Semua Bab De Su Amor a Su Venganza: Bab 441 - Bab 450

Si Emiliano seguía insistiendo en que Sebastián era el asesino, Inés ya no pensaba detenerlo por respeto al velorio. Lo dejaría hacer lo que quisiera con quien no entraba en razón.Pero en ese instante, Emiliano ni siquiera alcanzó a abrir la boca. Don Federico, con algo de fuerza, lo hizo a un lado. Luego, se volvió él solo y quedó frente a Inés y Sebastián, con una sonrisa amable y ese aire de bondad que siempre lo acompañaba.—Inés, Sebastián —dijo con tono afectuoso—. No tenía idea de que habían pasado por tantas cosas. Pero me alegra que, al final, haya terminado siendo una bendición disfrazada.Se volvió hacia Inés y continuó con una voz cálida, casi paternal.—Inés, ahora que estás embarazada, debes cuidarte mucho. No te permitas sufrir demasiado por lo de tu madre. Estoy seguro de que, si ella pudiera verte desde el cielo, tampoco querría verte triste.Luego miró a Sebastián.—Y tú, Sebastián, no le hagas caso a las tonterías que acaba de decir mi hijo. Solo fueron palabras imp

—Pero ahora quiero que lo sepas con total claridad. Sebastián tiene una mujer. Una que ha estado en su vida desde siempre, su amiga de la infancia. Por ella, ha invertido más de diez años de su vida, su dinero, su poder, todo. Incluso ahora, está haciendo todo lo posible por tratarla, para que se recupere, para que vuelva a levantarse y sonreír junto a él.Todo eso lo descubrió Emiliano después de salir del hospital, cuando mandó a investigar en secreto.La mujer se llamaba Karla. De carácter explosivo y arrogante, pero tan tonta como para hablar de más. Por esa mujer, Emiliano acabó odiando aún más a Sebastián.—¿Cómo podía un tipo así engañar y manipular a Inés y aun así tener el descaro de dejarla embarazada?Inés guardó silencio unos segundos. Justo cuando Emiliano creyó que el impacto la había dejado sin palabras, ella levantó ligeramente el rostro. Sus labios, tan pálidos como pétalos, se abrieron apenas.—Todo eso que me estás diciendo, ya lo sabía desde antes.El aire pareció c

Por eso, Inés no rechazó el gesto de Sebastián. En lugar de fingir fortaleza, sonrió con dulzura y se apoyó con cuidado en su pecho.***Aun así, aunque había prometido descansar y recuperarse, esa misma noche decidió salir del hospital.Sus heridas no eran graves; la mayoría eran rasguños y cortes superficiales, nada que ameritara seguir internada más tiempo. Pero, más allá de eso, había una razón mucho más fuerte: Karla también estaba internada allí.Inés no sabía en qué piso ni en qué habitación estaba esa mujer, pero no quería correr el más mínimo riesgo de encontrársela. Y si podía sanar en casa, rodeada de calma, prefería hacerlo así.Sebastián, sin conocer el verdadero motivo de su decisión, aceptó sin dudar. Sabía que el ambiente del hospital era opresivo y quería verla tranquila. Contrató a dos enfermeras privadas y, sin pensarlo más, la cargó en brazos y la llevó a casa.Al día siguiente, sin embargo, eso provocó un pequeño malentendido: Zoraida fue al hospital a visitarla y

—¿Leonardo? ¿Qué haces aquí hoy?Leonardo avanzó despacio hacia el interior, con una ligera sonrisa en los labios.—Escuché que Inés está embarazada, así que quise venir a traerle un regalo. No sabía que todos estarían aquí también.Sus ojos se dirigieron entonces hacia Inés, y con un gesto amable indicó a su chofer que dejara el obsequio.—Inés, te traje un cochecito para el bebé. Espero que te guste y que les sea útil cuando nazca.—Gracias —respondió Inés con una sonrisa cortés, aunque su tono sonaba un poco forzado. Mientras hablaba, no pudo evitar mirar de reojo a Sebastián.Por fuera, todo parecía en calma; la escena era perfectamente cordial. Pero Inés sentía en el aire algo distinto, una tensión silenciosa que amenazaba con romperse en cualquier momento.Era como si, bajo las sonrisas y los cumplidos, el fuego de un campo de batalla invisible empezara a arder.Esperaba que Sebastián, con su habitual serenidad, tomara el control de la situación.Y así lo hizo. Al ver el ambiente

—Además, con tanta gente aquí… —intervino Leonardo con voz suave pero filosa—. Si Zoraida ya escuchó lo de Emma, lo mejor es aclararlo ahora. De lo contrario, ella podría quedarse con la duda, ¿no crees, Elías?El mensaje era claro: si Elías se negaba a enfrentar a Emma, sería como admitir que tenía algo que ocultar.Elías se quedó sin aire, atragantado por las palabras de Leonardo.Pero antes de que pudiera replicar, Sebastián lo observó con una calma que solo aumentaba la tensión en la sala. Después, sin apartar la mirada de Leonardo, dio la orden con voz firme.—Que pase.—¡Sebastián! —Elías se levantó de golpe, desesperado—. No puedes creer esas tonterías, ¿verdad? No tengo nada que ver con Emma, ¡te lo juro!Sebastián no respondió. Bastó una mirada suya para hacerlo callar. En ese punto, ya no se trataba de si creía o no en su inocencia. Tenía razón Leonardo en una cosa: si Elías no dejaba entrar a esa mujer, delante de todos parecería culpable.Elías apretó los puños, respiró hon