Cuando Valeria se fue, Regina se quedó mirando el bolso, ahora deforme, que tenía enfrente. Apretó la mandíbula con rabia.Tenía los puños tan apretados que las uñas se le clavaban en las palmas de las manos, y tardó un segundo en darse cuenta del dolor.—Me las vas a pagar, Valeria. Ya verás.Entrecerró los ojos y, dándose la vuelta, bajó las escaleras.Al llegar abajo, vio a la empleada doméstica de pie junto al comedor, con una expresión ausente y preocupada. Regina se acercó a ella, apretando los dientes.—No creas que porque esa maldita mocosa te defiende, te vas a salir con la tuya.Le susurró al oído, con la voz baja pero venenosa.—Te juro que un día de estos vas a entender quién manda en esta casa.Desde hacía un tiempo, nada le salía como quería. Como no podía desquitarse con Valeria, su única opción era descargar su frustración con Elena.La empleada, ya acostumbrada a esos desplantes, no se alteró.—Señora, si no se le ofrece nada más, voy a servir la comida.Regina resopló
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