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Capítulo 3

Author: Luz Primaveral

Al notar su mirada, Camila rápidamente cubrió la pulsera con su mano, sus ojos destellando turbación mientras instintivamente se refugiaba tras Alejandro.

Él la puso a sus espaldas y miró a Sofía desde arriba. —¿Por qué la miras así?

Los ojos de Sofía estaban un poco enrojecidos. —Alejandro, ¿por qué le regalaste a Camila una pulsera idéntica? Me dijiste que era exclusiva para mí.

—Camila te la vio puesta y le gustó. ¿Acaso querías que te la quitara para dársela? Además, es solo una pulsera. ¿Cuándo te volviste tan mezquina?

Alejandro frunció el ceño con impaciencia, como si fuera algo sin importancia.

Ella lo miró con incredulidad. —Pero cuando me la regalaste, dijiste que...

Antes de que terminara, Alejandro la interrumpió frunciendo el ceño. —Sofía, ¿acaso tiene sentido vivir siempre en el pasado? Dijiste…cuando…. Fue en ese momento.

Lo que más le fastidiaba eran los recuerdos del pasado que Sofía sacaba a colación, porque le hacían recordar sus repetidos fracasos al emprender, aquella época oscura.

En ese entonces, fue Sofía quien lo acompañó, quien conoció todas su miserias y sus quiebres. Por eso, cuando finalmente triunfó en los negocios, no quiso volver a recordar esos días difíciles y, poco a poco, comenzó a sentirse hastiado de ella.

Sofía lo miró, sus ojos reflejaban una tristeza profunda, como un delicado cristal a punto de romperse en mil pedazos.

—Entonces, ¿tus promesas pueden romperse así? ¿Tan fácilmente, no valen nada, ¿verdad?

Alejandro la observó fríamente. —Te prometí casarme contigo, y cumplí mi promesa. ¿Qué más esperas de mí?

—Sofía, si algo te debo…es que ya no te amo. ¿O es que tampoco tengo derecho a elegir a quién amar?

Sofía parpadeó, y una lágrima resbaló.

Descubría que cuando un hombre pierde el interés, palabras y promesas, el viento se las lleva. No queda nada.

Él podía dejar de amar así de fácil. ¿Y ella? ¿Qué haría ella?

¿Cómo olvidar los momentos de amor que compartieron? ¿Cómo aceptar que él había cambiado? ¿Cómo persuadirse a sí misma de soltarlo, y soltarse ella también?

Al ver a Sofía morderse los labios pálidos en silencio, Alejandro simplemente rodeó a Camila con su brazo y se marchó. Sus figuras pronto desaparecieron tras la esquina.

Sofía parpadeó para aliviar el escozor en sus ojos. Permaneció inmóvil un largo rato, recomponiéndose, antes de volver lentamente al reservado.

La cena se prolongó hasta bien entrada la noche.

Sofía se quedó en la entrada del restaurante hasta ver partir al último de sus colegas antes de tomar su auto y regresar a casa.

Al abrir la puerta, la oscuridad la recibió. Como era de esperar, Alejandro no había vuelto.

La imagen de él besando a Camila contra el lavabo reapareció en su mente, desatando un dolor punzante en su pecho.

Cerró los ojos, reprimiendo las lágrimas que amenazaban con caer.

Se dirigió al tocador, abrió el joyero y sacó la pulsera dorada de tulipanes.

Cada vez que la veía antes, sentía dulzura. Ahora, cada mirada le provocaba una afilada punzada en el corazón.

Si ya no era exclusiva, no había motivo para conservarla.

Con una sonrisa amarga, Sofía abrió la mano.

La pulsera cayó al vacío, aterrizando en el basurero con un golpe sordo. Un sonido que, de algún modo, llenó el vacío del latido que su corazón se saltó al ver esa misma pulsera en la muñeca de Camila.

Los días siguientes, Alejandro no regresó. Sofía le enviaba un mensaje recordándole la cita del sábado para probarse el vestido. Él nunca respondió.

El sábado por la mañana, mientras se maquillaba frente al tocador, recibió un mensaje de Alejandro.

“Estoy en la tienda de novias.”

Al llegar, su mirada se heló al instante. Alejandro estaba allí, con Camila aferrada a su brazo.

—Alejandro, hoy venimos a probarnos los vestidos de boda. ¿Por qué la trajiste?

Él se mostró imperturbable, como si no hubiera nada malo en ello. —Después de esto, tengo que tratar un negocio con ella. ¿Vas a armarme un escándalo por una tontería así?

—¿Una tontería? ¿De verdad crees que es solo una tontería?

El día en que probaban sus vestidos de boda, él traía a su amante para mortificarla. ¿Acaso planeaba también invitar a Camila a la boda?

Camila soltó su brazo de Alejandro, con gesto vacilante. —Sr. Rivera, ya le dije que no debía venir... Mejor regreso a la oficina... Puedo esperar hasta que terminen...

—No es necesario.

Se volvió hacia Sofía, su voz ahora gélida. —¿Te vas a probar el vestido o no? Estoy ocupado, no tengo tiempo para perder contigo.

Sofía lo conocía bien. Cuando fruncía así el ceño, era porque su paciencia estaba al límite.

Si ella se negaba ahora, él se iría de inmediato.

Sin decir palabra, Sofía entró a la tienda.

Una dependienta se acercó de inmediato con una sonrisa profesional.

Al ver a Alejandro y a Camila detrás de Sofía, su expresión mostró un destello de sorpresa, pero mantuvo la sonrisa.

—Sr. Rivera, Srta. Mendoza, buenos días. El vestido de novia a medida ya llegó. Permítanme acompañarlos.

Sofía había estudiado algo de diseño. El boceto de su vestido lo creó, bajo la guía de una reconocida diseñadora nacional, en seis meses de trabajo meticuloso. Había volcado en él todo su corazón.

Sin embargo, toda su ilusión se esfumó al ver a Camila. Ahora solo cumplía con un trámite.

Asintió, fatigada. —De acuerdo.

Al llegar a la sección de vestidos, Sofía divisó el suyo de inmediato, exhibido en el centro del salón.

Era un vestido strapless. El corset, de tul bordado, lucía unos tulipanes —sus flores favoritas— tan vívidos que parecían acabar de florecer entre los hilos del encaje.

El talle estaba circundado por una hilera de perlas finas como estrellas, brillando bajo la luz. La falda, de raso al frente, se transformaba en una cola de tres capas de raso y encaje, etérea y con volumen. Sofía apenas podía apartar la mirada.

—Srta. Mendoza, este vestido llegó esta mañana. Varias clientas han querido probárselo. Se verá espectacular en usted.

Camila también vio el vestido. La envidia brilló en sus ojos antes de hablar con dulzura afectada. —¡Sí, es realmente hermoso! Escuché que la Srta. Mendoza lo diseñó ella misma. ¡Qué talentosa! ¿No le parece, Sr. Rivera?

Su voz melosa sonó en el aire. Sofía sintió náuseas, como si hubiera tragado una mosca.

Al volverse para hablar, vio a Alejandro mirando a Camila con una ternura que le partió el alma, acariciando su cabeza.

—Tú tampoco te quedas atrás. Por algo eres mi secretaria.

—Siempre bromeando conmigo —repuso ella, fingiendo enfada.

En ese instante, Sofía ya no quiso decir nada. ¿Qué más quedaba por decir?

Que Camila se atreviera a venir a mortificarla así se debía, en el fondo, a que Alejandro se lo permitía.

La dependienta, evidentemente incómoda ante la situación, preguntó con cautela, —Srta. Mendoza... ¿probamos el vestido?

Sofía se volvió, su rostro sereno. —Sí.

Con sumo cuidado, la dependienta tomó el vestido y guio a Sofía al probador.

La espalda, de encaje y lazos, era compleja de ajustar. Tomó más de diez minutos vestirse.

Sofía siempre había sido hermosa: piel de porcelana, rasgos delicados, grácil como un lirio en plena floración. No era casualidad que Alejandro se hubiera enamorado de ella a primera vista.

Con el vestido de novia, su belleza era deslumbrante.

Mientras le arreglaba la falda, la dependienta comentó, —Srta. Mendoza, si no fuera mujer, estaría completamente prendada de usted.

Sofía bajó la mirada, esbozando una sonrisa forzada. —Gracias.

Al notar su estado de ánimo, la dependienta suspiró internamente y no dijo más.

Cuando se descorrió la cortina del probador, Alejandro estaba absorto en su celular, respondiendo mensajes de un cliente. Camila no estaba por ningún lado.

—Sr. Rivera, la Srta. Mendoza ya se probó el vestido —anunció la dependienta.

Alejandro alzó la vista con desinterés. Su mirada se deslizó por la figura de Sofía.

—Pasable.

Realmente lo pensaba. Ahora que no sentía nada por ella, incluso desnuda le resultaría indiferente.

Una decepción atravesó el corazón de Sofía. En su primer año juntos, habían hablado de cómo sería su vestido de boda.

Él le dijo que sería la más bella con cualquier cosa, que se emocionaría hasta las lágrimas al verla, porque por fin la haría suya.

Era un detalle sin importancia, seguramente ya lo había olvidado.

Ocho años eran mucho tiempo. Suficiente para que alguien cambiara de afectos.

Suficiente para arrancar, poco a poco, a alguien del alma.

La dependienta, intentando aliviar la tensión, iba a hablar cuando, de pronto, la cortina del probador de enfrente se descorrió.

Camila, enfundada en otro vestido de novia, emergió con una sonrisa desenvuelta, mirando directamente a Alejandro.

—Sr. Rivera, no imaginé que el vestido que eligió me quedaría tan bien. ¿Qué le parece?
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