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Capítulo 9

Author: Mora Quintera
En el departamento de Lía…

¿Por qué había un hombre ahí? ¿Y por qué traía un delantal puesto? ¡Parecía que viviera en ese depa, como si fuera lo más normal del mundo!

Un pensamiento disparatado le cruzó la cabeza, encendiéndole la sangre al instante: ¿Lía ya había encontrado a otro tan rápido?

Entonces, ¿por eso se había ido tan decidida, porque ya tenía reemplazo esperándola?

Una rabia brutal y una sensación de locura, de traición, le devoraron en un segundo toda la razón a Darío.

Ese autocontrol y esa calma de los que siempre se había enorgullecido desaparecieron por completo.

—¿Dónde está Lía? —Darío lo agarró del cuello de la camiseta, escupiendo la pregunta casi entre dientes.

El hombre se asustó y trató de soltarse.

—¡Oye! ¿Quién eres tú? ¿Qué te pasa? ¡Suéltame!

—Te pregunté que dónde está Lía —Darío perdió el control por completo y soltó un puñetazo.

Él había entrenado taekwondo y boxeo; con la rabia que traía encima, ese golpe no era algo que un hombre normal pudiera soportar.

El otro, sin tiempo de reaccionar, recibió el puñetazo de lleno, salió tambaleándose y se estrelló contra el marco de la puerta. En el acto se le abrió la comisura de los labios, y la espátula que traía en la mano cayó al piso con un golpe metálico.

—¡Estás loco! ¿Con qué derecho me golpeas? —el hombre también se encendió, se limpió la sangre de la boca y alzó el puño dispuesto a devolver el golpe.

Justo en ese momento, una mujer con el mismo modelo de delantal salió corriendo de la cocina, soltando un grito ahogado. Al ver la escena, chilló del susto y se lanzó a cubrir a su esposo con el cuerpo, plantándose frente a Darío con la mirada encendida de rabia.

—¿Quién eres tú? ¿Con qué derecho golpeas a mi esposo? Yo… yo ya llamé a la policía.

El puño que Darío llevaba a medio camino se detuvo de golpe en el aire.

“¿Su esposo?”

Sus ojos inyectados en sangre se quedaron fijos en esa pareja de desconocidos con delantales a juego y luego recorrió la sala con la mirada: la decoración había cambiado, la funda del sofá era de otro color y en la entrada había unos zapatitos de niño que le resultaban totalmente ajenos…

Ahí ya no había ni una sola huella de la vida de Lía.

Una idea terrible empezó a tomar forma, lenta y sofocante, apretándole el pecho.

—¿Y… y la persona que vivía aquí antes? —la voz de Darío sonó reseca y ronca, con un leve temblor casi imperceptible.

La mujer, asustada y furiosa a la vez, habló muy rápido:

—¿La antigua dueña? Nos vendió el departamento. Ayer terminamos de firmar la escritura. ¿Quién se supone que eres tú? Si no te sales ahora, sí voy a volver a llamar a la policía.

Lo había vendido…

Había vendido el departamento…

No solo había tirado todo lo que tenía que ver con él y renunciado a su trabajo, sino que además había vendido el lugar donde habían acumulado cinco años de recuerdos.

Quería borrar cada rastro.

Desaparecer por completo de su mundo.

Darío sintió que las fuerzas se le iban del cuerpo. Dio un paso atrás, tambaleante, hasta chocar con la pared helada.

Un dolor agudo y extraño le atravesó el pecho, tan intenso que casi no podía respirar.

Por primera vez, en ese rostro siempre impasible, apareció una expresión de derrumbe total y… de pánico.

La policía llegó en cuestión de minutos.

Dante llegó poco después que ellos y se encargó de todo: mediar, hablar con la pareja, disculparse; fue él quien terminó haciéndose cargo de todos los trámites.

Y el gran abogado Serrano, que en Valdoria siempre arrasaba sin perder un solo caso, se quedó mudo, como un muñeco sin alma.

Cuando por fin llegaron a un acuerdo y ya estaban por irse, la pareja se acercó a regañadientes.

Dante pensó que iban a seguir peleando y se apresuró a salirles al paso.

—Ustedes…

Pero antes de que pudiera terminar la frase, la mujer ya le extendía una bolsa de plástico que traía en la mano. Habló con evidente fastidio:

—Mira… esto lo saqué cuando estaba limpiando el departamento. Debe de ser de tu amiga. Ya no he podido comunicarme con ella, así que te lo dejo para que se lo entregues, ¿sí?

La bolsita de plástico, simple y sin gracia, terminó en las manos de Darío. Era tan ligera que casi no pesaba nada.

Él bajó la mirada casi por reflejo y miró dentro. Cuando por fin distinguió con claridad lo que había ahí, su mirada se oscureció de una forma inquietante…
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