, exasperada, se precipitó hacia Paloma y le lanzó una cachetada.

—¡Mientras yo esté aquí, no vas a poner ningunas cenizas!

Paloma se tambaleó y recibió el golpe directo en la cara.

Y Carmen, aprovechando que Paloma aún no recuperaba el equilibrio, empujó con fuerza la urna que tenía en las manos, y se veía que la urna estaba a punto de salir volando de sus manos...

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