Víctor, que se arreglaba la solapa, se detuvo en seco, y luego su cara mostró descontento.—¡Deja de soltar estas bobadas aburridas!Las emociones que Marta había reprimido durante más de diez años estallaron de su pecho en ese momento.—¿Bobadas? ¿No sabes si estoy soltando bobadas? Desde que nació César, ¡nunca me has mostrado el respeto que yo merezco como tu esposa! Si no fuera por mi familia, ¡ya me habrías echado a la calle!El pecho de Víctor se agitó violentamente y, en sus ojos, se veía un atisbo de ira. Se soltó de su agarre.—¿Qué edad tienes ya? ¿Todavía vas a hacer berrinches sin sentido?¿Qué edad tenía ella…? Al oír esto, los ojos de Marta se enrojecieron al instante. Se rio con amargura, entrecortada por los sollozos.—Sí, tienes razón. Me casé contigo a los veintiséis, di a luz a César a los veintiocho, ¡y ahora ya tengo cincuenta y ocho! He pasado la mitad de mi vida atrapada en la familia Herrera siendo tu esposa, cuidando a mi esposo y criando al hijo. ¡Mi hermosura
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