Tenía el corazón hecho un nudo.Cuando Inés apartó su mano y comenzó a alejarse de él, paso a paso, sintió como si todo su mundo se hundiera en un abismo sin fondo. Su voz tembló, incapaz de mantenerse firme.—No es que no quisiera contarte lo de Don Federico y mi madre. Es que, al principio, ni yo mismo tenía claro qué creer. Dudaba de cada palabra suya, y aunque quise hablar contigo, no sabía por dónde empezar. Por eso lo oculté.Se acercó un poco, con el tono desesperado de quien intenta justificar lo injustificable.—Después pasaron tantas cosas, tu exposición, la investigación del accidente de hace trece años, la muerte repentina de Mirna. Recuerdo el juramento que hicimos de sernos fieles, pero también recuerdo otra promesa: la de protegerte y hacerte feliz. Por eso, todo lo relacionado con Don Federico, con mi madre, con los Altamirano, quise cargar con todo eso yo solo. No quería que sufrieras, sobre todo ahora que estás embarazada y todavía te estás recuperando. No quería que
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