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Capítulo 7

Author: Mora Quintera
Cuando la voz de Darío se apagó, el despacho quedó en un silencio absoluto.

Clavó la mirada en Lía, seguro de que, después de soltar semejante amenaza, ella bajaría la cabeza y admitiría que se había equivocado.

En esos cinco años, pasara lo que pasara, ella siempre cedía sin condiciones.

Estaba convencido de que no iba a renunciar de verdad.

Cualquiera podía irse de su lado, menos Lía.

Ella no.

Ella jamás.

Sin embargo, la escena que había imaginado —Lía asustada, disculpándose a toda prisa— no pasó. Ella solo se quedó ahí, quieta, y hasta se le dibujó una sonrisa casi imperceptible en los labios.

—Ya lo pensé bien —Lía dejó la carta de renuncia sobre el escritorio, con la voz tranquila, sin que se le quebrara—. Licenciado Serrano, si no hay nada más, me retiro.

Al decir eso, ni siquiera lo miró de nuevo; se dio la vuelta y caminó hacia la puerta de la oficina.

Sus movimientos fueron firmes, seguros, sin un solo rastro de duda o apego.

Darío se quedó helado.

Había imaginado mil escenarios, menos ese.

¿No se suponía que ella le rogaría que no la despidiera?

¿Que, nerviosa y desesperada, le explicaría que solo había dicho eso en un arranque?

¿Que, como tantas otras veces, en cuanto él se enojara ella se ablandaría para tranquilizarlo?

—¡Lía!

Cuando vio que ella ya tenía la mano en la manija de la puerta, Darío casi le gruñó su nombre sin pensarlo, con una urgencia y un toque de... ¿pánico? que ni él mismo quiso reconocer.

Pensó que se detendría, que al menos voltearía a verlo.

Pero no lo hizo.

Lía no se detuvo ni un segundo; abrió la puerta de un tirón.

Afuera, Dante, que estaba pegado a la puerta escuchando a escondidas, perdió el equilibrio y casi se cayó dentro de la oficina; la vergüenza se le pintó en toda la cara.

—Eh... yo, este... justo venía a hablar contigo, Darío...

La mirada de Lía apenas pasó por él; hizo un leve gesto con la cabeza a modo de saludo y se deslizó a su lado sin detenerse, rumbo directo a su escritorio.

Su espalda, delgada pero erguida, mostraba una determinación que nunca antes había tenido.

Darío se quedó clavado en su lugar, viéndola marcharse sin mirar atrás. Sintió que algo le apretaba el corazón con violencia; aquella sensación extraña y sofocante volvió a golpearlo, más fuerte que nunca.

Dante se rascó la cabeza, incómodo; miró la espalda de Lía alejándose y luego al rostro sombrío y terrible de Darío, e intentó romper la tensión:

—Ja, bueno, este... Darío, justo venía a hablar contigo...

—¡Cállate! —lo cortó Darío de golpe, con el pecho subiéndole y bajándole con violencia.

Jamás había perdido así el control.

Al ver la expresión que traía, Dante se apresuró a cerrar la puerta para bloquear las miradas curiosas del pasillo y se acercó en unos cuantos pasos largos.

—Darío, ¿de verdad es necesario hablarle así? ¿Es que no conoces el carácter de Lía? Si de verdad se va, dime, ¿cómo se supone que va a funcionar este despacho?

Darío le lanzó una mirada fría, y respondió con un tono defensivo que ni él mismo reconoció:

—¿No la oíste hace un momento? ¡Ella es la que insiste en renunciar!

Dante se quedó con los ojos como platos, incrédulo.

¿Renunciar? ¿De qué diablos estaba hablando?

¿Cómo iba a dejar la firma Esquivel & Serrano Abogados?

¿Cómo iba a tener corazón para dejar a Darío?

En todo el despacho, cualquiera podía renunciar... excepto Lía. Eso simplemente no podía pasar.

—¿Y para qué le hablaste tan feo, entonces? Ese “de ahora en adelante ni se te ocurra volver”... ¿a quién se supone que estabas amenazando? Lía solo está enojada, ¿no puedes bajarle el tono y ya? Tienes que llevar las cosas al extremo, ¿o qué?

—¡Te dije que te calles! —Darío aflojó con irritación el nudo de la corbata, pero descubrió que aquella opresión en el pecho no disminuía ni un poco.

Por primera vez, distinguió con claridad un rastro de verdadero miedo mezclado con todo lo demás que estaba sintiendo.

¿Por qué?

¿No había pensado siempre que Lía era ruidosa y molesta?

¿No había deseado una y otra vez que dejara de ser tan pegajosa?

Ahora que ella, por fin, hacía exactamente lo que él decía querer, ¿por qué sentía que... le faltaba el aire?

***

En su escritorio, Lía observó el lugar que la había acompañado durante incontables días y noches; por dentro se sentía extrañamente serena.

Abrió el cajón, donde guardaba un montón de cosas pequeñas.

Un boleto de cine ya medio desteñido, de la película que habían visto en su primera cita, aunque aquella vez Darío se la había pasado contestando mensajes de trabajo en el celular...

Un separador de libros de metal, sin nada especial, que él le había arrojado sobre el escritorio al volver de un viaje de trabajo, diciendo que era un regalo de un cliente...

Una caja de chocolates deformados por el calor, del Día de San Valentín del año anterior; él había mandado a la asistente a comprar las mismas cajas para todas las empleadas de la firma, y ella también había recibido la suya...

Y un caramelo de frutas, con el envoltorio ya desgastado, que él le había dado hacía mucho tiempo, cuando a ella le dolía el estómago y tenía el azúcar por los suelos; Darío había fruncido el ceño, sacado el dulce del bolsillo y se lo había puesto en la mano...

En su momento, había atesorado cada una de esas cosas como si valieran oro, guardándolas con un cuidado casi ridículo.

Al mirarlas ahora, solo le parecían una mala broma.

Lía torció la boca en una mueca, tomó todo lo que había en el cajón y lo tiró de golpe al bote de basura.

El crujido suave al caer resonó en la oficina silenciosa como si hubiera sido un estruendo.

Sus compañeros la observaron en silencio; nadie se atrevió a decir nada.

Lía guardó sus últimas pertenencias personales en una caja de cartón pequeña, la tomó en brazos y dejó que la mirada recorriera una vez más aquel lugar en el que había dejado tanto de sí misma.

En las paredes colgaban los reconocimientos que había ganado la firma; ella había participado en la mayoría de esos casos.

Las plantas sobre cada escritorio habían sido escogidas y cuidadas por ella.

Hasta la cafetera de la cocina la había comprado pensando en los gustos de todos.

Ese lugar guardaba cinco años de su juventud y de su amor. Y, aun así, había llegado la hora de despedirse.

No dudó ni un segundo; se dio la vuelta y se fue. En cuestión de instantes, su silueta desapareció entre las puertas del elevador.

Las puertas se cerraron despacio, separándola de todas las miradas que la seguían.

***

En la oficina principal de la firma, Darío estaba de pie frente a los ventanales, la espalda recta, aunque cargada de una rigidez extraña.

Se suponía que estaba revisando un correo urgente, pero la mirada se le escapaba una y otra vez hacia la puerta; no lograba concentrarse.

La piedra que sentía en el pecho parecía cada vez más pesada, hasta dejarlo casi sin aire.

Dante soltó un suspiro y se acercó.

—Oye, Darío, ahora sí te pasaste. Yo creo que Lía esta vez va en serio.

Darío frunció el ceño y dejó escapar una sonrisa cargada de ironía, tratando de tapar la inquietud que le carcomía el pecho.

—Solo está haciendo berrinche. ¿Cómo crees que de verdad va a dejarme?

—Lo de antes es otra historia; esta vez fue en la boda, hermano —Dante estaba totalmente indignado—. ¿Qué mujer aguanta que la planten en el altar? Y yo la vi hace rato empacando sus cosas: no parecía una rabieta, estaba regalando todo, como quien cierra un capítulo para siempre.

Darío apretó los labios. La imagen de los ojos tranquilos, casi apagados, de Lía cruzó por su mente, y la sensación de descontrol en su pecho se hizo todavía más evidente.

Trató de recordar la última vez que Lía se había enojado de verdad, pero en sus recuerdos ella siempre lo perdonaba muy rápido, sin importar lo que él hubiera hecho.

—Ella no puede estar realmente enojada conmigo... —murmuró, como si quisiera convencer a Dante, pero sobre todo a sí mismo—. Todas las personas pueden irse, pero Lía no. Lía no se va a ir.

Dante puso los ojos en blanco.

—Eso era antes. El corazón también se cansa, y tú ya lo machacaste tanto que es un milagro que siga latiendo. Hazme caso: ve a comprarle un buen regalo, habla con ella en serio, pídele perdón como se debe. A lo mejor todavía tienes chance.

Darío se quedó callado.

¿Pedir perdón? Nunca en su vida había hecho algo así.

Y, además, ¿qué se suponía que tenía que comprar?

Se frotó la frente, irritado.

—No sé qué comprarle. Ve tú y encárgate.

—... ¡Darío, por Dios! Ese tipo de cosas tienes que hacerlas tú si quieres que se vea sincero, yo... —Dante no alcanzó a terminar.

Antes de que pudiera seguir hablando, el celular de Darío empezó a sonar.

Darío alzó la mano para pedirle silencio, contestó la llamada y dejó que su voz volviera, al instante, a su tono frío y profesional de siempre:

—Hola, señor Ledesma...

Dante lo miró y negó con la cabeza, resignado.

Lanzó una mirada hacia la ventana: justo en ese momento, Lía salía del edificio cargando la caja. Su figura delgada se mezcló sin titubeos con la multitud de la calle y desapareció en cuestión de segundos.

El corazón de Dante dio un vuelco.

Sin saber por qué, tuvo una corazonada intensa: esa vez, Lía tal vez no regresaría jamás.

Dentro de la oficina, Darío seguía hablando con el cliente por teléfono, con la voz firme y segura, como si el momento de pánico de unos minutos atrás nunca hubiera existido.

Pero Dante alcanzó a notar cómo la otra mano de Darío se cerraba y se abría una y otra vez, sin darse cuenta...
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