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Capítulo 6

Author: Gala Montero
—Pues ni modo —dijo Sofía levantando los hombros—. Tampoco es que fuera nuestro único cliente. No te preocupes tanto.

Valeria suspiró y se dejó caer en el asiento trasero del carro. Una profunda sensación de agotamiento la invadió.

La verdad era que, por mucho que intentara parecer fuerte, a veces simplemente se sentía cansada. Desde que su madre falleció, vivía siempre a la defensiva, como un animal acorralado, temiendo que cualquier descuido la dejara vulnerable, expuesta a que la destrozaran sin piedad.

Llegó a casa bastante tarde. Normalmente, a esa hora, su padre ya debía estar dormido.

Pero esa noche la sorprendió. Estaba sentado en el sofá, erguido, con un aire de inusual seriedad.

Valeria intentó pasar de largo, ignorarlo, pero la voz de su padre la detuvo en seco.

—¿A dónde fuiste? ¿Por qué llegas tan tarde?

Ella se volteó y le lanzó una mirada desafiante.

—¿Vaya, hoy sí te preocupa dónde ando?

Siendo sincera, cuando su madre vivía, Arturo había sido un buen padre para ella. Pero todo cambió desde que Susana murió y Regina Solís se mudó a la casa con Camila. Su relación se había deteriorado con el tiempo.

Arturo pareció quedarse sin palabras por un instante, pero, extrañamente, no explotó de coraje como lo solía hacer.

Dio unas palmadas en el espacio vacío a su lado en el sofá.

—Vale, ven acá. Quiero hablar contigo.

Hacía mucho tiempo que Arturo no le hablaba con esa calma fingida.

Algo no cuadraba en todo esto. Quería averiguar qué mosca le había picado, así que, adoptando un aire dócil, fue a sentarse.

Arturo suspiró antes de empezar.

—Vale, tú sabes lo mucho que nos ha costado levantar el negocio familiar, mira…

Hizo una pausa antes de decirlo.

—¿Por qué no me das lo que te dejó tu mamá?

El semblante de Valeria cambió por completo.

—¡Ni se te ocurra!

Le tembló la voz por la indignación contenida.

—¡Es lo único que me dejó! ¡No te lo voy a dar por nada del mundo!

Su madre, antes de morir, le había dejado algo, sí: una simple llave. Pero esa llave abría el lugar donde guardaba lo más valioso que poseía. La condición era estricta: solo podría acceder a ello después de cumplir veinticuatro años y únicamente si se enfrentaba a una dificultad insuperable. De lo contrario, jamás debía usarla. Y Valeria apenas tenía veintitrés.

El problema era que, cuando Susana murió, ella aún era menor de edad y su custodia legal estaba en manos de Arturo. Por eso, él conservaba muchos documentos importantes relacionados con la herencia. Habían pasado cinco años y aún seguía sin entregárselos.

«Así que esa era su intención.»

Al ver la negativa rotunda de Valeria, la cara de Arturo se ensombreció.

Tras unos segundos de silencio tenso, propuso:

—Entonces cásate con Patricio cuanto antes. Asegura la alianza entre nuestras familias y olvidamos este asunto.

A Valeria se le escapó una risa amarga, cargada de incredulidad y rabia.

—¿Estás loco o qué? ¿De verdad no tienes corazón? ¡Patricio y Camila andan juntos! ¿Y todavía quieres que me case con él?

Su voz se elevó, afilada.

—¡¿O crees que todo el mundo es como tú, que le encanta recoger las sobras de otros?!

—¡Paf!—

Un sonido seco y rotundo resonó en la amplitud de la sala. El eco pareció colgarse de las paredes.

Valeria sintió un ardor inmediato en la mejilla. Se llevó la mano a la cara, mirando a Arturo con los ojos anegados en lágrimas que se negaba a derramar, brillantes de pura furia.

Justo en ese momento, Regina Solís regresaba del hospital, donde supuestamente había estado cuidando a Camila. Vio la escena entre padre e hija. Una chispa de satisfacción brilló en sus ojos por un instante, pero su cara adoptó de inmediato una expresión de alarma.

—Arturo, ¿qué pasa? ¡Cálmense los dos! ¿Por qué le pegas?

Arturo pareció arrepentirse un segundo, pero enseguida se defendió, con la voz alterada.

—¡Soy tu padre! ¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera?

—¡Ojalá pudiera elegir! —replicó Valeria con fiereza—. ¡Preferiría tener un miserable pordiosero como padre antes que a ti!

Con la cabeza bien alta, dio media vuelta y salió de la casa dando un portazo.

Por suerte, dos años atrás había comprado un pequeño departamento para ella sola. No era grande, pero lo había decorado con esmero, convirtiéndolo en un refugio acogedor. Lo había adquirido justo después de que Camila le arrebatara su antigua habitación en la casa familiar. Apenas había terminado de amueblarlo.

Al llegar a su departamento, fue directo al congelador por una bolsa de hielo para aplicársela en la cara. La bofetada de Arturo no había sido suave; durante el trayecto, la mejilla se le había hinchado notablemente.

Tenía que ir a trabajar al día siguiente, no podía presentarse así.

Era ya de madrugada cuando por fin se metió en la cama. Le mandó un mensaje rápido a Sofía para avisarle que llegaría más tarde a la oficina y como estaba muy cansada, se quedó dormida al instante.

Pero al día siguiente, un timbrazo insistente la despertó mucho antes de lo previsto.

Tomó el celular y, al ver el identificador de llamadas, su dedo vaciló sobre la pantalla.

Quien llamaba no era otra que la madre de Patricio.

Beatriz Garza y su madre, Susana, habían sido mejores amigas. En gran parte su buena relación con Patricio en la infancia se debía a ese lazo entre las familias; crecieron juntos, casi como hermanos. Incluso Valeria llamaba "Madrina" a Beatriz.

Después de su madre, Beatriz era la figura adulta que más cariño le había demostrado siempre.

Por eso, por mucho que Patricio fuera un patán, no se sentía capaz de ignorar una llamada de Beatriz.

Justo cuando la llamada estaba por desviarse al buzón, Valeria contestó.

—¿Hola, señora Beatriz?

Antes de todo el lío, siempre la había llamado Madrina. Hoy, sin embargo, eligió un trato ligeramente más distante.

Hubo una pausa al otro lado de la línea, seguida de un suspiro.

—Ay, Vale, mi niña… ya nos enteramos de la… estupidez que hicieron Patricio y Camila. Tranquilízate, ¿sí?

Continuó, intentando quitarle las espinas al asunto.

—Además, Patricio jura que no pasó nada serio con Camila. Anda, no te enojes, ¿está bien?

Cambió de tema con rapidez.

—Hoy es un día importante. No dejes que esto lo arruine. Para mí, tú eres mi nuera, mi nuera de verdad.

Solo entonces, al escuchar las palabras de Beatriz, Valeria recordó qué día era.

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