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Capítulo 3

Author: Grin
La fiesta de compromiso se celebró tal como estaba previsto.

Como don Julián Peña le tenía un gran aprecio a Marisol, la celebración fue espléndida y contó con la presencia de numerosas amistades de las familias más prominentes.

El salón resplandecía con la elegancia de los invitados y vibraba con sus risas y conversaciones animadas.

David recibía a los invitados en la entrada; una sonrisa adornaba su cara, pero la inquietud lo consumía por dentro.

«Ya casi es la hora... ¿Cómo es que Marisol todavía no llega?»

Don Julián se acercó con gesto severo.

—¿Otra vez te peleaste con Maris?

David se apresuró a negarlo.

—Para nada, abuelo. No se imagine cosas.

—Más te vale que sea cierto. —Don Julián le lanzó una mirada severa—. Maris es la única mujer que quiero como mi nieta política. Si algo sale mal hoy, ¡olvídate de volver a esta casa!

—Descuide, abuelo, todo saldrá perfecto.

Estaban en eso cuando don Julián vio a Marisol y su semblante se iluminó al instante.

—¡Maris!

David siguió la mirada de su abuelo y la vio: Marisol, enfundada en un elegante vestido color perla, avanzaba con gracia sobre sus tacones altos.

Sintió un gran alivio. David levantó una ceja con arrogancia. «¿Y de qué sirvió tanto drama y largarse de la casa? Al final, aquí está, de vuelta conmigo».

Sin embargo, Marisol lo ignoró por completo y se dirigió directamente hacia don Julián.

—¿Por qué tardaste tanto en llegar?

—Abuelo, ya le había comentado. Maris se dio cuenta de que olvidó algo y tuvo que regresar; el ir y venir lleva su tiempo.

David se adelantó a responder, pasando un brazo sobre los hombros de Marisol como si nada.

—Maris, la próxima vez, mejor manda a alguien por esas cositas, ¿sí? Si no, el abuelo va a pensar que andamos peleados justo hoy, en un día tan importante.

Sus palabras fueron perfectamente calculadas.

Aparentaba afecto, pero en realidad le advertía a Marisol que se comportara y no armara una escena en una ocasión así.

Marisol sostuvo la mirada de David por un instante, en silencio.

Don Julián alternó la mirada entre ellos; percibía una tensión extraña, pero dada la ocasión, prefirió no indagar más.

—Bueno, mientras todo esté bien entre ustedes... Hoy vendrá alguien de la familia Garza, así que más tarde...

No pudo terminar la frase. Don Julián distinguió una figura a lo lejos y se apresuró a recibirla con una amplia sonrisa.

—¡Hablando del rey de Roma! Señor Garza, ¡qué oportuna su llegada!

David se quedó desconcertado. «¿Mi abuelo consiguió invitar a alguien de la talla de los Garza?»

En Monterrey, los Garza eran la familia más influyente, la cúspide de la élite social y económica.

Poseían un vasto patrimonio y negocios diversificados, con generaciones de miembros destacados. Sin embargo, Alonso Garza sobresalía por su excepcional visión para los negocios. Al regresar tras sus estudios en el extranjero, tomó las riendas del conglomerado familiar y, en pocos años, logró una expansión impresionante, consolidando su éxito de forma rotunda.

Un personaje de su calibre solía aparecer solo en las noticias financieras; rara vez se dejaba ver en los eventos de la alta sociedad.

David jamás habría imaginado que Alonso asistiría a su fiesta de compromiso.

Abrumado por la sorpresa y el entusiasmo, David dejó plantada a Marisol sin pensarlo dos veces y se apresuró a seguir a su abuelo para recibir a Alonso.

Marisol agradeció el respiro. Decidió buscar algo de comer; más tarde seguro sería imposible.

No sabía que, desde atrás, una mirada la seguía con atención.

El joven que acompañaba a Alonso se rascó la cabeza, desconcertado.

—Tío, a esa chica como que la he visto antes, ¿no?

Alonso lo miró de reojo con indiferencia.

—Compórtate.

—...

Adrián se sintió frustrado. «¡Cómo se le ocurre a mi tío que usaría un ligue tan malo!»

...

Mientras tanto, Marisol apenas había probado un bocado de pastel cuando oyó la voz de Lucía a sus espaldas.

—¡Ay, hermana! ¡Qué bueno que viniste! Pensé que seguías enojada conmigo y con David.

La voz de Lucía tenía un tono meloso forzado, con una entonación cantarina que pretendía sonar inocente y coqueta.

Lo que se describiría como una voz ridículamente infantilizada.

—Hermana, lo que pasó la otra vez... fue mi culpa. David me hizo caso a mí y por eso se dio el malentendido.

Lucía tomó la mano de Marisol y añadió con fingida mansedumbre:

—Si quieres culpar a alguien, échame la culpa a mí.

Marisol no se tragó su actuación y retiró la mano con frialdad.

Al ver la escena, Elena intervino, molesta.

—¡Tu hermana te está pidiendo disculpas! ¿Y tú le respondes así?

Andrés Ríos, su hermano, también intervino con evidente fastidio.

—¡Marisol, no te pases de lista!

—¿Y dónde está escrito que si alguien se disculpa, tengo que perdonarlo?

Marisol miró a su familia. Todos respaldaban a Lucía; ellos sí parecían una familia unida.

«Siempre he sido yo la que sobra».

«Antes me desvivía por encajar, pero ahora... si no pertenezco a esta familia, ya no vale la pena forzarlo».

«Me queda poco tiempo de vida. No lo vale».

—Además... —Marisol miró de reojo a Lucía—. Ella tiene muchísimas más cosas por las que disculparse conmigo.

«Lucía es una artista de la manipulación, experta en leer a la gente. Y lo más peligroso es que combina una ambición desmedida con una mente bastante astuta».

«Hace tiempo me di cuenta de que Lucía se acercaba a David con toda la intención, inventando pretextos constantemente para pedirle favores».

«Al principio, David hasta se quejaba conmigo: ¿Por qué Lucía siempre necesita algo?».

«Pero poco a poco, dejó de quejarse. Incluso empezó a ofrecerle ayuda él mismo. Era obvio que su lealtad ya se había desviado hacia Lucía».

«Tengo que admitir que, en el arte de manipular los sentimientos, no soy rival para ella. He perdido por completo».

«Y como no puedo ganarle, ya ni siquiera quiero intentarlo».

«Además, ¿de qué me sirve el corazón de alguien más? ¿Acaso eso va a curarme o a darme más tiempo?»

Marisol apartó esos pensamientos justo cuando el maestro de ceremonias, sobre el estrado, comenzaba a probar el micrófono.

Ricardo, asumiendo su papel de jefe de familia, se dirigió a Marisol con voz grave.

—Hoy es un día importante para ti. Compórtate y no nos hagas quedar mal a ninguna de las dos familias.

Marisol no respondió; solo se dio la vuelta y caminó hacia el estrado.

Andrés no pudo contenerse.

—¡Marisol! ¿Qué no tienes educación? ¡Papá te está hablando y tú...!

Ricardo lo sujetó del brazo.

—Ya, Andrés, déjalo así.

Andrés se volvió hacia Lucía.

—Luci, no tenías por qué disculparte con esa inútil. Se cree la gran cosa solo por ser una Ríos de sangre, pero la realidad es que no te llega ni a los talones.

Lucía murmuró con voz débil:

—Andrés, no digas eso de mi hermana...

—¡Solo tú la defiendes! ¿Y acaso te lo agradece? ¡Es una completa malagradecida!

Andrés dio un resoplido de desdén.

—¡Ojalá nunca hubiera vuelto con los Ríos! Contigo como hermana me basta y me sobra.

Un instante después, al recibir una mirada de advertencia de su padre, Andrés guardó silencio a regañadientes.

En ese preciso instante, la voz de Marisol resonó a través de los altavoces por todo el salón.

—Les agradezco enormemente su presencia esta noche. Sin embargo, lamento decirles que quizás su asistencia sea en vano.

Bajo los reflectores, el vestido de seda color perla de Marisol emitía un suave brillo, realzando su figura esbelta y distinguida. Parecía una flor inalcanzable, de una elegancia noble y distante.

Ante la mirada perpleja de los asistentes, se quitó el impresionante anillo de diamantes. Con un gesto delicado pero firme, lo lanzó con puntería certera hacia la copa superior de la torre de champaña.

—Cancelo este compromiso por decisión propia. A partir de este momento, no tengo nada que ver con David Peña.

Apenas terminó de hablar, la sala estalló en un murmullo generalizado.

—¿Qué? ¿Oí bien? ¿Marisol canceló el compromiso?

—¡No me digas! ¿Se volvió loca o qué? ¡Después de andar tras él como desesperada, justo ahora que iba a amarrarlo, lo manda a volar!

—...

Los comentarios se multiplicaban, creando un ambiente de confusión total.

Alonso permanecía en medio del revuelo, su expresión impasible. Su sola presencia, distante e imponente, parecía separarlo del caos circundante, marcando un claro contraste.

El joven a su lado se dio una palmada en la frente.

—¡Ya me acordé! ¡Es la chica a la que le pegamos por detrás con el carro el otro día! ¡La que se fue del hospital después de los estudios sin decir nada! ¡Tiene un tumor cerebral maligno!

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