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Capítulo 2

Author: Venéfica
Después del segundo divorcio, conseguí el puesto de asistente de Héctor y, con un café latte del sabor que más le gustaba, abrí la puerta de su oficina llena de expectativas.

Lo primero que vi fue a Lucía sentada sobre sus piernas, besándolo apasionadamente.

No pude contenerme y me lancé contra ella, pero una bofetada de Héctor me tiró al suelo.

Afuera de la oficina ya se había reunido un grupo de curiosos.

Todos creían que yo seguía siendo la esposa del jefe, y sus miradas hacia Lucía se llenaron de desprecio.

Para protegerla de los rumores, Héctor ignoró mis lágrimas y mis negativas, me arrancó el bolso y volcó todo su contenido en el suelo.

El certificado de divorcio cayó al piso como una boca ensangrentada, mostrando ante todos la verdadera relación entre nosotros.

Desde entonces, cada vez que nos divorciábamos, Héctor lo publicaba en sus redes sociales.

Todos sabían que él amaba a Lucía, y que era yo, sin dignidad, quien seguía aferrándose a él.

Solo que esta vez, sus preocupaciones eran innecesarias.

Tomé la maleta sin dudar.

—Tranquilo, no volveré a molestarlos.

Héctor me miró con desconfianza unos segundos, y hasta que saqué una pierna por la puerta, me habló con cierta prisa:

—El 13 del próximo mes nos volvemos a casar, no lo olvides.

Por un instante quedé aturdida.

Qué coincidencia.

El día de mi viaje al extranjero también era el 13.

***

Después del regreso de Lucía, Héctor no volvió a pensar en mí ni una sola vez.

Yo también dejé atrás la locura de otros divorcios, cuando seguía cada paso suyo y lo esperaba en los lugares donde podría aparecer.

Ahora, con Mariana, llevaba una vida celestial de comida rica y cervezas todas las noches.

Faltaban solo veinte días para irme del país.

Esa tarde, mientras esperábamos la comida en un restaurante, Mariana y yo nos encontramos con Héctor y Lucía.

Él la sostenía por la cintura; caminaban riendo, tan acaramelados que parecían una buena pareja.

—¿Valeria?

La mirada de Héctor se clavó en mí de inmediato.

Lucía lo rodeó por el cuello y sonrió con dulzura.

—Valeria, ¡qué coincidencia! ¿También vienes a comer aquí?

Al notar que miraba a Lucía, Héctor dio un paso al frente, colocándose frente a ella, temeroso de que yo repitiera el pasado y la atacara.

Pero no lo hice. Incluso detuve a Mariana, que ya se preparaba para defenderme.

Sonreí con indiferencia.

—Sí, qué coincidencia.

Mi calma pareció darle a Lucía más confianza; su sonrisa se volvió aún más insolente.

—Perdón, Valeria, pero Héctor reservó todo el lugar solo para comer conmigo. Tal vez podrían buscar otro sitio.

Le sacudió el brazo a Héctor y, coqueta, añadió:

—¿Verdad, amor? Dilo tú, o Valeria pensará que lo hago a propósito.

Cuando nuestros ojos se cruzaron, Héctor titubeó, pero finalmente asintió.

No dijo una palabra, pero su silencio fue peor que cualquier frase.

Mariana ya se había remangado, pero le puse la mano en el brazo.

—No importa, podemos ir a otro lugar.

A otro lugar. Uno donde Héctor no existiera.

Faltaba poco para irme al extranjero, y no quería desperdiciar más tiempo en peleas inútiles con mi exmarido.

Después de todo, como una ex digna, ¿no debería considerar a Héctor como un muerto?

El gerente del restaurante, viendo la escena, se acercó para halagarlos:

—Qué pareja tan enamorada. Da gusto verlos juntos.

Al escuchar eso, Héctor me miró con una expresión compleja, como si temiera que dijera algo o tratara de adivinar qué pasaba por mi cabeza.

Pero yo solo tomé la mano de Mariana y me levanté como si nada.

Él no esperaba que me marchara sin una palabra. Se quedó mirando mi espalda con una mezcla de desconcierto y vacío.
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