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Capítulo 3

Author: Tina
Parecía que Nelson pronto iba a tener varios hermanitos.

Una sonrisa seca se formó en mis labios.

César, al despertar, tuvo que salir del país por un tema urgente de la empresa. Antes de irse, solo me dejó un mensaje:

«Tranquila, me voy a hacer cargo. Espérame.»

No le di mucha vuelta.

Aunque «hacerse cargo» solo significara darme algo de plata, en cuanto saliera el resultado del embarazo, no iba a tener opción: tendría que casarse conmigo.

Lo que no me imaginé fue que los días se volverían tan pesados.

Todos los del servicio me vieron salir del despacho esa noche, hecha un desastre. Obvio, todos pensaron que me había acostado con Nelson. Pero, al día siguiente, Nelson anunció delante de todos que Clara iba a ser su futura esposa. Incluso pidió que la atendieran con esmero.

—¿Entonces con quién estuvo la doctora Lima? —susurraban por lo bajo.

—¿Con quién más? Seguro con algún amante por ahí. Aquí esas cosas no se permiten, menos si vienen de alguien del servicio. Lo de ella fue demasiado.

—Sí, y eso que siempre se da su aire de decente... pero bien que le gusta revolcarse con cualquiera.

El mayordomo, aunque me vio entrar al despacho, como no recibió órdenes del señor César, prefirió quedarse callado.

Y, mientras los rumores crecían, la cara de Nelson se volvía cada vez más oscura.

Los sirvientes, queriendo quedar bien con Clara, empezaron a hacerme la vida imposible. Comenzaron a dejar mi ropa tirada, llena de lodo y hasta el café tenía cosas raras flotando.

—Doctora Lima, se le volvió a caer la ropa —dijo Clara con ese tono falso, sosteniendo su termo como si nada—. Estos sirvientes… de verdad, qué desastre.

Vi la sonrisa de triunfo en su cara.

Me agaché, recogí la ropa sin decir nada y me fui.

Los rumores se desbordaron. Que me había metido en la familia Navarro quién sabe cómo, que andaba coqueteando con todos los empleados... Hasta inventaban el color de mi ropa interior.

—Dicen que anoche la doctora Lima tuvo otra cita secreta con el jardinero.

—Yo la vi salir del rincón del jardín... y con la ropa toda arrugada.

Apreté los dientes y me tragué la humillación con la cabeza en alto.

Todo eso era para empujarme a que me fuera.

Decidí hablar con el mayordomo y aclarar las cosas.

Pero, justo al darme la vuelta, choqué con Nelson. Me agarró de la muñeca y me jaló a un cuarto de almacenamiento.

—¿Tanto te gusta andar provocando hombres? —soltó, con su mirada llena de desprecio.

Forcejeé con todas mis fuerzas, pero no podía contra él.

—Señor Navarro, si quiere creer chismes, es cosa suya. ¿También va a obligarme ahora? —pregunté con una sonrisa sarcástica.

Él apretó más.

—¿Y tú crees que una cualquiera como tú puede hablarme así?

Lo miré fijamente, sin bajar la vista ni por un segundo.

Y entonces, sin rodeos, me soltó:

—Sé que te gusto. Si te portas bien, podrías ser mi amante.

Me dieron ganas de reír... pero se me revolvió el estómago.

—No quiero —dije sin apartar la mirada.

Y, entonces, me soltó una bofetada, sin darme tiempo de reaccionar.

—¿De verdad crees que ese amante tuyo puede darte lo que yo te doy? Estás jugando con fuego, Elsa. Rompe con él —dijo, sin pensarlo.

La bofetada fue tan dura que me cortó la boca.

Sentí la sangre en los labios, y, por un momento, vi que su expresión cambiaba.

¿Culpa? ¿Duda? No lo sé.

—No seas terca —dijo en un tono más bajo—. Excepto el título de esposa, puedes tener lo mismo que Clara.

Solté una risa corta, cansada.

—Te dije que no.
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