LOGINEl día que cumplo veinte años, mis papás ponen ante mí las fotos de herederos de las grandes dinastías empresariales del país para que elija con quién formalizar una alianza. En mi vida anterior escogí sin dudar a Alonso Rivas, el heredero más brillante de la élite capitalina. Después del matrimonio supe que la mujer de sus sueños, Daniela Romero, se hundió en una espiral de dolor: una noche, borracha en un bar, fue agredida por unos sujetos; intentó quitarse la vida tres veces. Alonso decidió que yo era la raíz de todo, le regaló a Daniela los bienes de mi familia y vació a los Molina. Al final, incluso la dejó cortar los frenos, condenándonos a los tres a morir en un accidente brutal Esta vez, con los ojos cerrados, elegí al azar una foto. Dejé que el destino eligiera por mí. Al final, Alejandro de la Vega el destino lo trajo a mi lado, heredero de Guadalajara: austero, espiritual, con el corazón en paz. Pero cuando entré del brazo de Alejandro a nuestra fiesta de compromiso… Alonso enloqueció.
View MoreLos guardias, indignados, se defendían:—Solo íbamos a sacarlo. Él se estrelló contra el marco.En la cama, Alonso respiraba a bocanadas. Estiró los dedos hacia mí.—Luisa… me marea todo…Alejandro me jaló con reflejos y, sin cambiar el tono, dijo a seguridad:—Consíganle un cuidador.Al cruzar la puerta, Alonso volvió a vomitar y apretó el botón de emergencia. Médicos y enfermeras entraron y salieron a prisa. Me apreté los brazos.—Déjame hablar con él —le pedí a Alejandro.Cerré la puerta del cuarto. Alonso no pudo esconder la chispa en los ojos.—Sabía que no me ibas a dejar solo. Todavía me quieres. Aún estamos a tiempo: nos casamos mañana, y yo te organizo la boda que sueñas. Lo que quieras, yo…—Alonso —lo corté—. No entendiste.Hablé frío:—Cuando dije que no te amo ya, no fue berrinche ni por Daniela. De verdad se me acabó.Le tembló la boca; se le puso la cara más pálida.—No te creo —susurró—. Antes me amabas.—Sí. ¿Y cómo me pagaste? Te pesaba mi apellido, te dolía que yo na
Nos miramos, confundidos. Al volver la vista hacia Alonso, su expresión era una sombra.—Luisa, no te engañes —espetó—. Ese anillo lo encontré en mi pupitre. Es la prueba de que querías casarte conmigo.A Alejandro se le curvó la boca.—Ya me acordé. El último mes antes de cambiarme… me sentaron con él.Ahí estaba el malentendido.—Lo que importa —dijo, alzando el aro— es que después de dar vueltas llegó a mis manos.Lo sostuvo frente a mí. Sonreí y se lo puse yo misma.Ni me acordé de las rosas que todavía apretaba Alonso.—Aunque ese anillo no fuera para mí —insistió—, me amaste todos estos años. Tengo tus mensajes guardados. No puedes negarlo.Abrió la galería, desplazó hasta que aparecieron mis viejas palabras enamoradas. Les di un vistazo rápido. Nada más.—No mientes —admití—. Te amé mucho tiempo.—Pero el día que dijiste que amabas a Daniela, ese día… dejé de amarte.A Alonso se le encendió una chispa en los ojos.—Entonces es por Daniela… ¡Ya entendí!Dejó con cuidado el ramo a
—Pero para comprometerse con Alejandro: que si el vestido, que si las mancuernillas… A mí no me trata así —bromeó.La mesa de mayores se echó a reír. Yo también, bajando la vista para esconder el rubor.Por el rabillo del ojo vi cómo Alejandro arrimaba su silla hasta rozarme medio costado.—¿Y el brazalete? —preguntó en voz baja.Me acerqué igual de quedito:—Es demasiado especial. Quiero estrenarlo el día de la boda.La sonrisa que me regaló venía con algo más en la mirada: afecto.Y aun así, me atravesó una rara sensación de déjà vu. En la otra vida, no recuerdo haber cruzado palabra con él. En esta, cuando saqué su nombre de la caja, solo me sonó familiar… sin saber de dónde.Él pareció leerme el pensamiento. Sacó su billetera y me la tendió. La abrí, estaba guardada una foto tamaño infantil… mía, de primaria.—¿Esta… no soy yo? —alcé la vista, boquiabierta.De golpe, regresó a mí el recuerdo del niño transferido desde Guadalajara, al que se la pasaban molestando por hablar poco y d
Alonso se rio.—Miren nada más, si no es el señorito de los retiros. Quién diría que por mi compromiso logró salir de su monasterio.—¿Qué pasa? ¿Tanto rezar te confundió y ya no distingues a mi prometida de tu “esposa”?—Todo el mundo sabe que Luisa solo me ama a mí. Me persigue desde niña para casarse conmigo.Alejandro me colocó detrás de su hombro; yo apenas asomé medio perfil.—Abre bien los ojos, Alonso. Esta es mi recepción de compromiso con Alejandro de la Vega.Él siguió la dirección de mi mano. Antes de leer los nombres en la pared, vio salir a nuestros padres.Mis papás, que antes de mi elección siempre habían sido amables con Alonso, pasaron junto a él sin detenerse y le sonrieron a Alejandro.—Alejandro —dijo mi mamá—, nuestra Luisa tiene su carácter. Te encargo paciencia.—Descuide, señora —respondió él, sereno—. Luisa y yo nos entendemos. No voy a permitir que nada la lastime.La calidez medida de Alejandro le encendió la bilis a Alonso, que subió la voz:—Señora Molina,
—Perfecto. Vas a prometer, por escrito, que no te vas a meter en ninguna de mis decisiones. No regresarás a tu casa: te quedas aquí, sirviendo a mis padres, cuidándome a mí y a Daniela.Una empleada trajo un folder. En la portada, en letras enormes: Capitulaciones Prenupciales. Dentro, la primera cláusula brillaba como un letrero de neón: Dote: 50% del patrimonio Molina.Apreté los puños. No firmé. Levanté la cara; sentí la sangre en los ojos.—¡Alonso Rivas! ¡No eres tú, con quien voy a casarme!La señora Rivas aprovechó el mínimo descuido y me cruzó otra bofetada.—¿Qué “linaje” es ese de los Molina que educa hijas que le llevan la contra al marido? —escupió—. Hoy te voy a educar yo, para que mañana no nos hagas quedar en ridículo.Ese día perdí la cuenta de cuántos golpes recibí y cuántas veces me arrancaron firmas y hasta huellas sobre papeles que ni me dejaron leer. Al final, cuando por fin me soltaron, todavía me ordenaron que mañana me pusiera un vestido verde.—Porque yo y Dani
A los pocos minutos, la cuenta de Daniela, con millones de seguidores, se volvió tendencia.“Un día perfecto es usar un vestido que te queda a la medida, tomar la mano del amor de tu vida y escuchar nuestra música favorita,” escribió.La foto: ella y Alonso, dedos entrelazados, beso de portada.Cuentas de chismes y recicladores de contenido desenterraron mis viejos tuits donde le había declarado amor a Alonso. Los montaron en videos comparativos con las publicaciones recientes de Daniela: edición morbosa, música dramática, letras fosforescentes. En el clip más viral, Alonso incluso le dio like. El hashtag “Luisa se regala” se convirtió en sticker y meme.Puse la cara de hielo, desactivé mi perfil y escribí al equipo de Comunicación Corporativa.Diez minutos después, los términos asociados a mi nombre estaban limpios. Historias caídas. Palabras clave bloqueadas. El feed, refrescado.Un día antes de mi cena de compromiso con Alejandro, pasé temprano por la oficina. No alcancé a sentarme:






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