Sobre trasladar a Jimena a la Ciudad Imperial, Serafina explicó:—Majestad, usted siempre temió que los Aguirre, padre e hijo, acumularan demasiado poder militar. Jimena es discípula de Lorenzo, y durante años él la trató como a su propia hija. Si mantenemos a Jimena en la capital, Lorenzo tendrá que contenerse.Claudio sonrió, pero sin nada de cariño.—¿Quieres que esa Jimena se convierta en un rehén? Emperatriz, ¿así pagas a la que te salvó la vida?Serafina inclinó un poco la cabeza.—Por encima de mis afectos personales, me importa quitarle peso a sus preocupaciones. Hoy la joven general tiene en el Campamento Norte un prestigio que, a ojos de muchos, supera incluso al del soberano. Eso, para mí, es demasiado poder. Si la trasladamos, poco a poco el campamento volverá a quedar bajo su control absoluto.Le sonó tan sincero que Claudio dejó pasar la regla de que las mujeres del palacio no debían meterse en asuntos de estado.Y, la verdad, le parecía que no estaba equivocada.Los Agui
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