Celia se quedó quieta, mirando esos ojos profundos y sintió un poco de culpa.—Señor Herrera, ella misma lo dijo, que no te ama… —Celiana se regodeó.—¡Cállate! —gritó César con los ojos enrojecidos, emanando un aura gélida—. ¡Y lárgate!Ella se estremeció, tomó la tarjeta de la mesa y salió corriendo del salón, temiendo que, si se demoraba un segundo más, moriría allí.Celia apretó los labios, evitando la mirada desolada de César. Él se detuvo frente a ella y soltó una risa ahogada, llena de amargura.—¿Son tus palabras sinceras?Ella no lo miró. —Si tú lo dices así, pues sí.—¿Odias a Alfredo? —preguntó él.Ella, confundida, lo miró.—¿Por qué debería odiarlo?La cara de él se ensombreció aún más. Tras un largo rato, dijo:—Alfredo fue el que manipuló todo en las sombras. No lo odias, ¿pero solo a mí? Celia, ¿tienes que ser tan cruel conmigo?Ella se sorprendió y, entonces, entendió el significado de sus palabras. De hecho, no sabía si odiaba a Alfredo. Incluso si lo odiaba, no era
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