Del otro lado del celular, la voz de Mariana sonaba nerviosa: —¿Descubriste algo?—Encontré un celular en el estudio de mi papá, solo tiene un número guardado, con el nombre de Amanda.—Lo sabía... —la voz de Mariana se quebró—. Perdón, Andrés, en realidad traté de aconsejar a mi mamá, le dije que no fuera tan ambiciosa ni destruyera familias ajenas, pero no me hace caso para nada. Cuando insisto demasiado, hasta me golpea...—No es tu culpa —Andrés escuchaba el llanto de Mariana y le dolía el corazón—. Mariana, te llamo porque quiero preguntarte algo: si yo tomo medidas contra tu mamá, ¿me vas a guardar rencor?—¿Qué derecho tengo de guardarte rencor? —Mariana respondió entre sollozos—. Mi mamá es la que está mal, tú eres mi amigo. Ya es mucho que no me culpes.—Mariana, no llores más —dijo Andrés—. Sé que tú eres diferente a tu mamá. Has sufrido tanto en casa de los Ortega, me da dolor verte así, ¿cómo te voy a culpar por lo que hace tu madre? Te llamo solo para saber cuál es tu posi
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