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Capítulo 5

Author: Grin
Al salir por la puerta principal del restaurante, un muchacho apareció de la nada y se acercó a Marisol con entusiasmo.

—¡Marisol, qué bárbara eres! ¡Había tanta gente ahí dentro y no les diste ni tantita importancia a los Peña ni a los Ríos!

—En serio, yo digo que debiste darle una cachetada a cada uno de ese par de infelices…

—¿Y tú quién eres?

Marisol se quedó un poco desconcertada. «¿Este muchacho no será demasiado confianzudo?».

—Ah, yo soy… —El chico se rascó la cabeza, algo apenado—. Hace como una semana… yo iba manejando el carro que le pegó al taxi donde ibas.

—Ah… —respondió Marisol sin mucho ánimo, sin intención de reclamarle nada.

—Marisol, tú…

—Adri.

Alonso pronunció el apodo con un matiz de advertencia. Adrián guardó silencio de inmediato, pero seguía mirando a Marisol con una curiosidad intensa.

Estaba acostumbrado a la falsedad y las apariencias de los adultos en su círculo social, y le fascinaba encontrar a alguien tan valiente y desafiante.

Además, que su tío, ese que nunca se metía en nada, la hubiera ayudado así, por iniciativa propia, ¡era increíble!

Marisol miró a Alonso.

—Muchas gracias por lo de hace rato.

—De nada. —Alonso mantuvo su expresión serena, aunque un fugaz destello de nerviosismo cruzó su mirada—. ¿A dónde vas? Te llevo.

—No hace falta, yo pido un taxi.

—¿Qué taxi ni qué nada? —Adrián la tomó del brazo con suavidad y empezó a guiarla hacia el estacionamiento—. ¡Hay que terminar lo que se empieza! Favor completo. Además, ¿qué taxi va a ser más cómodo que el Maybach de mi tío?

—La otra vez que te llevamos al hospital te fuiste sin más, no me diste chance de compensarte. Toma esto como una compensación, déjanos llevarte, ¿sí?

La ayudó a subir al asiento trasero.

—Ándale, Marisol, danos chance —dijo con una sonrisa traviesa.

Marisol suspiró, resignada. Ya no tenía fuerzas para negarse; había gastado toda su energía en romper con todo.

Ahora, sentada en el carro, sentía un dolor de cabeza fuerte y persistente que no podía ignorar.

Le dio la dirección al conductor y murmuró un gracias. Luego se recargó contra la ventanilla y cerró los ojos, no quería que nadie notara lo afectada que estaba.

...

Mientras tanto, el ambiente en la sala privada donde se habían reunido las familias Peña y Ríos era tenso, casi irrespirable.

Don Julián ocupaba la cabecera, con una expresión tan oscura que parecía tallada en piedra.

Había preferido no intervenir antes para evitar un escándalo mayor, pero ahora, al mirar a su nieto, la rabia crecía en su interior.

Agarró una taza de té de la mesa y la estrelló con fuerza cerca de los pies de David.

—¡Infeliz! ¿¡Qué demonios hiciste para orillar a Maris a hacer algo así!?

—Yo no… —David bajó la mirada, sintiéndose expuesto—. Todo es un malentendido. Fui yo, no le expliqué bien las cosas a Maris.

—¿Un malentendido? —Don Julián lanzó una risa seca, cargada de incredulidad. Su mirada se desvió un instante hacia Lucía, y su sola presencia imponente hizo que la joven se encogiera y buscara refugio detrás de su madre.

David, notando la dirección de la mirada de su abuelo, se apresuró a decir:

—Esto no tiene nada que ver con Luci. Es Maris, que se imagina cosas y sospecha sin motivo. Por eso…

—Si se meten en algo o no, tú lo sabes perfectamente —lo interrumpió don Julián con dureza. Su expresión se endureció aún más—. ¡Si la hubieras defendido un poco hace rato, Maris no se habría ido de esa manera!

—David, siempre pensé que eras el más centrado de mis nietos. Lo que hiciste hoy… me decepcionó hasta el alma.

—Don Julián, tampoco podemos culpar de todo a David —intervino Ricardo con cautela—. Fue nuestra culpa por no educar bien a Marisol. Por eso hizo este papelón. Ya hablaremos seriamente con ella.

—A quien tienen que educar es a otra persona. —Don Julián sabía desde hace tiempo que los Ríos no le daban a Marisol el lugar que merecía, pero no imaginaba que el favoritismo llegara a tal extremo.

Al recordar la cachetada que había recibido Marisol, sintió una punzada de compasión. Su tono se volvió más distante.

—Si usted, como padre, tuviera un poco de decencia, no le habría levantado la mano en público.

—Creo que usted también necesita ir a casa a reflexionar. Y a pensar bien quién es la verdadera hija de la familia Ríos.

Con cada palabra, don Julián dejaba claro que apoyaba a Marisol, y les recordaba a los Ríos que ella era la auténtica heredera, la verdadera señorita de la familia.

Los Ríos captaron el mensaje. Sus caras reflejaban la incomodidad y la vergüenza.

Apoyándose en su bastón, don Julián se puso de pie. Se acercó a David y le dio un ultimátum.

—Si no logras convencer a Maris de que regrese, no te molestes en volver a casa.

—Solo la reconozco a ella como mi nieta política.

Hizo una pausa y añadió con seriedad:

—Este lío tuyo ya llamó la atención del señor Garza. Tienes que manejar esto con mucho cuidado. No le des motivos para quejarse. No nos conviene tener problemas con él.

David asintió.

—Entendido, abuelo.

Una vez que don Julián se marchó, la tensión en la sala disminuyó de manera notable.

Poco después, se oyeron los sollozos ahogados de Lucía.

Su madre se volvió y la abrazó, con el corazón encogido.

—Mi niña, ¿por qué lloras? Tu hermana es una imprudente, esto no tiene nada que ver contigo.

—Esa inútil de Marisol no sabe medir sus palabras ni su lugar. Hizo un escándalo terrible hoy. ¡A ver cómo se atreve a aparecer en público después de esto!

—Y encima, trató de embarrar a Luci a propósito —añadió Andrés, con resentimiento—. Yo digo que está loca. Tener familia así es una vergüenza para nosotros.

—Andrés, no digas eso de mi hermana… —dijo Lucía con la voz entrecortada por el llanto—. Todo es mi culpa…

—Andrés tiene razón —intervino David con frialdad.

«Después del numerito de hoy, aunque Marisol vuelva conmigo, será el hazmerreír de todos».

«Pero ella se lo buscó».

«Si se hubiera comprometido tranquilamente, sería mi mujer, como debe ser. Ahora que armó este escándalo, a ver cómo le hace para salir de esta».

—Váyanse ustedes primero. —Tomó las llaves de su carro—. Voy a buscar a Maris.

—David. —Lucía corrió tras él y lo tomó del brazo—. Voy contigo. Tenemos que hablar con mi hermana, aclarar todo. No puedo dejar que cargues con esto tú solo.

Al ver los ojos de Lucía, brillantes por las lágrimas contenidas, David no pudo negarse.

Dudó un instante y luego suspiró.

—Ojalá Maris fuera la mitad de considerada y sensata que tú.

...

Cuando Marisol despertó, seguía en el carro de Alonso. Aturdida, sintió que alguien la observaba.

Se frotó los ojos y miró hacia un lado. Vio a Alonso, sentado frente a ella, contemplando el paisaje nocturno a través de la ventanilla. El juego de luces y sombras acentuaba las líneas definidas de su perfil, evocando un trazo artístico en una pintura clásica.

«Este caballero es guapísimo. Mucho más que en las fotos de las revistas de negocios».

Durante años, mientras apoyaba la carrera de David desde las sombras, había leído innumerables artículos sobre Alonso Garza.

Admiraba su inteligencia y sus estrategias. Incluso había fantaseado con la posibilidad de conocerlo algún día, quizás para pedirle consejo.

Pero jamás imaginó que su encuentro sería en circunstancias como estas.

Marisol estaba tan absorta en sus pensamientos que cuando Alonso volteó y sus miradas se encontraron, ella no apartó la vista. Le sostuvo la mirada con franqueza.

—Señor Garza, ¿por qué me ayudó?

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