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Capítulo 5

작가: Gala Montero
—Disculpen, no era mi intención escuchar su conversación. —Se frotó la nariz—. Con permiso.

Damián Figueroa se tocó la punta de la nariz y quiso pasar entre ellos, pero Valeria lo detuvo enseguida.

Ella, agarrándolo del brazo, se giró hacia Patricio Garza.

—¿No querías saber con quién estuve anoche? ¡Pues con él!

Al oírla, la cara de Patricio, ya pálida por el dolor intenso, cambió por completo.

Entonces, como si recordara algo, soltó una risa burlona y se dirigió a Damián:

—Damián, disculpa. Valeria está de berrinchosa conmigo. Te invito un trago por las molestias.

Damián era el magnate destacado de la ciudad; no solo su familia poseía la empresa más poderosa entre todas, Corporativo Althea.

Sino que él mismo destacaba entre toda esa nueva generación de empresarios: a su corta edad ya manejaba hilos importantes dentro del corporativo familiar. Por eso, todos lo trataban con sumo respeto y apenas se atrevían a bromear con él.

Damián arqueó una ceja y se dispuso a marcharse.

Valeria sintió que la mano le temblaba un instante y, al ver la espalda de Damián, se arrepintió fugazmente.

«¡Por Dios! Acababan de acostarse la noche anterior y Damián se iba así, sin querer abogar por ella.»

Justo entonces, oyó a Patricio decir:

—Valeria, ya sé que quieres hacerme enojar, pero no metas a Damián en esto. Meterse con él es buscarse problemas.

Al escuchar aquello, Damián se detuvo. Se volteó y le echó una mirada fulminante a Patricio.

—¿Cómo? ¿De qué problemas hablas, Garza?

Patricio se quedó sin palabras por un segundo.

—No, ninguno. No quise decir eso.

Intentó explicarse mejor, pero Damián se adelantó y, mirando a Valeria, declaró:

—No te preocupes. Te llevo a tu casa al rato.

Valeria se quedó pasmada antes de poder articular palabra alguna.

—Bueno —dijo ella—. Podemos irnos de una vez.

Patricio los miró boquiabierto. Damián no era de los que se metían en asuntos ajenos, ¿y ahora decía que llevaría a Valeria a su casa?

«¿Será que de verdad traen algo?»

La expresión de Patricio se oscureció aún más, sobre todo al verlos salir juntos. Su cara reflejaba una furia total.

Pero no se atrevía a enfrentarse directamente a Damián, así que descargó su rabia contenida con un puñetazo en la pared.

...

Valeria siguió a Damián afuera. Un Maybach negro se detuvo con suavidad frente a ella. El chofer bajó y abrió la puerta para Damián, pero este se giró directo hacia Valeria.

—¿Por qué te quedas ahí parada? Súbete.

—¿Ah?

Pensó que Damián solo había dicho aquello para salir del paso, pero él levantó una ceja.

—Yo siempre cumplo mi palabra.

Valeria murmuró un "oh" y, para no verse mal o como si le tuviera miedo a ese sujeto, subió al carro.

Una vez que el carro arrancó, Valeria le dio su dirección al chofer.

Entonces, un silencio incómodo llenó el ambiente.

Después de un buen rato, Damián dejó salir una risa despectiva.

—Vaya, en serio parece que tienes mal ojo para más de una cosa.

Valeria lo miró confundida.

«¿Qué?»

Comprendió al instante que Damián se burlaba de ella, insinuando su ceguera respecto a Patricio.

Quiso replicar, pero muy a su pesar, sabía que él tenía razón.

Damián estiró sus dedos largos y aflojó un poco el cuello de su camisa. Esbozó una sonrisa irónica.

—¿Así que anoche solo me usaste?

Valeria apretó los labios. Le pareció absurda la pregunta.

—¿A poco sientes que saliste perdiendo, Damián? —Estaba muy segura de su atractivo físico.

Pero apenas dijo eso, la expresión de Damián se endureció. Apretó los labios, guardó silencio un instante y le ordenó al chofer:

—Detén el carro.

El chofer obedeció. Valeria estaba desconcertada.

—¿Qué pasa?

—¡Bájate! —le espetó Damián.

Valeria miró por la ventana, aturdida. ¿Qué dijo? ¿Por qué la hacía bajar ahora?

«¡Y aquí en el Periférico! ¿Cómo voy a conseguir taxi?»

—¡Que te bajes! —repitió Damián.

Valeria dudó un segundo, pero finalmente bajó del carro.

Desde atrás, oyó la voz de Damián:

—Odio que me utilicen, Valeria. Estamos a mano.

Dicho esto, le indicó al chofer que arrancara, dejando a Valeria sola en la orilla de la vía rápida, temblando ligeramente.

—¡Imbécil!

Puso los ojos en blanco y, tras pensarlo un momento, llamó a Sofi para darle su ubicación y pedirle que pasara por ella.

Sofi llegó media hora después. En cuanto Valeria subió al carro, no pudo evitar quejarse:

—¡Qué puta suerte! De veras que todo me sale mal últimamente.

Sofi la miró sorprendida por el retrovisor.

—¿Qué pasó?

Valeria suspiró y volteó a ver a su amiga.

—Ay, Sofi... creo que acabo de hacer enojar a un cliente importante. Olvídate del viaje a Europa.

Últimamente de verdad que estaba salada; nada le salía bien.

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