Share

Capítulo 6

Author: Mora Quintera
—Ya entregué mi carta de renuncia.

—¿Cómo? —la jefa de Recursos Humanos se quedó helada.

Tardó un buen rato en reaccionar.

—Entonces… usted…

Lía sabía que, según el reglamento del despacho, después de entregar la renuncia todavía tenía que trabajar unas dos semanas más para entregar todos sus casos.

Ella no era de las que dejaban las cosas a medias.

Ya que había decidido irse, lo mínimo era dejar todo en orden y no convertir su salida en una carga para los demás.

—En un rato voy a pasar por el despacho a hacer la entrega de puestos.

—Sí, sí, claro. Entonces la espero aquí.

Cuando colgó, Lía respiró hondo sin poder evitarlo.

Ya había vendido su departamento; en cuanto terminara de entregar sus casos, podría irse.

Pero la cicatriz reciente en el abdomen seguía doliéndole, un dolor sordo que palpitaba de vez en cuando.

Descansó un buen rato antes de pedir un taxi rumbo al despacho.

Y en cuanto cruzó la puerta del Esquivel & Serrano Abogados, el ambiente tenso se relajó de inmediato.

—¡Lía…!

—Lía, qué bueno que viniste hoy…

Varias asistentes corrieron hacia ella, la rodearon y empezaron a hablar todas al mismo tiempo, incapaces de ocultar la emoción.

En sus ojos se notaban una alegría y un cariño genuinos, y eso le calentó un poco el corazón.

—Solo vine a entregar el trabajo —Lía sonrió, y con eso el ánimo general bajó un poco. Desvió la mirada hacia una de las asistentes—. Ximena, por ahora te paso mis casos, ¿sí?

—Lía, tú… ¿de verdad te vas? —todas se miraron entre sí, desconcertadas.

Lía asintió apenas, con una sonrisa leve.

—Sí.

***

En cuanto se enteró de que Lía había regresado, Dante fue directo a la oficina de Darío.

—¡Lía volvió! —anunció, empujando la puerta sin más.

Sonreía de oreja a oreja.

—Sabía que esa muchachita no puede vivir sin ti. Mira, apenas oyó que la ibas a correr y enseguida se apareció.

Darío le lanzó una mirada fría, inexpresiva.

—Te veo muy desocupado. ¿Quieres que te pase unos cuantos de los contratos de representación que tengo en mi escritorio?

Dante levantó las manos de inmediato, como si se rindiera.

Ni loco.

Los casos que llegaban a manos de Darío casi siempre eran casos con honorarios a resultado: si perdían, el despacho no cobraba un centavo. Mientras más complicado el asunto, mayor era el porcentaje que se llevaba el abogado… pero también había que tener con qué sacarlos adelante.

Justo cuando Dante se daba la vuelta para salir de la oficina, escuchó la voz de Darío a su espalda.

—Dile a Lía que venga.

Dante sonrió de lado.

—Hecho.

Lía estaba en plena entrega de sus casos cuando escuchó que alguien a su lado saludaba:

—Licenciado Vergara.

Alzó la vista por reflejo y se encontró con los ojos sonrientes de Dante.

—Lía, Darío quiere verte en su oficina.

Lía se puso de pie.

Dante caminó a su lado, hombro con hombro, y bajó la voz.

—Lía, te lo digo como tu hermano mayor: con hombres como Darío, que no tienen corazón, hay que ser igual de duros. No puedes seguir cediendo en todo. ¡Esta vez hasta se atrevió a plantarte en el altar! Lo tienes demasiado mal acostumbrado.

La mano de Lía ya estaba en el picaporte cuando giró la cabeza hacia él.

—¿Vas a entrar conmigo?

—No, no —Dante agitó las manos de inmediato—. Yo no me meto con el señor que está adentro. Ese paquete te toca a ti.

Dicho eso, desapareció corriendo hacia su propia oficina.

Lía respiró hondo y empujó la puerta.

La oficina de Darío estaba, como siempre, impecable y solemne; los muebles de madera oscura y las paredes llenas de libros de Derecho creaban un ambiente serio y opresivo.

Él estaba sentado detrás del amplio escritorio, revisando unos documentos.

—Licenciado Serrano, ¿me mandó llamar? —preguntó Lía, de pie frente al escritorio, con la voz serena.

Era la forma normal de dirigirse a él. De hecho, en el despacho siempre procuraba llamarlo “Licenciado Serrano”; solo en privado le decía por su nombre.

Aun así, la mano con la que Darío sujetaba la pluma se detuvo. Levantó la mirada casi sin darse cuenta y frunció apenas el entrecejo.

Después de una semana sin verla, la chica frente a él se veía mucho más delgada.

Hasta su rostro, antes un poco redondeado, se había afinado.

Llevaba una camisa blanca sencilla y un pantalón de vestir negro, y eso hacía que su figura luciera aún más frágil.

—¿Estuviste enferma? —Darío frunció un poco más el ceño—. ¿Por qué adelgazaste tanto?

La apendicitis había sido una cirugía menor, pero al fin y al cabo seguía siendo una operación. Entre dolor y hospital, Lía había bajado casi tres kilos en una sola semana.

—¿Qué quiere hablar conmigo? —Lía esquivó la pregunta, con un tono estrictamente laboral.

Darío no pudo evitar fruncir el ceño de nuevo.

No sabía por qué, pero esa forma tan distante de llamarlo “Licenciado Serrano” le incomodó, le apretó el pecho.

Por una vez, él estaba mostrándole interés y, aun así, ella ni siquiera se dignaba a corresponderle.

Sí, lo de la boda había sido culpa suya, pero también se trataba de una vida en peligro.

¿Desde cuándo se había vuelto ella tan fría?

—¿Una semana sin venir a trabajar? ¿De verdad crees que no me atrevo a despedirte? —su voz sonó más fría todavía.

El rostro de Lía se mantuvo sereno, igual de profesional.

—Ya entregué mi carta de renuncia.

—Yo no la aprobé.

—Según la ley laboral, la empresa no puede negarse a aceptar la renuncia de un empleado…

—¡Lía! —la voz de Darío tronó más fuerte, cortándola en seco.

Las pestañas largas de Lía temblaron. Apretó sus labios teñidos de rosa, apartó la mirada y no dijo nada más.

La oficina quedó en un silencio absoluto.

Pasaron unos segundos antes de que Darío volviera a hablar. Apretó ligeramente los labios y cuando habló de nuevo, su voz sonó algo más calmada.

—Esta tarde hay una junta. Vas a ir conmigo…

—Darío, ya te lo dije —Lía pronunció cada palabra con claridad—: ya renuncié.

El rostro de Darío se oscureció de inmediato.

—¿Ya terminaste con el numerito?

¿De verdad estaba dispuesta a renunciar?

¿De verdad estaba dispuesta a irse?

Desde el día en que la conoció, Lía había sido como un chicle pegado a él. No importaba si la echaba con la cara más fría o si la regañaba en voz baja: ella siempre seguía pegada a sus pasos.

Bastaba con que se diera la vuelta para encontrarla ahí, justo detrás.

Sabía mejor que nadie que Lía no podía vivir sin él.

¿Renunciar?

Imposible.

—Hasta para hacer berrinche hay límites. ¿De verdad crees que no voy a aceptar tu renuncia? —su voz sonó aún más grave.

—No necesito que la apruebe —Lía alzó la mirada hacia él—. En cuanto termine de entregar mis asuntos, me voy. Quédese tranquilo, Licenciado Serrano, no me voy a tardar: en un día dejo todo listo.

La expresión de Darío se volvió tan oscura que parecía una nube de tormenta, pero antes de que pudiera responder, alguien llamó a la puerta.

Dante asomó media cabeza.

—Darío, en un rato hay que ir a…

No alcanzó a terminar la frase. Darío ya había agarrado el portafolio de la mesa y se lo arrojó con fuerza.

—¡Lárgate!

La carpeta cayó al piso, desparramando todos los documentos, y la cabeza de Dante desapareció del marco de la puerta tan rápido como si hubiera visto un fantasma.

Lía frunció ligeramente el ceño.

Por su problema de frialdad emocional, rara vez veía a Darío estallar. Incluso cuando estaba enojado, lo más que hacía era arrugar la frente. Verlo lanzar cosas de esa manera…

Era la primera vez.

Retiró la mirada, con el rostro pálido como porcelana, pero sereno.

—Además —dijo—, mis acciones en Esquivel & Serrano Abogados pueden comprármelas al valor de mercado…

No alcanzó a terminar.

Darío se puso de pie de golpe y en unos cuantos pasos se plantó frente a ella.

Su estatura imponía una presencia que lo llenaba todo, y sus ojos negros como tinta parecían afilados por un frío cortante.

Pronunció cada palabra despacio, casi gruñendo:

—Lía, más te vale pensarlo bien. ¡Si renuncias, olvídate de volver! ¡Nunca más!
Continue to read this book for free
Scan code to download App

Latest chapter

  • ¡La novia humillada que se convirtió en la jefa!   Capítulo 30

    Darío dio un paso hacia adelante. La voz le salió ronca.—Lía… Por fin te encontré.Ella levantó la mirada y lo enfrentó.Sus ojos, claros, no mostraban ninguna emoción.Él sostuvo la mirada, como si se aferrara a una tabla de salvación.Seguía siendo esa mujer hermosa que recordaba. Si ahora sonreía y volvía a llamarlo por su nombre como antes, habría podido creer que todo ese mes había sido solo una pesadilla.—Licenciado Serrano —dijo Lía, con una calma que dolía—. ¿En qué puedo ayudarlo?Las palabras “licenciado Serrano” fueron como agujas heladas clavándose en el pecho de Darío.Antes, cuando estaban solos, siempre lo llamaba por su nombre. “Darío” cuando estaba molesta, cuando estaba feliz, cuando lo regañaba, cuando se ponía cariñosa.Solo en el trabajo, con gente alrededor, lo llamaba “licenciado”.—Yo… —se le hizo un nudo en la garganta. Al final, solo pudo decir—: Lía, llevo mucho tiempo buscándote.Por reflejo, extendió la mano, intentando sujetarle la muñeca.Lía se retiró

  • ¡La novia humillada que se convirtió en la jefa!   Capítulo 29

    La oficina volvió a quedarse en silencio.Lía se reclinó en la silla y se frotó las sienes.Cuando por fin sintió que su respiración volvía a la normalidad y se disponía a seguir con el contrato, la voz de Lucas resonó desde la recepción.—¡Jefa! ¡Jefa! ¡Tienes que venir a ver quién llegó!Lía frunció el ceño. Pensó que habría aparecido otro cliente caído del cielo y se obligó a ponerse de pie.Abrió la puerta del despacho.En ese momento, Lucas se hizo a un lado y la figura de un hombre llenó su campo de visión.Era Darío.Estaba más delgado. La línea de la mandíbula se veía más afilada, el saco abierto dejaba entrever el cuello de la camisa, impecable, aunque un poco desordenado.La expresión de Lía se congeló.La mano con la que sujetaba el picaporte se crispó. Sintió la sangre correrle con violencia por el cuerpo, dejándola al borde del mareo.Por un instante, el mundo pareció detenerse.Los sonidos se apagaron y sólo le llegó el propio latido, golpeando en sus oídos.Pum.Pum.Luc

  • ¡La novia humillada que se convirtió en la jefa!   Capítulo 28

    —Lía… —la voz de Norma sonaba clara, pero se le notaba la tensión debajo, aunque intentara sonar natural—. ¿Por qué te fuiste así, sin avisar? Ni una llamada, ni un mensaje. ¿Cuándo piensas volver? Te extrañamos en casa…La avalancha de preguntas dejó a Lía con una extraña sensación de lejanía.En los últimos cinco años, aunque Norma había aceptado a regañadientes que Lía era la novia de su hijo, su actitud siempre había sido más bien crítica, con un cariño medido, lleno de condiciones.Que no le reprochara nada ya era mucho.Si hubiera escuchado ese tipo de palabras un mes atrás, se habría conmovido hasta las lágrimas.Ahora esas palabras solo le sonaban crueles.—Estoy bien, gracias por preguntar —respondió Lía, con educación distante—. Dígame qué necesita y vamos al grano.Norma no esperaba esa frialdad. Dudó un instante y, al sentirse desconcertada, su tono se enfrió también.—La boda fue un malentendido, te lo dije. Darío es así, terco, no sabe hablar. No es algo nuevo. ¿Cómo pued

  • ¡La novia humillada que se convirtió en la jefa!   Capítulo 27

    No podía creer que de la noche a la mañana les hubiera brotado esa supuesta bondad.“Algo raro hubo en ese accidente”, sospechaba Dante.—Lía no le llega ni a los talones —soltó Amalia entre dientes, fuera de sí—. Yo soy la que creció con él, la que entiende su mundo. Algún día va a darse cuenta de quién es la indicada.—¿La indicada? —Dante sonrió con sorna—. ¿La indicada para sembrar chismes? ¿Para armarle escenas y amenazar con quitarse la vida el día de su boda?Amalia temblaba de pies a cabeza.—Estás inventando…—¿Ah, sí? —Dante clavó la mirada en ella—. Sabes perfectamente por qué Darío te evita. Hasta ahora te ha aguantado solo por la deuda que tiene con tu mamá. Con lo que pasó con Lía, esa cuenta se saldó.Se inclinó apenas hacia ella, rematando:—Te queda algo de orgullo, ¿no? Piénsalo dos veces antes de seguir haciéndote daño tú sola.Cada palabra fue como un cuchillo en el pecho de Amalia.Se quedó sin aire, con la mano temblorosa señalándolo. Abrió la boca varias veces, p

  • ¡La novia humillada que se convirtió en la jefa!   Capítulo 26

    Apretando la mandíbula, volvió a marcar el número.“El número que marcó se encuentra apagado o fuera del área de servicio…”—¡Ugh! —Amalia lanzó un chillido ahogado y casi estrelló el termo contra el piso.Apretó el puño con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en la palma. El pecho se le agitaba, lleno de frustración.“Maldita Lía, ni muerta me dejas en paz”, pensó.No, no pensaba rendirse.Hoy lo iba a ver, aunque tuviera que esperarlo a la salida de la oficina.—¿Me trae un café, por favor? —se sentó en el sofá de la sala de espera, con aire de dueña—. De grano recién molido, sin leche ni azúcar.La recepcionista, por supuesto, la reconocía. Amalia se dejaba caer a menudo por la oficina de Darío, y el chisme de que ella era la razón de que Lía se hubiera ido corría como pólvora.La chica, aunque le tenía tirria, no se atrevió a mostrarlo.—Enseguida, señorita —respondió, y fue a preparar el café.El tiempo se hizo eterno.Amalia se bebió una taza tras otra, cada vez con la mirad

  • ¡La novia humillada que se convirtió en la jefa!   Capítulo 25

    —¿Mañana… a las nueve? —A Mauricio casi se le fue el alma al suelo.Nada más los casos grandes de infracción ya eran siete u ocho. Y los de defensa de marca y patentes eran decenas. ¿Revisarlo todo en una sola noche y, encima, presentar informes detallados?¿Quería matarlos a todos ahí mismo?—Señor, yo… ¿no cree que el plazo es un poquito apretado? —se atrevió a protestar.Lorenzo alzó la mirada.—¿Hay algún problema?Mauricio tragó saliva y se tragó las palabras.—Ninguno. Lo terminamos, se lo prometo.Quería llorar, pero no le salían las lágrimas.“¿Quién diablos lo habrá hecho enojar ahora? ¿Qué clase de pecado cometimos para que nos condene a esta maratón de informes?”, pensó, derrotado.Lorenzo no dijo nada más. Se puso de pie, se acomodó el saco y salió de la sala con paso tranquilo, dejando atrás a Mauricio y a todo el departamento jurídico sumidos en la desesperación.***En la autopista rumbo al aeropuerto de Valdoria.Dante conducía como alma que lleva el diablo.Desde el re

More Chapters
Explore and read good novels for free
Free access to a vast number of good novels on GoodNovel app. Download the books you like and read anywhere & anytime.
Read books for free on the app
SCAN CODE TO READ ON APP
DMCA.com Protection Status