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Capítulo 12

Author: Gala Montero
Camila jugueteaba inquieta con el borde de su servilleta.

—Papá, no digas eso de Vale…

Valeria la interrumpió, esbozando una sonrisa.

—Bueno, gracias, hermanita. Qué considerada eres.

Se sentó a la mesa con un aire despreocupado, una sonrisa perfectamente cortés dibujada en los labios.

—Papá, con todo respeto, pero creo que te equivocas. Camila vive aquí gratis, ¿no es así? Algo tendrá que hacer para ganarse el techo y la comida, digo, para que se sienta cómoda.

En cuanto terminó de hablar, las expresiones de Regina y Camila se llenaron de disgusto. Sin embargo, Regina se recompuso al instante y le sonrió a Arturo.

—Claro que sí, Arturo. Vale tiene toda la razón.

El semblante de Arturo Rivas se tornó sombrío. Giró la cabeza y fulminó a Valeria con la mirada.

—¡O comes o te largas de aquí!

Pero la sonrisa de Valeria se ensanchó, volviéndose casi radiante.

—¿Y por qué no habría de comer? Estoy en mi casa, ¿o no? A ver si no se la acaban toda… esta gente.

La indirecta era clara.

Luego se volteó hacia Camila, que seguía de pie, inmóvil.

—Anda, Cami, mejor siéntate ya. Mira cómo tienes a papá. Quien no supiera, pensaría que tú eres la hija de verdad, ¿eh?

Se dirigió entonces a Elena:

—¿Qué haces ahí parada, Elena? ¿Es que acaso como sin cubiertos? ¿O de verdad esperas que vaya la señorita Camila por ellos?

Puso un énfasis especial en las últimas palabras.

Camila dudó un momento y finalmente tomó asiento.

Con la presencia de Valeria, un silencio incómodo se instaló en la mesa.

Solo Valeria parecía no darse cuenta, comiendo con aparente tranquilidad.

Finalmente, fue Regina quien rompió el silencio.

—Oye, Vale… me contaron que Patricio tuvo un accidente anoche y acabó en el hospital. ¿Cómo está? ¿Fue grave?

Valeria la miró de reojo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—Si quiere saber, ¿por qué no va a verlo usted misma?

Regina se quedó estupefacta por un momento, pero enseguida recuperó la compostura y rio.

—Ay, Vale, qué cosas dices. ¿De qué serviría que fuera yo a verlo?

—Voy a pedirle a Elena que compre ingredientes para preparar un buen caldo. Por la tarde, como ni tú ni Cami tienen planes, podrían ir juntas a visitar a Patricio.

Valeria le dedicó una mirada rápida.

—No, gracias. Mejor que vaya Camila sola. Así aprovechan y... fortalecen su relación.

«Era justo lo que Regina quería», pensó para sus adentros, pero no podía admitirlo. Se volteó hacia su hija.

—Cami, a ver, dinos tú. ¿De qué está hablando tu hermana?

Camila balbuceó, con voz entrecortada:

—No es cierto… Pato y yo no tenemos nada que ver, de verdad. Yo nunca… nunca me metería con el prometido de mi hermana.

Sus ojos grandes se llenaron de lágrimas de inmediato, y miró fijamente a Valeria con expresión suplicante.

—Vale, por favor, créeme. Ya no estés enojada con Pato por esto.

—No volveré a acercarme a él, te lo prometo.

Valeria se llevó otra cucharada de sopa a la boca, sin apartar la vista del espectáculo que montaba Camila.

Como Valeria no respondía, Regina intervino con un suspiro:

—Ay, Vale, ya no te molestes con tu hermana. Seguro entendiste mal las cosas. Ella sería incapaz de intentar quitarte a Patricio.

Añadió con una sonrisita:

—No dejes que esto te genere problemas con Patricio, por favor.

Valeria permaneció en silencio.

«Par de hipócritas», pensó Valeria con desprecio. «Siempre haciéndose las víctimas. Con esto dejan a Camila como una santa y a mí como la loca celosa que inventa cosas».

Era casi cómico.

Pero su propio padre, como siempre, se tragó el cuento de Regina. Dejó el tazón sobre la mesa con un golpe seco y se encaró con Valeria.

—¡Ya déjate de estupideces! ¿O qué, es la primera vez que inventas cosas de tu hermana?

—No sé qué pretendes ahora, pero óyeme bien: la fiesta de compromiso con Patricio se va a hacer como estaba planeado. Punto.

Se puso de pie.

—Bueno, ya estuvo. Tengo que salir. Y esta tarde, tú y Camila van juntas a ver a Patricio. No quiero que los Garza piensen que en esta familia no nos llevamos bien. ¡Sería el colmo que demos de qué hablar!

Valeria entrecerró los ojos, observando cómo Arturo salía completamente en silencio.

Apretó con fuerza la cuchara que sostenía, sintiendo el metal frío hundirse en su palma.

En cuanto Arturo se fue, la sonrisa desapareció del semblante de Regina. Fijó la mirada en Valeria y, con una mueca que pretendía ser una sonrisa, dijo:

—A ver si aprendes, Vale. Ya no vuelvas a levantarle chismes a mi Cami.

Valeria resopló con desprecio. Movió los labios, formando palabras silenciosas.

Bastó para que las caras de Regina y Camila se contrajeran; habían entendido perfectamente el insulto silencioso.

Disfrutando de su pequeña victoria al verlas desconcertadas, Valeria se sintió mucho mejor. Dejó los cubiertos sobre la mesa, subió las escaleras y se refugió en su habitación.

Tomó su celular. Tenía un mensaje sin leer.

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