Claudio estaba de pie, con una expresión muy seria, convencido con malicia de que todo era culpa de la emperatriz.De la nada, la aguda percepción de Serafina captó su presencia. Cuando cruzaron miradas, ella vio en sus ojos puro desprecio…Valeria, siguiendo la mirada de su señora, también lo vio y de inmediato tomó una prenda de la cama para cubrir a la emperatriz.Olvidaba que un emperador tenía derecho a ver a su esposa.Por suerte, la herida acababa de ser vendada.—Saludo a su majestad —dijo Valeria, inclinándose primero.Serafina se vistió sola; inevitablemente rozó la herida de su espalda, pero pudo soportarlo.Con voz dura, Claudio preguntó:—¿La emperatriz sigue con fiebre alta?Valeria bajó la cabeza.—S-sí, majestad.Estaba algo nerviosa.No sabía cuándo había llegado este tirano.Por fortuna, ni ella ni su señora habían dicho nada comprometedor, de lo contrario…Una vez vestida, Serafina lo recibió de pie junto al lecho, pálida y agotada.Claudio se acercó y la sostuvo del
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