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Capítulo 4

Author: Grin
—¡No puedo creerlo! ¡Resulta que ella es la protagonista de la fiesta de compromiso!

El muchacho no daba crédito, observando el escenario con la mirada encendida por la emoción.

—¡Qué bárbara es! La que armaron los Peña para esta fiesta, ¡y ella llega y la echa a perder así nomás!

—¡Qué bueno que vinimos a esta fiesta, tío!

El joven estaba exaltado, sin percatarse en absoluto de que la mirada de Alonso estaba clavada en Marisol; en la profundidad de sus ojos, donde la luz no parecía penetrar, bullían emociones complejas e indescifrables.

En el escenario, David se acercó de prisa a Marisol. Con una sonrisa forzada, la sujetó del brazo, rodeándola con fuerza.

—Disculpen todos, Maris solo está bromeando, quería... romper un poco el hielo.

—¿No es así, Maris?

David gruñó la pregunta entre dientes, cargado de amenaza.

Marisol, sin embargo, permaneció impasible, y sus palabras resonaron con firmeza:

—No estoy bromeando.

Un nuevo cuchicheo de sorpresa recorrió el salón.

El semblante de David se endureció. Le murmuró con brusquedad, apretando la mandíbula:

—¿Qué demonios estás haciendo? ¡Marisol! ¿Tienes que ponernos en ridículo a las dos familias para estar contenta, o qué?

—Yo les dije que quería cancelar el compromiso. Ustedes fueron los que no me hicieron caso, los que no me creyeron.

Marisol miró a David, sin rastro de sentimiento en sus ojos.

—Si hoy las dos familias están pasando esta vergüenza, es sobre todo porque tú te empeñaste en seguir adelante con esta fiesta.

Los Ríos subieron aprisa al escenario, justo a tiempo para oír a Marisol. Su madre la tomó del brazo bruscamente.

—¿Estás loca? Una cosa es hacer un berrinche y otra esto. ¡Ya basta! Discúlpate con todos ahora mismo.

—Ya lo dejé muy claro.

Marisol no ocultaba su enojo. «¿Qué esta gente no entiende?».

—¿Cuántas veces tengo que decir que se cancela el compromiso para que me hagan caso?

—¿Crees que el matrimonio es un juego? Tú fuiste la que insistió en casarse con David. Ahora que lo conseguiste, ¿quieres echarte para atrás? ¡Marisol, por Dios! ¡Ya no eres una niña! ¿Cómo puedes ser tan inconsciente?

Su padre, sin ninguna consideración, le sujetó la cabeza con fuerza, obligándola a inclinarla hacia los invitados.

—Sinceramente, les pido mil disculpas. Creo que la hemos consentido demasiado. Qué pena con ustedes... La fiesta sigue, por favor, disfruten...

Pero, contrario a lo esperado, Marisol se zafó de su agarre con una fuerza inusitada.

—Ya dije que...

—¡Plaf!—

Una cachetada resonó con violencia en la cara de Marisol, cortando de tajo su protesta.

Su padre estaba fuera de sí.

—¡Deja de avergonzarnos!

Marisol sintió que un vacío desolador se instalaba en su pecho. Miró a su alrededor, a las personas que la rodeaban, y una sonrisa amarga se dibujó en sus labios. Parecía una hoja seca a merced del viento, a punto de quebrarse.

Mientras tanto, David observaba la escena con frialdad, esperando que Marisol se arrepintiera.

—La orillan a una situación límite y encima la culpan por responder. ¿En serio creen que caben todos ustedes en su pedestal de superioridad moral?

Una voz cortante resonó en el silencio tenso.

Ante la mirada atónita de todos, Alonso avanzó hacia el escenario. Su presencia imponente hizo que los invitados se apartaran, abriéndole paso.

El salón quedó en silencio. Nadie imaginaba que el escándalo llegaría a tal punto como para provocar la intervención de Alonso Garza. David fue el primero en reaccionar y se apresuró a interceptarlo.

—Señor Garza, qué pena que tenga que ver esto. Es un asunto...

Una mirada dura lo barrió.

David se sobresaltó, sintiendo claramente la hostilidad directa y punzante que emanaba de él.

Por puro instinto, cerró la boca y vio cómo Alonso llegaba hasta Marisol y se interponía con discreción para protegerla de las miradas curiosas.

—La señorita Ríos ha sido muy clara: quiere cancelar el compromiso.

Alonso preguntó con voz firme:

—¿Ustedes tienen algún problema para entenderlo?

—Nosotros...

Ricardo se amedrentó, balbuceó un momento, incapaz de articular una frase completa. «Se trata de Alonso Garza... si lo hacemos enojar, adiós familia Ríos...».

—Como no hay objeciones, se hará lo que dice la señorita Ríos.

Alonso dirigió la mirada a los invitados y anunció con voz clara y potente:

—A partir de hoy, el compromiso entre la familia Ríos y la familia Peña queda cancelado.

—Señor Garza, con todo respeto, este es un asunto nuestro. No creo que usted tenga derecho a decidir.

David, con el gesto crispado, pasó la mirada por encima de Alonso para posarse en Marisol. Haciendo acopio de su última pizca de paciencia, dijo:

—Maris, por favor, ya deja de hacer esto, ¿sí?

—Hermana, yo tengo la culpa de todo. Si estás enojada, desquítate conmigo, pero no lastimes la reputación de nuestras familias...

Intervino Lucía con voz apenas audible, como siempre, aprovechando el momento para interpretar su papel de niña buena y comprensiva.

Al oírla, Marisol volteó a verla y replicó sin rodeos:

—Sí, tú tienes la culpa. Por andar de ofrecida con mi prometido, sabiendo perfectamente lo que hacías.

...

Todos se quedaron boquiabiertos. ¡Vaya escándalo que acababan de presenciar! La fiesta ni siquiera había empezado y el chisme ya estaba servido.

Era evidente que Lucía no esperaba esa respuesta tan directa de Marisol. Por un momento, se quedó paralizada, sin saber cómo reaccionar, la vergüenza tiñéndole las mejillas. Antes, por más que Marisol se molestara, siempre terminaba aguantándose por mantener las apariencias. ¡Hoy parecía otra persona!

—¡Marisol!

Exclamó David, furioso.

—¿Qué estupideces estás diciendo? ¡Luci es tu hermana! ¿Cómo te atreves a manchar su nombre así?

Al ver cómo David cambiaba de actitud tan rápido, Marisol no pudo evitar sentir la ironía de la situación. Hacía un momento, su prometida había recibido un golpe y él se había quedado impasible. Ahora, saltaba a defender a su hermana. Era obvio. Su corazón ya le pertenecía a Lucía.

De pronto, Marisol sintió una oleada de hastío. El hombre al que había amado profundamente durante seis años, el que le había prometido que jamás permitiría que sufriera la más mínima pena... ¿Y el resultado? Sus promesas no valían nada.

Quizás percibiendo su estado de ánimo, Alonso se quitó el saco y lo colocó con suavidad sobre los hombros de Marisol. Le dijo en voz baja:

—Vámonos de aquí.

Marisol asintió. Ya había hecho lo que tenía que hacer. No tenía sentido quedarse más tiempo. Los que estaban quedando en ridículo eran ellos, no ella.

Con paso firme sobre sus tacones altos, bajó del escenario con dignidad; el ligero movimiento de su vestido acentuaba un aire de elegancia sofisticada y serena.

—¡Marisol!

La llamó David con urgencia. Intentó seguirla, pero Alonso le bloqueó el paso con un brazo.

—Ni siquiera puedes proteger a tu propia mujer. Eres patético.

La voz de Alonso era grave, cargada de una tensión a punto de estallar.

—No tienes ningún derecho a retenerla.

David se quedó petrificado, observando impotente cómo Alonso seguía a Marisol. Los puños a los costados se le apretaban una y otra vez, las venas resaltando en el dorso de sus manos.

Al verlos partir, Ricardo sintió pánico. Si ella se iba así y el compromiso se rompía, ¿qué pasaría con los negocios entre las familias? Asumiendo su papel de cabeza de familia, le gritó a Marisol mientras ella se alejaba:

—¡Si te atreves a cruzar esa puerta, olvídate de volver a poner un pie en mi casa!

Sin embargo, sus pasos no vacilaron.

—De acuerdo.

Respondió Marisol sin volverse.

—Hagan de cuenta que la niña de doce años nunca regresó.

Dicho esto, cruzó el umbral de la puerta principal. Nunca se había sentido tan ligera.

Al verla marcharse sin mirar atrás, los que quedaban en el escenario tenían una expresión de profunda contrariedad y humillación.

Ricardo, lívido de rabia, se volvió hacia su esposa para descargar su furia.

—¡Mira nomás a tu hijita! ¡Renunciando a su familia! ¡Ya veremos cuánto le dura el capricho!

—¡Y cuando vuelva a casa, va a entrar de rodillas!

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