Cuando llegó Lucio, Claudio no dio rodeos y preguntó de frente:—¿Tienes trato con la emperatriz en privado?La autoridad imperial hizo que Lucio inclinara la cabeza respetuosamente.—No, majestad.Claudio se levantó, bajó del trono y se plantó frente a él. Su figura alta y esbelta proyectaba una sombra imponente.—En asuntos de mujeres, siempre has sido prudente. Nunca hablas demasiado con ellas. Pero aquella vez, en el bosque imperial, noté algo raro entre tú y la emperatriz. Si solo hubieras bajado del caballo para guiarla, guardando la distancia normal, aunque ella hubiera sacado el cuchillo, jamás habría podido acercarse. Con un simple paso atrás habrías estado a salvo. Pero lo que vi fue que os separaban apenas dos pasos.Su mirada se puso seria.—A menos que, tras reconocer que eras tú, ella insistiera en atacarte. Explícame eso.De todos, Claudio confiaba más en Lucio. Por eso no lo delató aquel día; esperó a que él mismo lo aclarara. Sin embargo, el príncipe no lo hizo, y hoy 
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