¡Qué Ironía! En Mi Boda Se Arrodilló El Que Me Traicionó

¡Qué Ironía! En Mi Boda Se Arrodilló El Que Me Traicionó

By:  Luz PrimaveralUpdated just now
Language: Spanish
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Tras ocho años de amor, Sofía pasó de ser la musa intocable de Alejandro a convertirse en un estorbo del que ansiaba librarse. Luchó durante tres años, hasta que se extinguió la última chispa de amor. Sofía finalmente claudicó y se alejó. El día de la ruptura, Alejandro soltó una risa fría. —Sofía, esperaré a que vuelvas suplicando por reconciliarte. Pero lo que aguardó… fueron las nupcias de ella. Devorado por la rabia, marcó su número. —¿Ya terminaste tu numerito? Al otro lado de la línea, una voz masculina, grave y serena, respondió: —Sr. Rivera, mi prometida se está duchando. No puede atenderle. Alejandro colgó con desdén. Creía que era solo otro ardid de Sofía para atraerlo. No fue hasta el día de la boda, al verla vestida de novia, avanzar hacia otro hombre y con el ramo entre las manos, cuando comprendió: Sofía realmente lo había abandonado. Fuera de sí, se precipitó hacia ella. —Sofía… lo admito, ¡estaba equivocado! No te cases con otro, ¿te lo ruego? Ella alzó suavemente el vuelo del vestido y pasó junto a él sin detenerse. —Sr. Rivera, ¿no decía usted que Camila y usted eran el destino perfecto? ¿Qué hace arrodillado en mi boda?

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Chapter 1

Capítulo 1

—Srta. Mendoza, ¿de verdad quiere cancelar la reserva de la boda? —preguntó la voz al otro lado de la línea.

Sofía apretó el celular con fuerza, aunque su voz sonó serena y fría. —Sí, estoy segura.

—De acuerdo, entiendo. Procederé con la cancelación.

—Gracias.

Colgó, se quitó la alianza de compromiso y la dejó sobre la mesa. Luego, tomó su maleta y se fue.

***

Hace quince días.

Esa tarde, apenas salió del tribunal después de un caso, Sofía encendió su celular.

Abrió su red social. Decenas de sus mensajes seguían sin respuesta.

Desde que habían discutido por los diseños de las invitaciones de boda el mes pasado, Alejandro se había ido de viaje de negocios al extranjero al día siguiente. Durante todo un mes, por más que ella había suplicado por mensajes, él la ignoró por completo.

En esta relación, Sofía se había humillado hasta lo más bajo, pero aún así no lograba que Alejandro volviera a ella.

Su amiga Valentina, harta de la situación, no dejaba de reprocharle, —Ganas tantos casos de divorcio y has visto a tantos cabrones, pero sigues obsesionada con Alejandro, ciega ante su verdadera naturaleza.

La verdad era que Sofía no estaba ciega. Solo le costaba soltar.

No podía dejar ir el amor que alguna vez habían compartido, ni aceptar que terminaran fingiendo ante los demás, hastiados el uno del otro.

Tampoco podía soltar... a Alejandro.

Después de ocho años juntos, ya ni recordaba cómo era su vida antes de él, ni sabía cómo acostumbrarse a una vida sin su presencia.

Tecleó un mensaje preguntándole cuándo volvería, pero de repente una notificación apareció en pantalla: “Alejandro había actualizado su publicación”.

Era una simple foto de un paisaje marino, pero Sofía reconoció al instante Islas Paraíso, el lugar que le había insistido incontables veces que quería visitar con él.

Sus dedos se congelaron un instante. Iba a regresar al chat cuando un mensaje de Valentina apareció.

Era una captura de pantalla de la publicación de Camila. Era la misma foto del mar, pero con un texto añadido.

“Solo me quejé un poco de lo agotador que era el viaje... ¡y él me trajo de vacaciones a Islas Paraíso!”.

Alejandro sabía perfectamente lo que Islas Paraíso significaban para ella.

El lugar que ella tanto mencionaba, al que él siempre decía no tener tiempo para ir, se lo regalaba ahora a otra mujer.

De pronto, parpadeó y las lágrimas cayeron sin que pudiera evitarlo. El viento helado de la calle le caló hasta el alma, congelándole el pecho.

Inmediatamente, llegó la llamada de Valentina.

—¡Camila es una zorra de mierda! Sabe perfectamente que te casas pronto con Alejandro, y aún así publica la misma foto para fregarte.

—¡Y Alejandro también está loco! ¿No podía llevarla a cualquier otro lado? ¿Tenía que ser Islas Paraíso? ¿Acaso no sabe que siempre has querido ir con él? ¡Ocho años! ¡Hasta caminando se llega en ocho años!

—Ya llevan tres años portándose así de descarados, tres años de ponerte los cuernos. ¿Y todavía piensas casarte con él?

Se le apretó el corazón a Sofía. Todo lo que decía Valentina era cierto, lo sabía. Pero después de ocho años a su lado y con la boda a la vuelta de la esquina, le partía el alma tener que rendirse.

Quería intentarlo una última vez. Si el resultado seguía siendo el mismo, entonces aceptaría su destino.

—Valentina, el sábado tenemos la prueba del vestido de novia y los de las damas de honor. No faltes, ¿dale?

Al otro lado del celular, el silencio fue abrupto. —Joder —masculló Valentina antes de colgar de golpe. Si seguía hablando, temía terminar estrangulando a su amiga.

Todos sabían desde hacía años que Alejandro ya le había sido infiel. Pero Sofía, testaruda, no pararía hasta estrellarse contra el muro, convencida de que él algún día volvería en sí.

Lo que Sofía no sabía era que Valentina, en privado, lo había visto más de una vez a Alejandro, entrando a hoteles con diferentes mujeres.

Ya no era el hombre que solo tenía ojos para Sofía, sino un cabrón.

¡Un cabrón así merece que lo atropelle un auto y que se quede impotente de por vida!

Esa noche, Sofía durmió mal, atormentada por pesadillas. Logró conciliar el sueño ya casi al amanecer.

Pero apenas había cerrado los ojos cuando escuchó el sonido de la cerradura digital en la entrada.

Abrió los ojos y se incorporó justo a tiempo para ver a Alejandro abrir la puerta y entrar.

Llegaba con su maleta, la ropa arrugada, el rostro cansado por el viaje... pero Sofía no pasó por alto la mancha de lápiz labial en su cuello de la camisa, ni los tenues arañazos en su pecho.

Apretó la sábana con fuerza. Sentía como si un témpano de hielo se le hubiera clavado en el pecho, con un frío que calaba hasta los huesos.

Al verla despierta, él arqueó una ceja. —¿Te desperté?

Mientras hablaba, llevó la maleta al armario y comenzó a buscar ropa.

Sofía respiró hondo. —¿Llevaste a Camila a Islas Paraíso? —preguntó, mirando su espalda.

La mano de Alejandro, que sostenía una camisa, se detuvo. Se volvió hacia ella con una sonrisa burlona. —¿Qué pasa? Si te gusta, podemos pasar nuestra luna de miel allí.

El tono sarcástico hizo que el rostro de Sofía se palideciera.

—Sabes perfectamente cuánto he querido ir a Islas Paraíso.

—¿Y porque tú quieras ir, Camila no puede?

—No es eso, lo que yo quería era... ir contigo.

No llegó a terminar la frase. —Basta —la interrumpió Alejandro, fastidiado—. Acabo de llegar muerto de cansancio. No quiero pelear.

Le dio la espalda, indiferente, y entró al baño. La puerta se cerró de golpe, dejándola sola con su amargura .

Ella bajó la mirada, contemplando sus nudillos blancos de tanto apretar los puños. Una sonrisa amarga asomó en sus labios.

Antes, al menos se molestaba en discutir con ella. Ahora, ni eso.

Cuando Alejandro salió de la ducha, Sofía ya estaba vestida y arreglada. Sentada ante el tocador, se aplicaba labial.

Llevaba un vestido largo de terciopelo verde oscuro. Su cabello le llegaba hasta la cintura, su maquillaje era impecable. Estaba tan radiante que resultaba difícil apartar la mirada.

Alejandro la miró de reojo, sin la más mínima chispa de interés, y apartó la vista.

Justo cuando salía, Sofía le recordó con tono sereno, —El sábado es la prueba de vestidos. Espero que no llegues tarde otra vez.

La puntualidad era algo que Sofía valoraba profundamente. Una de las razones por las que había aceptado salir con Alejandro en su momento era porque siempre llegaba a tiempo.

Pero desde que le fue infiel, comenzó a faltar a sus citas una y otra vez por otras mujeres.

Alejandro esbozó una mueca burlona. —Tranquila, no llegaré tarde.

En ese momento, sonó su celular.

No supo si fue intencional o no, pero puso el altavoz. La voz dulzona de Camila llenó la habitación.

—Alejandro, ayer no te mediste. Me duele todavíа. ¡Ahora te toca hacerte cargo!

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