La fuerza de la roca fue suficiente para destrozar el carruaje.Arturo se desgarró la garganta gritando en el silencioso valle.En ese instante de peligro, Claudio estaba a punto de saltar, pero la mujer a su lado fue más rápida: lo tomó de la mano y lo arrastró fuera. Su reacción, incluso antes que la de Arturo, había anticipado la caída de la roca.Casi al mismo tiempo que saltaron, hicieron pedazos el carruaje. El caballo, asustado, rompió las riendas y cayó por el precipicio.Los tres quedaron atrapados entre dos enormes rocas, sin poder avanzar ni retroceder.Arturo, con la espada en mano, se colocó delante de Claudio, vigilante.—Señor, seguro hay alguien emboscado en las sombras.Claudio bajó la mirada. La emperatriz aún le sujetaba la mano y, como Arturo, exploraba el entorno con la mirada. La diferencia era que mientras Arturo se centraba en proteger, Serafina buscaba una salida.Ella no estaba dispuesta a morir allí. Intuyó que después de las dos rocas vendría una tercera, ha
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