Inés nunca había sido una buena nadadora. Cuando Emiliano la arrastró a la fuerza dentro del agua, apenas logró mantener el equilibrio, con los pies apoyados en el fondo, tratando de aferrarse a lo que fuera para no caer.Pero al combinarse el tirón violento de Emiliano con la fuerza brutal de las olas, Inés sintió como si una red inmensa la envolviera de pronto, empujándola sin tregua hacia lo más profundo. En un instante, el agua helada y salada la cubrió por completo, le nubló los sentidos y no le permitió ni abrir los ojos ni sacar un solo sonido.—¡Inés!En medio de la oscuridad, dos voces masculinas resonaron con urgencia. La segunda, esa voz tan familiar, estaba cargada de un terror indescriptible, como si su dueño estuviera al borde del llanto.Inés, sumida en el dolor y la desesperación, llevó la mano al vientre y empezó a forcejear, luchando por ascender. Aunque no pudiera vencer la corriente, quería al menos sacar la cabeza y gritar, para que Sebastián pudiera saber dónde es
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