Toda la noche anterior fue un borrón en la mente de Zoraida. No sabía cómo había aguantado tantas horas ni cuántas veces aquel hombre, descontrolado como un adolescente en su primera vez, la había hecho perder la noción del tiempo.Solo recordaba algo con claridad: cada vez que Elías hacía algo, lo acompañaba con su voz ronca, obstinada, casi desesperada.—Zoraida, este fue mi primer beso.—Zoraida, este fue mi primer abrazo.—Zoraida, esta fue mi primera vez.Y así, una y otra vez.Elías apretaba los dientes, aferrándose a esa necesidad de demostrar que no había estado con nadie, de probar su inocencia.Zoraida, con el rostro encendido, intentó varias veces detenerlo, empujarlo, hablar, pero él siempre atrapaba sus manos y la hacía recostarse de nuevo, con lágrimas enormes cayéndole sobre el pecho, tibias, sinceras, desconcertantes.Sí. Lágrimas.Incluso ahora, al recordarlo, Zoraida no podía creerlo del todo. Por más que la noche fue dura, por más que se sintió agotada, invadida, con
Magbasa pa